Entre los autores estadounidenses de primera fila que llevaron a la literatura el problema nine eleven, están John Updike (Terrorist, 2006). Su novela dividió opiniones, ganándose el encono de un sector de estadounidenses por ir a la génesis del terrorista ficticio Ahmad, nativo de las inmediaciones de Nueva York. La obra tiene mucho del bildungsroman, la novela de aprendizaje, tratando de un adolescente hijo de norteamericana y egipcio, que con el beneplácito de su madre Ahmad se convierte al Islam y asume las enseñanzas del rigorista imam, el Sheij Rashid. Mediante su personaje, Updike cuestiona a la sociedad decadente, materialista y hedonista que le rodea; el joven Ahmad se debate entre la conciencia religiosa inculcada por Rashid, con claras insinuaciones a los actos terroristas, y los consejos de su asesor escolar, que ha sabido reconocer sus cualidades humanas e inteligencia. He ahí el conflicto de personaje planteado por Updike y mal interpretado de apología por los lectores de algunos sectores estadounidenses. Fue la penúltima novela de Updike, que buscando horadar en el núcleo humano con el taladro de la ficción, se otorga un poco de luz a sí mismo.
Jay Mcinerney, uno de los novelistas estrella de los años 80, conocido por su libros magistrales sobre el vino, aseguró en entrevista al USA Today: “Eventualmente habrá una novela –o una serie de novelas– que dará forma a nuestro conocimiento sobre estos eventos, de la misma manera –por ejemplo– que El gran Gatsbynos informa sobre el espíritu de los años 20″. El mismo Mcinerney, también en el 2006, publicó la novela The good life, secuela de Brightness Falls, en la que, a modo de triller, ubica a sus protagonistas, los Calloway, en la crisis de la mediana edad ente una prosa corrosiva de terroristas en aeroplanos. Su historia es de amor y desamor y esperanza; plantea una metáfora de la caída del matrimonio con la de las torres gemelas; al caer las torres, sobrevive intacta la bodega de vinos del Windows on the World, en alusión a la pervivencia del amor. En momento sublime es en el que bajo la Zona Cero, ente la confusión, el polvo, el derrumbe, Like McGavock y Corinne Callaway se encuentran entre el polvo y él, aún aturdido, cree ver un ángel caminando sobre la tierra, se trata de su mujer. En suma, la novela construye una bella metáfora entre el amor y los hechos catastróficos. No linda en lo ideológico ni lo moral. Mcinerney mismo asume que la suya, no es la novela definitiva sobre el 11S. Otro de los autores más jóvenes que novelaron el 11-S es Jonathan Safran Foer, nacido en 1977. Su Tan fuerte, tan cerca (Extremely Loud and Incredibly Close), publicada en el 2005, cuenta la historia de Oskar, de 9 años, cuyos abuelos paternos escaparon de los bombardeos sobre Dresde durante la Segunda Guerra, no así sus padres, en la Torres Gemelas. Tras la muerte de su padre encuentra cierta llave en un jarrón con la inscripción Negro. Con la suposición de que se trata de un mensaje emprende una búsqueda por la ciudad de Nueva York que acaba conformando la novela.
De quien todo mundo ansiaba leer al respecto, era del neoyorkino Don DeLillo, autor emblemático que en su novelística no solo ha retratado el alma de su ciudad, sino el espíritu norteamericano de la segunda mitad del siglo veinte. En Underworld, DeLillo había plasmado de manera magistral un fascinante plano neoyorkino a través del tiempo; por otros de sus escritos, al autor se le bautizó como el escritor del Apocalipsis. DeLillo esperó un poco más para novelar; años antes, en plena administración de Bush (esa que hizo tan manifiesta su nostalgia por la Guerra Fría, su anhelo por la Tercera Guerra), irrumpió en el panorama con el texto breve En las ruinas del futuro, en el que asume el del 11-S como un problema moral, con una visión totalizadora y autocrítica a partir de la catástrofe. “Hay historias de heroísmo y encuentros con el miedo –dice–. Hay historias que llevan alrededor de sus bordes el anillo luminoso de la coincidencia, el destino o premonición”. Sin piedad, el escritor coloca el dedo en la llaga observando que los Estados Unidos son ricos, privilegiados y fuertes, pero sus enemigos están dispuestos a morir y su ventaja es la de la fe agraviada. “El escritor –afirma DeLillo en concordancia con Javier Cercas– trata de dar la memoria, la sensibilidad y sentido a todo ese espacio que aúlla”. Años después, en busca de su propia simetría, DeLillo decidió tomar por asalto el 11-S con las herramientas infalibles de la novela, resultando Falling Man. Tal como en otras de sus obras, su punto de partida fue una imagen: cierto hombre caminando entre una nube de humo, polvo y ceniza, con un maletín en la mano. El reto consistió en novelar a partir de un desvanecimiento en la distancia a medida que este hombre irrumpía en ella caminando. DeLillo refiere que al documentarse para su novela miró en los periódicos de aquellos días la foto pequeña de un hombre con un traje y un maletín. Su capacidad ficcionadora lo hizo aventurar que el maletín que ese hombre llevaba en la mano no era suyo. Ya estaba el germen de una historia, un misterio que DeLillo tuvo que resolver escribiendo; Newsweek se refirió a Falling Man como “la primeranovela 9/11 que es una obra de arte”. Por supuesto, la de DeLillo no es aún la gran obra del 11-S si se considera que no rebasa el nivel de sus novelas anteriores, obras maestras indiscutibles.
Respecto al cuándo conseguirán los norteamericanos plasmar el sentir del atentado es una cuestión difícil de responder, mucho más si se aborda el tema sin despojarse de la solemnidad que imprime la afectación. Esto resalta cuando se voltea a la mirada extranjera sobre el 11-S y las novelas que arrojó, posiblemente más logradas por la distancia espacial y cultural de sus autores. Windows on the World es una novela francesa inspirada en el suceso, escrita con dos años de distancia del atentado. Su autor, un irreverente y corrosivo Frédéric Beigbeder no reivindicó víctimas, ni victimarios, sino que se instaló en el género 11-S. Windows on the World narra las historias de varios personajes que desayunaban en el conocido restaurante del piso 107 de la torre norte en el momento del atentado. Como hilo conductor de las historias, Beigbeder emplea al personaje Carthew Yorston, agente inmobiliario divorciado, alter ego del propio Beigbeder, quien se retrata a sí mismo durante la factura de su novela mientras se bebe un café en el piso 56 de la torre Montparnasse, en París. Pese a su abordaje lúdico, la novela, no deja de ser prolífica en detalles descriptivos de la destrucción de las Twin Towers, incluida la perspectiva de quienes las ocupaban.
A Windows on the World siguió en el 2004 otra novela francesa: 11-S de Jean-Jacques Greif. 11-S, una narración juvenil, refiere las peripecias que vive un grupo de adolescentes en el momento de los atentados, y la reconstrucción de los hechos que realizan como científicos amateurs. Al igual que la de Beigbeder, la novela está escrita en un tono fresco y festivo, sin dejar de referirse a lo desastroso y terrorífico de los acontecimientos; en ciertos fragmentos de la novela, los materiales de las Torres Gemelas, vigas de acero, cristales, bloques de cemento y tornillos de juntura, sometidos al proceso del fuego incandescente, establecen un diálogo lleno de disertaciones y especulación, antes de precipitarse en el derrumbe absoluto.
Digna de mención es la novela del inglés Ian McEwan, Sábado. Aunque su temática principal no es el 11-S, inicia con una alusión directa a esa fecha cuando el protagonista de la novela, un médico que ha rebasado la medianía de la edad, observa en la madrugada londinense un avión incendiado en pleno aire, y supone inicialmente que es un astro, luego una nave que ha sido atentada, remitiendo a la paranoia que imperó también en Inglaterra poco después del 11-S. Posteriormente, con una prosa corrosiva, afilada, Thomas Lehr, autor alemán, publicó September fata morgana, sumando un título extranjero más a lo novelado sobre el tema.
Es patente el problema de cualquier escritor al valerse de ese día de fuego y escombros como materia narrativa. El artista enfrentado a la dificultad inicial de cualquier escritura, tiene el reto de luchar contra todo este imaginario popular acumulado, esto es, de no contaminar de realidad su escritura. Posiblemente corresponda a una generación posterior de novelistas transformar el 11-S en literatura. Se dice que Tolstoi escribió sobre las Guerras Napoleónicas más de cincuenta años después de sus grandes batallas. Al respecto del tiempo como tamizador y catalizador de sucesos novelables (todo es novelable), podemos atenernos a lo expresado por otra de las lumbreras estadounidenses en el campo de la novela: Philip Roth. El respecto, el autor nos dice: “Algunos escritores se han valido del 11-S en sus libros. En general, la literatura no funciona así. El paso del tiempo deja espacio para la cavilación y llega una generación de escritores que pueden capturar el hecho, y no suele ser la misma que estaba en su madurez cuando ocurrió”. Roth propone un margen de 65 años como el “apropiado” para escribir sobre un suceso crucial, lo que implica que, al menos, el escritor de la Gran Novela del 11-S es demasiado joven o está por nacer.
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En el número de octubre de 2001, a unas semanas de los ataques terroristas, Letras Libres publicó sus primeras reacciones ante la tragedia. Estos son algunos de los textos destacados:
- Tanto el periodista Pete Hamill, el escritor Eliot Weinberger y el historiador Enrique Krauze escribieron crónicas desde Nueva York. Aquí los textos.
- Guillermo Sheridan dedicó su columna a Nueva York. "Humo, intermedio", tituló su texto.
- La edición española de la revista debutó ese mes. Entre los textos de ese número inaugural, Tsvetan Torodov escribió un largo ensayo sobre la identidad.