Con oscuro peinado de alas que acarician o cosquillean las mejillas, con flequillo a lo Louise Brooks (que fue la más fascinante de las bellas del cine silencioso; véasela en Lulú o La caja de Pandora, de Pabst, 1928), con gafas de tipo “bicicleta” y coquetamente intelectuales (¿usadas más por esnobismo que por dioptrías negativas?), con collar y medallón pectoral (¿de oro, o plata, o marfil o jade?), con elegante chaquetilla (¿de lujoso terciopelo negro?), con medias semioscuras (¿de las de color “gris-humo”?), con la pantaleta (¿de seda o satín o “piel de ángel”?) bajada a la mitad de los muslos, y con zapatos de tacón afilado y de agudas puntas metálicas (que mucho habrán apreciado los fans, si todavía los hay, de Sade, o de Masoch), esa esbelta y bella fräulein, es decir: señorita, fue inmortalizada con un disparo fotográfico cuando, sentada en la taza del baño entre el lavabo y le bidet, es decir; el bidé, leía en el periódico alemán Die Zeit, es decir: El Tiempo, alguna noticia acerca de la actualidad social o política, o tal vez sobre las propuestas de la última moda o sobre algún escándalo de una estrella o un astro del mundo de los espectáculos o un figurín o figurina de la high life europea.
Por lo que puede deducirse, la exquisita fräulein —cuya imagen me cautivó desde que la vi brotar como una bella e hipnótica fantasma en una europea revista de arte de los años ochenta (de cuyas páginas la recorté)— está afiliada a la universal costumbre de leer en el cuarto de baño o retrete o watercloset. Costumbre no admitida por muchos, excepto para lamentarla o deturparla por sucia, pues ocurre que no ha sido cabalmente apreciada como una especie de rito cultural mucho más frecuente que la visita a bibliotecas, museos de arte y salas de concierto. Un ilustre escritor amigo me confesó que, tras leer un famoso texto de Henry Miller en el que recomendaba la lectura en esa situación, decidió que de allí en adelante escaparía al insoportable bullicio de su hiperdemográfica familia acogiéndose al cuarto de baño convertido en su sancta sanctorum espiritual, su hipotética e intermitente torre de marfil; y sin jactancia decía haber leído allí toda la espesa enciclopedia Espasa, haber comenzado a leer la Enciclopedia Británica e, incluso, haber tecleado en la laptop muchos de sus artículos, sus cuentos y ensayos… y hasta algún poema soplado por su ocasional pero no remilgada musa.
¿Quién es ella? ¿Una señorita esnob o una modelo para fotógrafos de renombre?¿Y qué estará leyendo en el famoso periódico? Difícil saberlo, pero sí se sabe que la foto fue hecha —y ya se verá por qué digo hecha y no meramente tomada— en 1986, un año en el que, como suele suceder en cualesquiera otros, ocurrieron muchas cosas en el mundo… y van algunas: hubo un colapso mundial de los precios del petróleo; la nave espacial Voyager 2 fotografió la parte trasera del planeta Neptuno; el tiranuelo de Haití, Jean-Claude Duvalier, por entonces el ubú más joven del mundo, abdicó del poder y se asiló en Francia con algunos de sus zombies particulares; el primer ministro de Suecia, Olof Palme, fue asesinado por terroristas al salir con su esposa del cine en el que quizá habían visto la reciente película de Ingmar Bergman Det tva saliga; la estación de energía nuclear de Chernobyl explotó emitiendo nubes radioactivas sobre una parte de la Europa norteña; y más, y más… Pero la exquisita fräulein de la foto quizá sólo está interesada, y muy su derecho, en saber algún chisme de la gente del olimpo hollywoodense, o de la gente de la high life cosmopolita o de la fauna de sangre azul que todavía se halla en pie y resistiéndose a dejar la circulación histórica. (Oh, me disculpo por las últimas líneas quizá debidas a un intempestivo ataque de resentimiento social.)
Es evidente que la foto de la fräulein lectora no pretende ser una “instantánea” captada por sorpresa y/o por azar, pues la artificialidad de la iluminación con reflector, más el sofisticado glamour de la pose misma, indican que se trata de una imagen preconcebida y preparada como una verdadera puesta en escena, o más bien puesta en ese verdadero escenario que es el blanquísimo y aséptico cuarto de baño en que la dama lee el periódico mientras quizá ocurre lo que Pablo Neruda cantaba en los envolventes versos del “Tango del viudo” (del libro Residencia en la Tierra):
“Daría este viento del mar gigante (…) por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,/ como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada…” (Adviértase lo admirablemente bien situados que están los adjetivos.)
Esa poética fotografía, de una fría y refinada sensualidad discretamente frenada ante la frontera de lo pornográfico, la creó más que la “tomó” en 1986 el distinguido fotógrafo australiano de origen alemán Helmut Newton (originalmente Helmut Neustädter, nacido en1920 y fallecido en 2004), quien se dedicaba a fijar con amorosa cámara a mujeres desnudas o semidesnudas y calzadas (siempre) con elegantes zapatos de tacón afilado. Y sin duda entre sus masterworks se halla la cautivante foto de la fräulein en tal lugar: el delicioso fetiche icónico, ilustrativo del cotidiano y hogareño ritual en el que —por favor, nada de hipocresías— incurrimos diariamente millones de hombres y mujeres en todo el mundo… pero no todos lo hacemos con tan gracioso estilo.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.