La vicevida

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Quien estรก en un tren es signo de que quiere ir a alguna parte, y lo hace siempre y solo en vista de alguna otra cosa. Es decir, su objetivo estรก en otra parte: la รบnica excepciรณn es el personal que viaja. Nuestra vida estรก llena de estas actividades instrumentales y vicarias, en el curso de las cuales, mรกs que vivir, esperamos vivir, o mejor dicho, vivimos en espera de otra cosa. Pueden ser atroces como la burocracia y la enfermedad (entendida como “burocracia del cuerpo”), o bien neutras, como el viaje, justamente. Son los momentos en los cuales actuamos como el vehรญculo de nosotros mismos. Es lo que llamo la vicevida.

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Aunque no pertenezco propiamente al ramo, tengo bastante experiencia para hablar de trenes. Yo, por ejemplo, he dormido en el acordeรณn entre dos vagones, esas extraรฑas pasarelas, esos puentes suspendidos y articulados, con goma o fieltro negro que hacen de pared, como en los fuelles de las antiguas cรกmaras fotogrรกficas. Viajรกbamos de noche, en convoyes atestados, sin litera, sin puesto siquiera. A veces se dormรญa en los pasillos, hasta que una vez nos tuvimos que rendir, y nos acomodamos en el pasaje colgante.

La juventud es un fenรณmeno nocturno. El dรญa, en general, cambia poco; a veces, incluso, mejora. Pero las tinieblas, la oscuridad protozoica de los diecinueve aรฑos… Agua abisales, diez, quince horas de un sueรฑo agรณnico. Confusiรณn, confusiรณn. Y entonces ¿quรฉ cambia si dormimos en una cama o sobre una lรกmina de acero, inclinados sobre rieles, en un rombo, un quebranto a ciento veinte por hora? Yo dormรญa asรญ: era el sueรฑo del tren.

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Mรกs que miedo, espanto. De niรฑo, dejo Parรญs hacia la Bretaรฑa, pero no se llega nunca. Pido noticias, y descubro estar en la lรญnea hacia Burdeos. Escapado, desviado hacia el sur. ¿Y el billete, y el dinero, y la cita? Tal vez fue asรญ que empezรณ esa ansia de horario, de la parada justa, que desde entonces se apodera de mรญ a cada momento, incluso si viajo en autobรบs. Aquella seรฑal granate, aquel rojo burdeos, se imprimiรณ indeleblemente en mis recuerdos: es la herida, la amenaza que gravita sobre cada elecciรณn en el momento de partir, el terror, digรกmoslo, el terror de perderse en el desencuadernamiento de un mundo sin confines. Me ha sucedido incluso que he preguntado en el aviรณn, si el destino era el mรญo.

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Me he preguntado durante mucho tiempo por quรฉ razรณn los niรฑos y los coleccionistas aman tanto los trencitos de juguete, encantados ante su espectรกculo como el hombre primitivo ante el fuego. Quizรกs ahora lo entiendo: es por culpa del anillo. Todos los medios de transporte, bajo cualquier forma, son reducidos a pasatiempos y miniaturizados (aviones, automรณviles, barcos). El tren, sin embargo, posee una caracterรญstica รบnica: para funcionar, su recorrido debe tener una forma circular. Ello explica la fascinaciรณn que nos asiste ante el trรกnsito periรณdico de sus vagones, viรฉndolos pasar ante nuestros ojos, ir y volver, pasar y regresar. Hay quien pasa horas en la contemplaciรณn de este orbitar domรฉstico.

Tal vez ahora entiendo tambiรฉn por quรฉ sacaba mi viejo modelo Lima el dรญa del cumpleaรฑos de mi hijo: era para festejar un nuevo anillo crecido alrededor del tronco. Sin embargo, ¡la realidad es tan diferente! ¿Cuรกndo se ha visto un tren que describa circunferencias? Cuanto mรกs, regresa, en paralelo al viaje de ida.

Potencia del juego. Evidentemente, nuestra estructura mental actรบa de manera un tanto coercitiva, para someter cualquier fenรณmeno a su propia necesidad. El poeta la llamaba “ciclomanรญa”, o sea, “enfermedad del regreso”. Tenemos necesidad de algo que nos dรฉ seguridad; si no es la apariciรณn del sol en el horizonte, al menos la del tren elรฉctrico luego de la รบltima curva.

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Nieva en campo abierto. Fue un viaje desafortunado: seis horas y media de retraso en un trecho de seis horas y media. En mitad del trayecto cae la noche: ahora el convoy estรก detenido en medio de la tormenta. Empiezan a escasear las bebidas, el vagรณn-restaurante cierra. El tren, sin embargo, consigue arrastrarse hasta una pequeรฑa estaciรณn, donde nos abren el รบnico cafรฉ. Lo invade un gentรญo alborotador, que saquea panetelas, panettoni, chocolates. Preocupaciones y congojas. Niรฑos, ancianos, extranjeros. Luego de tanta tensiรณn, ahora hay un sรบbito aire navideรฑo. Solo en un vagรณn, el รบnico en medio de la oscuridad y el hielo, nadie comparte la sรบbita euforia. Peor para ellos; el resto del tren festeja, como un pesebre iluminado y cรกlido.

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Bellรญsimos los vagones, vacรญos y cรกlidos, del verano, especie en declive, desiertos, tintineantes, parabรณlicos. Sobre todo cuando todavรญa existรญan los compartimentos, y no se podรญa echar un vistazo inmediato y completo sobre todos los viajeros presentes. Descubrir poco a poco, como en la aureola de un mazo de naipes destapada lentamente, que estamos solos, solos como puede estarlo un as de corazones en medio de diamantes, trรฉboles, picas. Un poco de temor, al principio, asomรกndose en el umbral. ¿De veras no hay nadie? No. Y entonces dejarse llevar, ligeros, en aquel cajรณn susurrante y sonoro, mientras julio nos espera, entra el aire ardiente, se hinchan las cortinas, suena el postillรณn y el vagรณn avanza entre la luz.

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Una piedra, arrojada contra el tren en marcha, golpea la ventanilla del compartimento de al lado. Por suerte, no habรญa nadie allรญ dentro, pero los vidrios rotos chocaron contra todas las paredes. Un poco mรกs, y habrรญa terminado como San Sebastiรกn. ¿Habrรก sido un accidente, provocado tal vez por un desprendimiento bajo un tรบnel? ¿O tal vez detrรกs habรญa el diseรฑo de algรบn zoquete, perdido en medio del campo, tejiendo su aburrimiento y entrelazรกndolo con el destino de un viandante cualquiera?

Entrevistado hace algรบn tiempo, un gran estudioso confesรณ que le gustaba dedicar el tiempo libre al examen de carreteras, aeropuertos, vรญas fรฉrreas, ya que, segรบn รฉl, serรญan estos los herederos directos de las antiguas construcciones religiosas. De hecho, junto con las catedrales, son lugares destinados al intercambio y a la comunicaciรณn. Lรณgico, por tanto, presumir que, asรญ como de tantas ciudades medievales a menudo solo quedaron las iglesias, los รบnicos productos arquitectรณnicos capaces de sobrevivir en el futuro serรกn tal vez las infraestructuras de los sistemas de circulaciรณn. “Los historiadores del maรฑana se encontrarรกn frente a estas nervaduras, parecidas a aquellas de las hojas muertas, en medio de las cuales no quedarรก gran cosa.”

Cuando leรญ estas lรญneas vivรญa en el interior de un cruce, en una casa crecida dentro de los pรฉtalos de un nudo de carreteras en expansiรณn. Trifolio, cuadrifolio, este organismo seguรญa germinando. Brotaba, lentamente, de la tierra. De vez en cuando, unos pocos obreros se paraban a conversar sobre la inmensa explanada amarilla, y parecรญan habitantes de un desierto de los tรกrtaros, o bien beduinos junto a las pirรกmides, perdidos en el horizonte de un grabado decimonรณnico. Poblaciones como esta existen realmente, y se reรบnen justamente a lo largo de las grandes vรญas de comunicaciรณn, para mirar los grandes trenes o los autos, para odiarlos, arrojรกndoles piedras o miradas de desprecio.

Son personas caรญdas en la absoluta derelicciรณn, en un desolado hรญbrido de nomadismo estable, como esas que a veces se encuentran viajando. Hace tiempo, entre las cartas de los lectores a un diario, apareciรณ este curioso testimonio: “Manejando en la carretera o viajando en tren, en la innatural monotonรญa del trayecto, he quedado atrapado por extraรฑas presencias: un niรฑo aferrado a las redes de protecciรณn de un paso peatonal, triste e inmรณvil, a veces solo, a veces con un compaรฑero mayor, a veces junto a una bicicleta. Ayer se me apareciรณ ademรกs como una alucinaciรณn premonitoria, un niรฑo de estos, dedicado a esperar que el humo de los vagones, en el que viajaba yo mismo, se disolviera en el aire.”

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He aquรญ el primer poema en el cual se me ocurriรณ evocar un tren:

 A esta hora el ojo

regresa a sรญ mismo.

El cuerpo quisiera encerrarse en el cerebro

para dormir.

Todos los miembros se recogen:

es tarde. Y estas dos muchachas

en el asiento del tren

se inclinan cabeceando de sueรฑo

aturdidas en el reposo.

Son animales que pastan.

Eran realmente curiosas, las dos estudiantes que regresaban a casa por la tarde, en un tren regional, sentadas frente a mรญ en un viejo compartimento. Me habรญa impresionado su cansancio. Oscilaban, literalmente; topaban entre sรญ y fueron agarradas por el sueรฑo justo ante mis ojos.

Por otra parte, se entiende: ese vibrar, ese suave derrumbe molecular a que el tren somete nuestro organismo, ese desmontaje interior, ese incesante temblor de un mundo lanzado en las vรญas, ¿no es tal vez la mรกs lograda representaciรณn de la cuna?

Cayeron una sobre la otra y allรญ se quedaron, volcadas, jadeando, como si rumiaran el alimento del reposo. La mirada habรญa desaparecido con la caรญda de los pรกrpados, pero incluso si los hubiese levantado solo habrรญa encontrado la vacuidad que trasluce el ojo de las bestias. Estaban concentradas en sรญ mismas, pero al mismo tiempo ausentes, serias, serenas y severas, decididas a dormir con la misma determinaciรณn con la que uno se prepara para un examen.

 *

Juegan a las cartas en el tren (jรณvenes y viejos) o miran hacia fuera. Pero yo en el tren leo, y leo para narcotizarme, narcotizando el viaje: lectura como antรญdoto. Pongo en stand-by las pulsiones, los miedos, los deseos, conservando solo el funcionamiento de la mente. Se llama paraรญso: “Estoy aquรญ sentado y leo a un poeta. En la sala hay muchas personas pero no se hacen notar. Estรกn en los libros. A veces se mueven entre una pรกgina y la otra, como hombres que se dan la vuelta en el sueรฑo, entre un sueรฑo y el otro. Quรฉ bien se estรก entre los hombres cuando leen. ¿Por quรฉ no son siempre asรญ?”

 *

Un dรญa he visto a dos muchachos sentados, que engaรฑaban el tiempo divirtiรฉndose en proyectar sobre las paredes los reflejos de sus relojes alcanzados por la luz. Dos puntitos blancos que se persiguen, dos insectos de fulgor. He mirado un instante, luego he seguido a lo largo del pasillo, pero mientras caminaba, al pasar junto a ellos, por un instante les he arrebatado esos deslumbres, trayรฉndolos conmigo.

 *

A veces los suicidas bloquean un tren. No hablo de los desafรญos en YouTube, con los muchachos que filman sus pruebas de valor y esperan a que llegue una locomotora para saltar en el รบltimo segundo. Pienso en quien escoge matarse en la desolaciรณn y el silencio de los grandes nodos ferroviarios o a lo largo de las solitarias vรญas fรฉrreas de provincia, arrollados por el paso de los convoyes. Por eso estamos inmรณviles durante horas, inmovilizados, expuestos a esa intolerable carga de pena que ha empujado a alguien bajo nuestras ruedas.

Yo odio al hombre que ha detenido al tren y odio al tren que lo ha desmembrado vivo, y odio mi odio, y siento una vergรผenza atroz por estos sentimientos. Sin embargo, siento como si sufriera una agresiรณn. Aquรญ no hay un tronco, interpuesto por los bandidos, obstruyendo las vรญas; ahora, atravesado, hay solo un inmenso sufrimiento que, en cuanto los vagones se detienen, nos asalta y nos desvalija a todos.

No, hay una diferencia entre los ladrones y el suicida. Aquellos te atacaban para llevarse el equipaje; este, por el contrario, te obliga a aceptar otro. Nada se crea, y nada se destruye: su dolor realmente no ha desaparecido, sino que ha sido distribuido entre los presentes, aunque en partes desiguales. Y cuando se reparte, pesa un poco mรกs. ~

 

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Versiรณn del italiano de Ernesto Hernรกndez Busto

En La vicevita. Treni e viaggi in treno, Gius, Laterza & Figli, 2009.

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