Hugo Chávez viajó especialmente desde Asjabad hasta Venecia para asistir a la presentación de un documental de Oliver Stone. Fue la primera vez, en 66 años, que el presidente de un país asiste al festival de cine. No es un mal dato para alguien que ha hecho de su labor mediática su principal manera de hacer política. El Chávez que camina sobre la alfombra roja, saludando, sonriendo, coqueteando con fotógrafos y reporteros, es quizás uno de los Chávez más coherentes que tenemos. El actor que triunfa en la pasarela del mercado revolucionario mundial.
Un poco antes de su visita, otra de las figuras de la farándula de la izquierda internacional se vio envuelta en un debate interesante. En una rueda de prensa Michael Moore, quien asistió para presentar una película sobre las atrocidades del capitalismo, de pronto se encontró cercado por una veintena de periodistas que le reclamaban el cobro que se les exigía para lograr una entrevista con él. “Hablar con Michael Moore cuesta dos mil euros”, dijo uno de los presentes. Otro reportero aseguró que en alguna oportunidad le habían pedido hasta cinco mil. Se formó una rebelión. Por supuesto que el cineasta se hizo rápidamente el inocente y, más temprano que tarde, se presentó como una víctima más de los perversos procedimientos del sistema. El capitalismo también es una excusa muy rentable.
El presidente de Venezuela se encontraba en una gira de diez días, un crucero peculiar que incluía países como Libia, Irán y Rusia. Fue en Turkmenistán donde, al parecer, de pronto decidió girar y darse un brinquito para acompañar a Oliver en su peli. Por supuesto que el tema del documental de Stone es Hugo Chávez. Si cualquier otro mandatario hubiera hecho lo mismo, de inmediato habría levantado algún chiste, una mueca al menos, sobre este capricho saudita y el costo que representa, para un país con tantos problemas como los que tiene Venezuela, un viajecito de esta naturaleza. Pero otro de los esfuerzos mediáticos de Chávez consiste en presentarse siempre como víctima de sus propios privilegios. Dentro del país, algunos de sus colaboradores y altos miembros de su partido intentaron justificar la ida a Venecia dentro del amplio y combativo territorio de la “guerra asimétrica”. La participación de Chávez en la Mostra sería, de esta manera, un asertivo y valiente acto de resistencia ante la nueva ofensiva en su contra que desarrolla el imperialismo: un masivo ataque a través de Facebook.
En diciembre de 2007 el gobierno venezolano pasó varios días dedicado casi exclusivamente a una fallida pieza audiovisual titulada “Operación Emmanuel”. El espectáculo prometía el rescate, comandado por el presidente Chávez, de varios secuestrados en poder de las FARC. Entre ellos destacaba Emmanuel, el pequeño hijo de Clara Rojas. Se dispusieron helicópteros y, en una pista especial, cerca de la frontera con Colombia, el mismísimo Chávez, en traje de campaña, revisaba y coordinaba toda la maniobra. Ya míster Stone estaba ahí. Llegó ese mismo día, con su camarógrafo, dispuesto a retratar el momento.
La anécdota delata muy bien el tipo de indagación periodística que se ha propuesto el cineasta. Llegó cuando ya el espectáculo estaba armado. Cuando ya no había lugar para las dudas. Cuando sólo tocaba filmar –de la mejor forma posible– un guión heroico. Ese es el tono con que Stone se acerca a nuestra realidad. Así también, al parecer, es el documental que ha presentado en Venecia. Todo indica que se trata de un tipo de apuesta radicalmente distinta a JFK, esa joya dirigida por el propio Stone. Esta vez la versión oficial del poder pretende sustituir todas las preguntas.
Durante mucho tiempo los venezolanos hemos tratado de insistir en la necesidad de observar y ponderar el proceso que vive nuestro país sin tantas simplezas. Una de las claves de la telepolítica es justamente esa: la falta de complejidad. Funciona como las iglesias electrónicas, desarrolla un metabolismo afectivo que no permite un cuerpo ideológico distinto al de las hojas de la margarita: me quiere, no me quiere. Así es la nueva versión melodramática de otra vieja consigna de la voluntad totalitaria: si no estás conmigo, estás contra mí.
El país que vieron en Venecia de seguro se parece muy poco a Venezuela. Pero quizá, por desgracia, sí se parece al país que quiere ver cierta mala conciencia norteamericana y europea. Se hechizan ante un estereotipo puesto al revés. Prefieren la simplicidad de los buenos y los malos a la complejidad de nuestra historia. Porque en el documental de Stone no cabe el testimonio de los periodistas agredidos, ni la versión del alcalde de oposición al que se le ha quitado el presupuesto y las oficinas, ni la opinión de aquellos que denuncian que se está militarizando la sociedad… Mientras Chávez caminaba por la alfombra roja, en Venezuela Julio César Rivas, un joven de 22 años, fue detenido y encarcelado por participar en una protesta pública en contra de la nueva Ley de Educación. El Estado lo acusa de “excitación a la guerra civil”.
La épica de Chávez es mediática. Él también sabe que, a veces, es más rentable hacer ficción que hacer historia. ~
(Caracas, 1960) es narrador, poeta y guionista de televisión. La novela Rating es su libro más reciente (Anagrama, 2011).