Beatrice en el cielo con diamantes

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Shakespeare fumó marihuana para escribir sus obras, según concluyó un grupo de científicos australianos que en el 2001 halló restos de la “hierba notable” en las pipas del bardo. William Burroughs, quien de niño dijo “cuando sea grande fumaré opio”, escribió una de las obras más estremecedoras de la doblemente estremecedora Beat Generation. Sabemos que Isadora Duncan o Antonin Artaud o Jimi Hendrix se pusieron hasta las cejas con heroína o absenta o cocaína o cualquier sustancia que los arrancara de su lugar para llevarlos a otro, quizás menos hostil. El cineasta brasilero Glauber Rocha no ponía un pie fuera de casa sin su koala repleto de cannabis y rolling papers. La lista es larga y va desde los dioses griegos que consumían ambrosía en los divanes del Olimpo hasta el pedestre Bill Clinton, que confesó haberse “colocado” en sus días de estudiante universitario. Ahora, casi setecientos años después de muerto, le tocó el turno nada más y nada menos que a Dante Alighieri y su Divina comedia.

La noticia está en Dante: The Poet, The Political Thinker, The Man, última entrega de la nonagenaria Barbara Reynolds, destacada estudiosa del poeta florentino y autora de la mejor traducción al inglés de la Comedia. Dante –según Reynolds– fumó marihuana y tomó mescalina para inspirarse, y habría escrito su obra bajo efectos psicoactivos. Para decir esto se fundamenta en el “Canto i” del Paraíso, donde el poeta se compara con Glauco: 

Por dentro me volví, al mirarla, como

Glauco al probar la hierba que consorte

en el mar de los otros dioses le hizo.

Glauco, un humilde pescador, se transformó en divinidad marina (le creció una enorme cola de pez) luego de ingerir ciertas “plantas mágicas”. Para Reynolds, el poeta acude al relato mitológico para confesar la fuente narcótica de sus invenciones. En ese pasaje Dante ve a Beatrice metida dentro del disco solar como si fuera un espíritu cósmico. A pesar de la intensa luz, el poeta no aparta la mirada de su amada, quien le habla desde las alturas. La imaginación de Dante es tan poderosa como increíble, parece decirnos Reynolds, quien sugiere que toda la estructura del Paraíso fue escrita bajo un lente psicodélico.

La reacción no se hizo esperar. El Times Literary Supplement le dedicó su portada: “Dante Drogato”, y los dantistas italianos pusieron el grito al cielo y rechazaron la figura de su héroe infamado, como en otra época la Asociación Bolivariana del Ecuador rechazó la imagen de un Bolívar gay o de una Manuelita Sáenz multiorgásnica. A sus 94 años de edad Barbara Reynolds no imaginó que los pocos renglones que dedicó a este asunto desatarían una tormenta y herirían la sensibilidad de muchos. Y es que cada tanto recibimos estas noticias que desatan la ira de los ortodoxos y enorgullecen a los idólatras de Kurt Cobain. Hasta se ha escuchado decir que el mismísimo Abraham Lincoln, adalid de la democracia y los derechos civiles, fue marihuanero.

Estremece pensar que buena parte de nuestros hitos culturales hayan salido de la cabeza de hombres drogados o borrachos. Que el psicoanálisis haya esnifado cocaína, que el surrealismo haya mascado peyote, y que el rock esté en manos de dañados melenudos (sólo por tomar en cuenta tres de los movimientos más significativos de nuestra época apocalíptica) es prueba de que el mundo en que vivimos se parece más a una película de Cheech & Chong que a lo titulares de la BBC de Londres

Pero no todo es tan terrible. Si pensamos en las cincuenta tazas de café que Balzac se bebía al día para escribir su mamotrética obra, podemos alegrarnos de que hoy los inofensivos fumones prefieran ensayar el cuento breve, la novela corta o el haikú, por aquello de la concentración de las emociones, y sobre todo por respeto al público. Y es que si algo benéfico tienen ciertas sustancias recreativas es que reducen la megalomanía del hombre y la llevan a la humilde escala del granito de arena.

Por lo tanto importa poco si Latierra baldía la escribió Eliot bajo el efecto del té Lipton o por la influencia narcótica de Ezra Pound, como tampoco afecta si Dante o Shakespeare abusaron del porro o de la pipa. El biografismo es una dulce tentación que suele convertir los asuntos personales en dramáticas epopeyas y, de ser posible, en fetiches. Así la vida cotidiana pasa a ser un eventual guión en busca de producción, y las excentricidades (que todos tenemos y alimentamos en secreto) se venden en las portadas de las revistas.

Glauco se convirtió en Dios al probar las plantas mágicas, pero a cambio adquirió el horrible aspecto de un monstruo marino. “Miserable milagro”, diría el experimentado Henri Michaux, esto de lograr el cielo a cambio del infierno. Y es que no existe una imaginación todopoderosa, como no existe en el mundo casi nada todopoderoso. La literatura y el arte tienen la virtud de construir artificios, y nada menos todopoderoso (y fascinante) que un artificio. ~

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