Durante las elecciones organizadas por el PRD el pasado domingo 15 para elegir representantes a su asamblea nacional, las diferentes “corrientes” del (re)partido se asestaron mutuamente –defensores al fin de los “usos y costumbres”- el viejo manual electoral del PRI: robo de urnas, acarreados, empistolados, carruseles, ratones locos, falsificación de boletas, padrones rasurados, etcétera. Todo el arsenal de la tradición anti-democrática que México padeció a manos del PRI durante buena parte del siglo pasado, corregida y aumentada.
La esencia paleopriista late en el alma de los perredistas duros, ergo, no debería asombrar su método. Me pregunto cómo reaccionarán los perredistas honestos que piensan que su partido es la solución a los problemas de México; personas de buena fe, críticas, preparadas e informadas, ávidas de cambios urgentes. Su incondicionalidad a AMLO y al PRD no deja de apoyar en los hechos a quienes medran con el negocio de manejar grupos, frentes, sindicatos, multitudes y que -como queda en evidencia luego de esta noticia— legitiman esas prácticas y le tienen un profundo desprecio a la democracia (o creen sólo en “la democracia directa”). ¿Qué dialéctica puede justificar que el apoyo a su hipotético, futuro triunfo, implique fortalecer día tras día el poder de Bejaranos y otros dueños de franquicias clientelares?
No me explico cómo alguien que ya vivió todo eso con el PRI, durante décadas, contra lo que luchamos denodadamente en 1968 y después, se las arregla moralmente para convertir todo lo que aborrecía en el PRI en algo justificable en el PRD. Y lo que no sólo no me explico, sino además me escandaliza, es su convicción en el sentido de que, cuando llegue el triunfo, el “detalle clientelista” podrá ser arreglado sin mayor problema…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.