La digitalización de acervos literarios en español ha conocido, en estos días, uno de sus triunfos más notables. Se trata de “Revistas de la edad de plata”, una interfaz en línea, desarrollada por la Residencia de Estudiantes de Madrid, que combina la elegancia en el diseño y la facilidad intuitiva del uso (algo que no puede decirse, por ejemplo, de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes) con una profunda investigación hemerográfica. El resultado: un retrato coral de la vanguardia artística del siglo XX hispanohablante, en más de 14,000 páginas de revistas digitalizadas en versión facsimilar y en HTML.
En términos de navegación, la herramienta es un prodigio. Cercana al tipo de experiencia del usuario desarrollada en aplicaciones para iPad como DiscovrMusic, “Revistas de la edad de plata” funciona a partir de círculos que relacionan entre sí las distintas publicaciones con sus animadores, colaboradores ocasionales, grupos o generaciones literarias y contenidos. Cada autor aparece, así, como el centro de una galaxia literaria en torno de la cual orbitan revistas, tertulias y discusiones; este modelo de arquitectura de la información y representación gráfica, creo que vale la pena decirlo, es una forma muy conveniente para plasmar ese ambiente de intercambios, amistades y disputas que solemos asociar con la vanguardia. Un poco como si alguien se dedicase a trazar mapas conceptuales que tradujeran esos lazos de afinidad estética delineados en la Historia abreviada de la literatura portátil, de Vila-Matas.
Si uno elige, por ejemplo, a Alfonso Reyes como núcleo temático en esta página, verá desplegarse, a su alrededor, la Tertulia del Café de Pombo; revistas como Ciudad, Alfar, Bolívar y La pluma, entre otras; poemas y artículos publicados por Reyes en esas páginas, y algunas obras del regiomontano (nada más que mencionadas, como simples referencias). De ahí uno puede seguir cualquiera de las líneas ofrecidas y llegar, por ejemplo, al cubismo y los autores que se asocian a este movimiento.
La crítica, y este reparo no podía faltar, es que este rico entramado de influencias, esta genealogía de la vanguardia que pone el acento, inteligentemente, en las revistas, empobrece notablemente cuando se salta el charco. A Octavio Paz se le asocia, apenas, con Taller y Nueva cultura, y las relaciones entre autores latinoamericanos están menos trabajadas que entre estos y los españoles. No es una queja localista: también cuando la vanguardia se internacionaliza y comienzan a aparecer obras, autores y publicaciones francesas, “Revistas de la Edad de Plata” se va quedando calva en conexiones. (Me parece justo, eso sí, que Arthur Cravan, a quien le dedicara ya una entrada de esta bitácora, aparezca prácticamente solo en su ecosistema, desvinculado de todo).
En cualquier caso, hay que dar por bienvenida la iniciativa de la Residencia de Estudiantes –que honra y revive la historia de esa institución, sede y protagonista de buena parte de esos parentescos estéticos–, pues propone una manera esquemática pero efectiva de comprender la vanguardia literaria, además de poner al alcance de cualquiera una cantidad nada despreciable de artículos, poemas y debates que de otro modo se enmohecerían en alguna oscura hemeroteca. Hay que buscar, eso sí, que la herramienta gane en complejidad, haciéndole justicia al ánimo internacionalista de algunas de las publicaciones y movimientos que retrata: superando el enfoque nacional de la literatura (y el arte) que todavía la limita.
(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).