La política exterior israelí, sobre todo a raíz de la ocupación de los territorios palestinos tras la “Guerra de los Seis Días”, provocó que un amplio sector de la opinión internacional (incluida la de México) adoptara posturas cada vez más críticas ante el Estado de Israel. El tratamiento del tema en la revista Vuelta correspondió a ese patrón. En 1977 escribí una reseña sobre el libro Jerusalén, ida y vuelta, de Saul Bellow, donde no sólo reconocía el drama palestino sino que recogía las posiciones de autocrítica que comenzaban a aflorar en la academia israelí. Al poco tiempo, traduje una entrevista con Gershom Scholem en la que el célebre estudioso de la cábala y el misticismo reprobaba los movimientos mesiánicos judíos que invocaban (e invocan aún) inadmisibles justificaciones religiosas para ocupar las tierras palestinas. En 1980 publicamos la “Carta abierta a Menachem Beguin” del historiador Jacob Talmon, moderno profeta que, como el Amós bíblico, pareció obedecer la voz de Dios: “Escucha y atestigua contra la casa de Israel.” Talmon la había escrito semanas antes de morir. En ella sostenía que la política de asentamientos y la ocupación de los territorios palestinos constituían “un error fatal”: “El deseo de dominar e incluso gobernar una población extranjera hostil que difiere de nosotros en idioma, historia, economía, cultura, religión, conciencia y aspiraciones nacionales, es una tentativa de revivir el feudalismo […] La combinación de sometimiento político y opresión nacional y social es una bomba de tiempo.” Más ominoso aún que esos problemas seculares era para Talmon el resurgimiento de una peligrosa variante del redentorismo, que interpretaba la victoria en la Guerra de los Seis Días de 1967 como una especie de compensación metahistórica del exterminio nazi. “Nada hay más despreciable ni dañino que usar sanciones religiosas en un conflicto entre naciones”, advertía, coincidiendo con Scholem. Talmon profetizó con todas sus letras que esa mezcla maligna de la esfera religiosa con la política desvirtuaba por completo el sentido espiritual de Israel, lastimaba el legado moral del pueblo judío y corría el riesgo de “provocar entre los musulmanes una yihad”.
A partir de entonces, las ideas Talmon han guiado mis convicciones y el tratamiento que Letras Libres ha dado al complejísimo problema. Creo que en 1967 Israel perdió la gran oportunidad de intentar la paz en la región. El entorno era adverso y el encono profundo, pero vistos a la distancia ambos eran infinitamente menores que los actuales. En lugar de explorar ese camino (como sugería el propio Ben Gurión), Israel optó por convertirse en una potencia colonial, con los resultados previstos puntualmente por Talmon. Estoy convencido de que el problema sólo podrá solucionarse alguna vez con el establecimiento de un Estado palestino que en reciprocidad otorgue pleno reconocimiento y seguridad a la legítima existencia de Israel, dentro de fronteras significativamente similares a las de 1967. Y creo que esa eventual transición no podrá comenzar siquiera sin una presencia internacional sustantiva en la zonas limítrofes que han sido el escenario del reciente conflicto.
¿Qué tiene que ver todo esto con el antisemitismo mexicano? Tiene mucho que ver. La derecha antisemita heredera de Salvador Borrego y de las “Camisas Doradas” del fascismo gravita aún en torvas organizaciones como “el Yunque”. Esa corriente no tiene opiniones sobre Israel. Odia a los judíos y punto. Pero en términos culturales, el desarrollo más preocupante es el fortalecimiento de una nueva corriente antisemita en ciertos sectores de la izquierda mexicana. Que la izquierda critique la política israelí de las últimas décadas me parece, repito, explicable. De hecho, no es preciso ser de izquierda para comulgar con algunos aspectos de esa crítica. Basta tener convicciones liberales. Pero en los últimos años algunos órganos influyentes de la izquierda han dado un giro editorial que ya no sólo es indiscriminadamente antiisraelí (hecho que ya es, en sí mismo, sospechoso) sino abiertamente antisemita (por supuesto, utilizo el término en su acepción usual: la aversión a los judíos).
De pronto, las tesis conspiratorias de Los protocolos de los sabios de Sión (ese panfleto inventado por la ojrana zarista sobre la supuesta conspiración judía para dominar el mundo) se recogen ahora sin el menor recato en páginas indignas de la tradición democrática e histórica de la izquierda. E indignas también de la historia de esos mismos medios que tanto lucharon por la democracia mexicana y que alguna vez acogieron en sus páginas a voces de verdad plurales.
Uno de los arbitrios más socorridos de la mentalidad antisemita es la amalgama del Holocausto con el drama palestino. No son homologables: ni por su historia, contexto, magnitud o naturaleza, y menos todavía por su sentido o intención. El intento de borrar de la tierra a todo un pueblo no es comparable con la guerra de Gaza. Israel –con todos sus pecados– no ha buscado borrar del mapa al pueblo palestino: es Hamás, y su sede iraní, la que tiene ese designio con respecto a Israel. Por lo demás, la amalgama de todos los males deriva en la banalización del mal: si el asesinato de seis o seiscientos es lo mismo que el de seis millones (aunque la muerte de los seis o seiscientos inocentes sea desde luego reprobable), el mal resulta relativo, el mal no importa.
Episodio sin precedentes en la historia humana, el Holocausto no atenúa los horrores del capitalismo ni los crímenes colectivos (mucho mayores) del totalitarismo, ni empequeñece genocidios étnicos como el armenio de principios del siglo XX y los que, en nuestro propio tiempo y ante la indiferencia general, ocurren en África. El Holocausto tampoco otorga superioridad moral a los judíos por haberlo padecido ni legitima los crímenes que el Estado israelí haya cometido y cometa. Pero el Holocausto (y el pueblo judío, en su milenaria historia) merece respeto, aunque sea el respeto de la circunspección y el silencio. Y, en todo caso, el comportamiento del pueblo judío tampoco es homologable con el de los gobiernos israelíes.
La complejidad del Medio Oriente ya ha sido abordada en Letras Libres con anterioridad. Pienso en los ensayos de Ana Nuño, David Rieff, Joseph Hodara, Isabel Turrent, Valentí Puig o Alain Finkielkraut. Destaco en particular el ensayo del filósofo israelí Avishai Margalit, publicado en el número de mayo de 2008 y titulado “Si Israel es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?”, que resume mejor que ningún otro la postura de la revista sobre el tema.
En este número de Letras Libres hemos decidido abordar la reciente tragedia de Gaza a través del pensamiento de diversos intelectuales, algunos israelíes, todos de origen judío. Unos explican la guerra, la contextualizan y en cierta medida la justifican. Otros trazan escenarios futuros. Otros la critican.
En Letras Libres creemos en la diversidad, la pluralidad, la tolerancia. Creemos en la crítica y damos voz a la autocrítica. Ojalá los órganos que ahora representan al antisemitismo de izquierda ejerzan la irrenunciable libertad de expresión con ese mismo respeto y apertura. ~
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.