La oportunidad para cambiar el pasado, rectificar aquello que se sabe es imposible corregir porque se cree que así el presente será mejor, es lo que todos piden alguna o muchas veces en su vida.
El relato más conocido de Delmore Schwartz, y al cual debe su fama, permite al lector acercarse a dicha fantasía. La historia: en un cine, un chico es espectador de una película cuyos protagonistas son sus padres antes de ser sus padres. Las primeras escenas son escenas de una vida que no tienen nada de raro. El hijo asiste al enamoramiento de la pareja, es testigo de las ilusiones y el agobio que puede suponer un compromiso. Y en un momento él también se empieza a agobiar, cuando ve que algo se descompone entre la pareja, y grita en el cine con la impotencia de quien sabe que no podrá impedir nada.
Schwartz es un cronista del desencanto. Su estilo, alejado de esa pirotecnia verbal que otros autores suelen utilizar como disfraz de su falta de fuerza, está marcado por la construcción de frases que pretenden contener la verdad sobre la vida, la suya es una escritura luminosa, la de un poeta que traslada con éxito su arte a la narrativa. Algunos ejemplos: “Nadie tiene una existencia verdadera en el mundo real porque nadie llega a saber todo lo que es para los demás seres humanos, todo lo que dicen a su espalda, todas las estupideces que el futuro le deparará.” “En esta vida que llevamos no hay comienzos, no hay más que desvíos a los que llamamos comienzos, investidos de las emociones formales que se consideran apropiadas y que a veces son forzadas.” Los párrafos corresponden a “¡América! ¡América!” y a “El mundo es una boda”, dos relatos que, como el resto, han sido opacados para el público por la leyenda construida alrededor de En los sueños empiezan las responsabilidades, su gran relato, publicado en la editorial Alpha Decay, en su colección “Alpha Mini”. Si caen en la tentación, quienes deseen conocer más a Schwartz, tendrán que hacerse con la colección de sus relatos, La responsabilidad empieza en los sueños, publicada por Bruguera.
Hijo de unos inmigrantes judíos en Nueva York, Schwartz es uno de esos escritores cuya leyenda compite con su obra. Al comienzo, como en su relato mayor, parece que todo va bien. Estudia en un par de universidades antes de recalar en Harvard, para estudiar filosofía, pero abandona. Unos años más tarde se casa e inicia su carrera literaria con un gran recibimiento por su primer libro. Se divorcia. Es el editor de la revista Partisan Review durante más de una década. Vuelve a casarse y otra vez se divorcia. Lo consideran uno de los mejores escritores de su generación. Enseña en la Universidad de Syracuse, donde alecciona sobre el poder de la palabra a un joven Lou Reed. Pero algo falla. Como apunta Rodrigo Fresán en el prólogo a la edición de Bruguera, puede que la escasa repercusión de Génesis, el poema que esperaba lo elevara a la altura de Pound y Eliot, transformara lo que parecía un sueño en la pesadilla de alcohol y paranoia que fue su final.
En “¡América! ¡América!”, Schwartz retrata el universo judío a través de dos familias, los Fish y los Baumann.
Al inicio del relato se cuentan las circunstancias del retorno de Shenandoah Fish al hogar, después de una temporada en París. Luego aparece su madre, quien le pondrá al día sobre la vida de los Baumann, y a través de ella Schwartz reconstruye la trayectoria de ambas familias, sus anhelos y sus desilusiones. Pero en vez de depositar el peso de la historia en un solo personaje, crea varios inolvidables, como el encantador Dick, hijo mayor de los Baumann, a quien su encanto no lo salva de fracasar en cada una de sus empresas, en ese intento por alcanzar la riqueza que parece un denominador común entre todos. En “El mundo es una boda”, Schwartz presenta a un grupo de jóvenes perdedores por naturaleza, atrapados por la Gran Depresión, carentes de talento para salir adelante y necesitados los unos de los otros para disfrazar la realidad. El grupo se reúne en el apartamento de Laura, la hermana de Rudyard, elevado a la categoría de genio por ella y, por eso mismo, liberado de tener que trabajar como el resto para que pueda dedicarse a escribir sus obras de teatro. El primero en fracasar es Rudyard, pero también es el único que sigue dedicándose solo a la escritura, mientras que los demás se emplean en trabajos que los dejan insatisfechos.
“Su vida, en tanto parte del círculo, era su vida verdadera, y su pobreza de clase media venida a menos les impedía salir en busca de las chicas y considerar la idea del matrimonio. De vez en cuando algunos sí conocían a chicas y salían con ellas una corta temporada, pero como ninguno, salvo Rudyard, estaba haciendo lo que deseaba hacer, el matrimonio era algo tan lejano como un país remoto.” Retrato de una generación víctima de una crisis que derriba sus sueños, el mismo párrafo podría servir para explicar la realidad actual de los jóvenes subempleados que han visto aplazadas sus aspiraciones. Laura, la hermana, se convierte en el personaje más entrañable, una joven que según pasan los años empieza a resignarse, acepta que ya no puede reclamar afecto y que solo le queda rogar por algún tipo de compañía, mientras bebe y aflora su rencor hacia otras chicas más afortunadas.
Dinero, sueños, cines, colegas que comparten la soledad y el fracaso, familias en descomposición, son temas y lugares que se mantienen a lo largo de los ocho relatos en la edición de Bruguera. En una de las dos canciones que Lou Reed le ha dedicado, se escucha: “Delmore, extraño tus bromas y las cosas brillantes que decías.” Sí, pero no hay que extrañarlo demasiado, porque Delmore Schwartz cumplió con su responsabilidad. Ahora es el turno de los lectores. Sueñen y agradezcan, porque en la ficción siempre hay una nueva oportunidad. ~