Desde antes de que se realizara la marcha contra la “inseguridad” (que es un modo suavecito y hasta elegante de llamar a la criminalidad), el pejeperredismo decía que era cosa de la derecha, de Televisa, del PAN, de los cómplices y seguidores del “pelele”, de los pirrurris o los PRIrrurris, etc. Nada nuevo: esos modos, esos lodos, ya son usos y costumbres de la izquierdísima fervorosa del autoelegido Legítimo que todo lo tiene calculadamente delirado.
Estuve en la plural manifestación del 30 de agosto desde su comienzo y a veces, para comprobar cuán numerosa y varia sería, me detenía en las aceras del Paseo a observar el fluir de los diversos tramos (que no sectores) de la marcha. Vi a algunas personas y uno o dos insignificantes grupitos que, muy su derecho, llevaban iconos religiosos o pancartas con algún mensaje político, pero que se confundían, se esfumaban en ese torrente de acaso trescientos mil “marchistas” de todos los géneros, edades, clases sociales y opiniones políticas (según se colegía de pancartas y letreros en las camisetas o de los papeles y cartulinas en las manos). Aunque había mayor número de gente de la clase media (la que en los periódicos lee algo más que la sección deportiva), no faltaba gente de clase más baja (o sea “la Gente”, según le gusta decir a AMLO como proponiendo un nuevo gentilicio), y es que el crimen se ha democratizado y ahora, como el Don Juan zorrillesco, lo mismo sube a los palacios que baja a las cabañas. Ya hay secuestros a módicos precios de rescate y según la condición social de la víctima es la pedrada. De modo que, disculpe el Legitimisimo, ya no sólo los pirruris tienen el privilegio de ser secuestrables. También les toca la cuota de miedo a los de la sagrada “Gente”.
De ningún modo la marcha se veía “manipulada” ni “politizada” a favor de ningún partido o ideología, aunque sí vi, y oí, a unos cincuenta pejeperredistas que, muy su derecho, instalados en el Hemiciclo de Juárez emitían proclamas sobre un asunto ajeno al tema de la marcha: el de la “privatización del petróleo”; vi además, al final del blanco torrente, pesados camiones de limpia y recogida de basura, de los del DDF (cuyo jefe es legitimista fervoroso), los cuales, como tanques de guerra, avanzaban sobre los “marchistas” obligándolos a dispersarse.
Los iluminados del Perredé y del Pejefe Máximo parecen creer que no importa mentir si la mentira prende convenientemente, y que, si no prende de ninguna manera, todavía vale porque perturba al respetable, y eso es conveniente para, con esa curiosa manera de entender la “resistencia pacífica”, ir preparando el estallido de la “revolución democrática”. Por ejemplo, como muy bien comenta Sheridan en su blog, la todavía en ese momento presidenta de la Cámara de Diputados dijo que un día sus compañeros de partido metieron bombas “molotov” al recinto del Congreso, para, poco después, desdecirse alegremente sin siquiera explicar el motivo de su ocurrencia, y… that’s all, folks. ¿Será ese puntacho, de quien hasta entonces se había conducido bastante seria y sensatamente en su cargo, un signo de que la bufonería noroñista ha hecho escuela en el Perredé? ¿O será la argucia de gritar como en el cuento del pastor ocurrente y el lobo: “¡Cuidado, gente, hay bombas!”, para luego reírse y decir “Fue de chiste, fue pura buena onda”… de modo de que si un día estallan las bombas de verdad, nos sorprendan desprevenidos y bobamente festejando la humorada?
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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.