Tengo en mis manos Sin trama y sin final, una colección de 99 consejos para escritores, tomados en su mayoría de la correspondencia de Antón Chéjov. La edición es del escritor italiano Piero Brunello y fue editada por Alba Editorial en el año 2002. Aunque algunos de estos consejos circulan en la red en un apócrifo decálogo, lo interesante de esta compilación no sólo es la introducción de Brunello, o las fuentes citadas, sino la manera temática en la que los consejos están ordenados: por qué escribir, qué escribir y cómo, veracidad, descripciones, personajes, cosas que deben evitarse, etcétera. Por su practicidad, el sentido común de los consejos, Sin trama y sin final es un pequeño tomo que puede estar en el escritorio, al lado del Panhispánico de dudas y el Diccionario de uso del español de María Moliner. Es una especie de Biblia Gideon en la habitación de un hotel barato llamado Incertidumbre, en la que todo desesperado joven escritor está obligado a pasar más de una noche, sin poder dormir. Ni siquiera hay que leerlo de principio a fin, basta con abrir una página al azar para aprender o reafirmar algo.
Así pues, en la página 46, en la sección “Qué escribir y cómo” leo: “Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o una cocinera”. Es el fragmento de una carta que Chéjov escribió en 1894; el destinatario es Alekséi Suvorin. Si bien no está redactado en forma de “consejo”, muchas veces se ha citado este fragmento como tal. Es fundamental no sólo para entender la obra del escritor ruso, en cuyas historias el protagonista es el hombre o la mujer comunes, sino para comprender una buena parte de la literatura rusa, que desde muy temprana edad se propuso hablar sobre el hombre de a pie, antes que de los temas grandilocuentes.
En otra carta enviada a Suvorin, tres años antes, en 1891, a propósito de Guerra y paz de Tolstói, Chéjov reafirma esta idea: “Todo lo que dicen y hacen Pierre, el príncipe Andrei, o esa perfecta nulidad de Nikolai Rostov es bello, profundo, natural y conmovedor. Todo lo que dice o hace Napoleón no es natural ni inteligente, sino hinchado o insulso”. Como es bien sabido, lo que Tolstoi se proponía al hacer de Napoleón un personaje estaba más cerca del campo de la historia, o de la moral, o incluso de la filosofía política, antes que de la literatura; demostrar que la grandeza de Bonaparte no era tal, entre otras cosas. No sé si lo haya logrado, pero en su defensa puedo decir que las mejores partes de Guerra y paz son aquellas donde hay mujeres de la alta sociedad hablando sobre el Zar o sobre la guerra, haciendo calceta; es decir: aquellas partes íntimas con personajes inspirados por figuras reales que el escritor conocía muy bien. Tal vez por eso ahora algunos preferimos Ana Karenina, aunque los temas, el adulterio, la búsqueda de una verdad íntima, no parezcan más elocuentes que Austerlitz o Borodinó. Digo algunos, porque si nos damos una vuelta por la sección de libros de Sanborns veremos que la novela histórica, o los libros sobre narcotraficantes y políticos famosos predominan en los anaqueles. Aunque todo depende de la manera en cómo se trate el tema. Creo que ningún lector medianamente sensible le pondría peros a Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar en donde el protagonista, que pertenece al campo de la historia, no es más que un pretexto para hablar de cosas cercanas, y por lo tanto universales. Más ejemplos llegan a mi mente al azar: La muerte de Virgilio de Hermann Broch; Los idus de marzo de Thorton Wilder y El regreso de Casanova de Arthur Schnitzler. Aunque dudo mucho encontrar cualquiera de estos títulos en los anaqueles de Sanborns.
Es decir, que aunque el consejo de Chéjov no es una ley universal, creo que puede serle muy útil a cualquier escritor inexperto. ¿Cuántos no se quedan en el camino precisamente porque sus ambiciones eran más grandes que sus habilidades o experiencia? Y con todo, sí, resulta más fácil novelar sobre lo abstracto, lo lejano; sobre personajes históricos que de los cercanos. De entrada, para escribir sobre Sócrates hace falta erudición, leer un montón de tomos sobre su vida, la de Platón, sobre la Atenas de aquel entonces, la vida intelectual, etcétera; cualquiera puede hacerlo si tiene el tiempo y la bibliografía correcta. Para hablar de una señorita o de una cocinera hace falta tener una sensibilidad que difícilmente se aprende en los libros, tal vez se nazca con ella, pero hay que cultivarla. Muchas veces he tenido que dejar a un lado toda clase de novelas porque lo que veo en ellas no me gusta: el narrador sabelotodo, citas de Heidegger, de Borges, de Los Tigres del Norte, revisionismo histórico (Melchor Ocampo era gay), tramas complicadísimas, etcétera. Pareciera que a los escritores les interesa más mostrar que saben mucho o que son muy inteligentes antes que contarnos una historia. Y sí, es más fácil citar a Heidegger por lo visto.Y no me parece mal. Es sólo que a mí como lector la vida interior de una muchacha me parece más fascinante que cualquier filósofo alemán. A lo mejor lo que pasa es que soy un sentimental.
¿Cuál es la razón de esta tendencia en la literatura? Yo creo que viene de la idea de la lectura como un acto elitista. En un país donde nadie lee, los pocos lectores que hay se sienten como dioses del Olimpo. Se lee para adquirir prestigio, para estar al tanto, para aprender de filosofía alemana, de literatura norteamericana, de la vida de los famosos, de la impotencia sexual de nuestros héroes. A nadie le interesa la vida interior de una muchacha. Snif.
Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).