La tesis de que la Unión Europea necesita de unos Padres Fundadores que ex novo lo moldeen todo constitucionalmente parece corresponder a un anhelo del siglo XIX, muy previo al pistoletazo de Sarajevo, al vagón blindado de Lenin o al desembarco de Normandía. Es como pensar que en las aguas profundas de la historia europea persiste una Atlántida racionalista que sólo requiere ser recuperada de entre especies abisales. Los conflictos de hoy los Balcanes, el terror global, las migraciones masivas ayudan a que la conciencia de Europa se acurruque en el desplazamiento de culpas hacia su aliado americano cuando no se aplica el cilicio multiculturalistada, ajena al esfuerzo que se requiere para ser potencia en razón de una historia y una civilización.
Después de la Gran Guerra, Robert Musil se preguntaba qué había cambiado: "Antes éramos laboriosos ciudadanos, luego nos convertimos en homicidas, asesinos, ladrones, incendiarios y cosas de esa ralea; y, con todo, no hemos vivido, propiamente, nada". Se había ganado en desasosiego. Los catorce puntos de Wilson redactados fundamentalmente por un joven Walter Lippmann acaban con la Monarquía Dual y la Cacania de Musil se agrieta en un zigzag de fronteras y comunidades quebradas.
La reedición de El hombre sin atributos obliga a admirar con estupor irónico los preparativos de aquella Acción Paralela que iba a conmemorar los setenta años del emperador Francisco José al frente del Imperio Austrohúngaro. Son páginas cruelmente memorables que llevan a un paralelismo satírico con esa franja cada vez más ancha que se extiende entre las apariencias y las realidades de la Unión Europea, entre sus deseos y sus actos, entre su querer y su poder. De Cacania, Musil dice que por su constitución era liberal pero se la gobernaba clericalmente: "Se la gobernaba clericalmente, pero allí se vivía de forma liberal. Ante la ley, todos los ciudadanos eran iguales, pero no todos eran exactamente ciudadanos". De forma inevitable y quién sabe si feliz, los súbditos de la Monarquía Dual carecían de una identidad del todo precisa. Escribe Musil en El hombre sin atributos: "Se tenía un parlamento, que hacía un uso tan violento de su libertad que normalmente se le mantenía cerrado, pero también existía una cláusula de emergencia, con cuya aplicación se podía pasar sin el parlamento, y cada vez que todos estaban ya tan contentos con el absolutismo, entonces la corona ordenaba que había que gobernar de nuevo al modo parlamentario". Según una célebre fórmula, en aquella Austria dominaba el absolutismo, atenuado por el desorden. Para Musil, el rostro de Austria "era sonriente porque ya no tenía músculos".
Uno de sus amigos más próximos escribió: "El Musil es un animal noble, sólidamente proporcionado, que se hace notar en su pequeña familia de gamos por la extraña costumbre de hibernar, después de cada año de vida apasionada, cinco años en un hielo impenetrable". Es el Musil que habita en las regiones polares.
En el mundo pasado de Musil, todas las metáforas actuales de una Europa que da por supuesto que ha de devenir en realidad por el hecho de ser necesaria sugieren la irresponsabilidad de quienes, al aceptar un sentido histórico de la necesidad, lo justifican prácticamente todo. Por mala conciencia, el candor europeísta contribuye a ignorar los enfrentamientos titánicos entre la cultura y la naturaleza. Se trataría de hacer oídos sordos al fragor de la historia para no verse las manos sucias, a la manera de la ingeniería social que, para obviar la muerte y el dolor, construye rascacielos sobre los cementerios. Por contraste, la obra de Musil propone la exactitud en el entendimiento de lo que es y de lo que puede ser. Pensaba en el escritor como conciencia de su tiempo, superior a su tiempo, abogado de su tiempo, superior a su tiempo, y abogado de su tiempo contra su tiempo.
El hombre sin atributos a veces parece sostener un extraño acueducto que va del Imperio Austrohúngaro hasta la actualidad de la Unión Europea. Aquel Estado dice Musil no tenía cerebro porque le faltaba una voluntad central, una idea directriz, porque "era un organismo de administración anónimo, un verdadero fantasma, una forma sin materia, sujeta a influencias ilegítimas, a falta de influencias legítimas". También en Cacania "se actuaba siempre de modo diferente de como se pensaba, o se pensaba de modo diferente de como se actuaba".
La alta repostería vienesa y los compases de la marcha Radetzky conciernen a un hombre sin atributos ideado por un escritor que se liberó a tiempo de Nietzsche y abominó prontamente de Freud. Ahora mismo la tentación de una Europa ideocrática puede producirse en simultaneidad con los usos cotidianos de lo pragmático. A su modo, otra Acción Paralela lleva un tiempo organizándose y no parece existir otro Robert Musil que la someta al juicio de la exactitud y de la literatura ejercida como forma de pensamiento. –
(Palma de Mallorca, 1949) es escritor. Ha recibido los premios Ramon Llull, Josep Pla, Sant Joan, Premio de la Crítica, entre otros.