Las revistas extranjeras han sido parte de mi vida desde que tengo memoria. No recuerdo un solo mes en que no haya comprado Vanity Fair, la extraordinaria revista que ha dirigido, desde hace casi dos décadas, Graydon Carter, uno de los genios detrás de Spy, la mejor revista satírica de los ochenta. Tampoco recuerdo una semana en la que no haya buscado hacerme de un The Economist, el gigante inglés que es, para mí, una necesidad sólo superada, en esto de lo indispensable en la vida, por un rato para sentarme a leer. Lo mismo podría decir de The New Yorker y, por supuesto, de Time y Newsweek. De estas últimas dos creo poder recordar casi cada número. De hecho, para la molestia infinita de mi mujer, tengo guardadas varias cajas con números imprescindibles. Por desgracia, Time eventualmente me decepcionó: hace algunos años, comenzó a enviar a México su versión europea, y aunque comprendí la decisión por los previsibles apuros económicos, la revista me “sacó” de sus páginas rápidamente. Lo de Newsweek fue al revés. Al principio, la recuerdo como una versión mal diseñada de Time. Después de todo, Newsweek siempre fue un derivado de su hermana mayor (Time fue fundada en 1923; la otra, diez años más tarde). Con el paso de los años, sin embargo, comenzó a ganar terreno. Para mediados de los 80, la revista empezó a publicar ediciones internacionales auténticamente independientes. Además, algo notable comenzó a ocurrirle: a pesar de ser históricamente reconocida como una revista más ligera que sus principales competidoras, Newsweek adoptó, en los últimos años, un tono reflexivo envidiable. Bajo la batuta de Fareed Zakaria, un hombre de notable instinto editorial, la revista le dio la vuelta a Time y comenzó a consolidar un estilo concentrado más en el análisis que en el simple registro noticioso. Y entonces llegó la crisis.
A finales del año pasado y principios de éste, el colapso financiero se volvió el último factor de una suerte de tormenta perfecta para el sector editorial. El primer gran reto para las revistas semanales (y de todo tipo, habrá que aclarar) ha sido, por supuesto, la llegada de internet. La red planteó una pregunta ineludible y severa a la prensa escrita: ¿a quién le importa una revista noticiosa que resume la semana cuando todo mundo se entera de las noticias minuto a minuto a través de los sitios de internet? Algunas revistas han optado por fortalecer sus operaciones en la red para mantener viva su misión informativa original. Para su desgracia, en el ciberespacio se encontraron con un acertijo de difícil solución: ¿cómo conseguir que un usuario de la red pague por contenido? Internet nació con dos características particularmente negativas para quienes viven del contenido. Primero, es un medio que no admite interrupciones. A diferencia de la radio y la televisión, internet ha acostumbrado a sus usuarios a la oferta cómoda y constante de información. Así, mientras en televisión toleramos —e incluso esperamos— un anuncio, en internet nos exaspera un banner. En segundo lugar, la red ni nació ni ha logrado ganarse un sitio como un medio apto para la transacción. Como el contenido y las notas informativas están tan universalmente disponibles, los sitios de internet no han encontrado la manera, ni la valentía, de cobrar por sus servicios. Por eso, la gran mayoría de revistas y diarios no han logrado hacer que sus operaciones en la red les generen dividendos.
Ahora, al desafío de internet se le ha sumado la encrucijada financiera que todos conocemos. Sólo en 2008, la publicidad en el sector en Estados Unidos cayó casi 12 por ciento. De las tres grandes revistas semanales producidas allá (US News es la tercera), sólo Time logró terminar el año pasado con números negros. Esta debacle no hizo más que apresurar lo que ya se veía venir desde hace tiempo: la derrota definitiva de las revistas noticiosas semanales —o, al menos, su transformación radical—. Apenas la semana pasada apareció el primer número del nuevo Newsweek. Jon Meacham, el editor de la revista, prometía hace unos meses que el rediseño convertiría a Newsweek en una revista con menor circulación pensada para un público más interesado en el análisis que en la información; un público dispuesto a pagar más y, quizá, suscribirse con mayor lealtad. Para lograrlo, Meacham tendría que haber presentado un proyecto auténticamente innovador y agresivo. Por desgracia, ahora que tengo este primer número en las manos, lo único que veo (como lector de años) es una revista confundida. El equilibrio entre imagen y texto se ha perdido. A diferencia de una revista de la profundidad y belleza de Foreign Policy, Meacham y su equipo parecen haber confundido la profundidad con el bostezo. El diseño de las páginas de opinión, por ejemplo, me parece un desastre. Con una pleca multicolor que no da ni entrada ni guía, los textos de los analistas de Newsweek me recuerdan los de un encarte pagado. Hasta la entrevista con Barack Obama —evidente pièce de résistance de Meacham— está diseñada con demasiado aire y una aridez que asusta. Al final, tristemente, este nuevo Newsweek parece un paso más hacia la tumba antes que un respiro después de la agonía.
Y esas son muy malas noticias para los que aún necesitamos tener algo entre las manos cada lunes.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.