Desde 1932, Lego ha formado parte esencial de nuestra infancia. Al menos en mi caso así fue: heredé viejas piezas con las que jugó mi padre, y si sumara la cantidad de horas que pasé armando estos pequeños bloques, creo que sería equivalente al tiempo que pasé en la universidad.
El gran atractivo de Lego es el abanico de posibilidades que brinda para construir edificios, naves y personajes en una gran variedad de escalas. Sin embargo, este horizonte de posibilidades se vio limitado para el artista contemporáneo Ai Weiwei. Muchas de sus obras (se sabe) han tenido como objetivo incriminar al régimen chino. El artista fue arrestado por su gobierno en 2011 bajo dudosos cargos de evasión fiscal y durante los siguientes años se prohibió su salida del país. Hace poco, Lego rechazó la solicitud de un pedido masivo de piezas por Weiwei para realizar una obra en la Galería Nacional de Victoria, en Melbourne, Australia. La empresa danesa alegó estar en contra de asociarse con cualquier manifestación de naturaleza política.
Weiwei entonces recibió un abrumador espaldarazo cuando pidió a sus seguidores que donaran la mayor cantidad de piezas de Lego para poder continuar con el proyecto. La obra consistirá en una serie de retratos de gran escala, construidos con cientos de miles de piezas de Lego, de promotores históricos de los derechos humanos. Así, el proceso para realizar la obra se convertirá en algo igualmente fascinante que la obra en sí, aunque aún no la hemos visto.
El rechazo por parte de Lego al pedido del artista puede interpretarse de múltiples maneras. Para Ai Weiwei, fue un acto de censura detestable. Por su parte, Lego hizo alusión a un código de ética e imagen corporativa: “…el título de la obra no puede incorporar la marca Lego. No podemos aceptar que los temas sean tomados directamente de nuestro material de ventas/material fotográfico con derechos de autor”.
El embrollo con Ai Weiwei no es la primera vez que alguien usa Lego con fines políticos, en contra de los deseos explícitos de la empresa.
El año pasado, Greenpeace encabezó una campaña mundial para evitar que Shell explorara aguas profundas del océano ártico en búsqueda de petróleo. Esta campaña se viralizó con un dramático video hecho con piezas de Lego, en el que osos polares, lobos, jugadores de hockey, gaviotas y esquimales se hundían en un mar de espeso y tóxico líquido negro, después de que una plataforma de Shell se instalara en sus costas. El cortometraje concluye con un texto que pide a Lego no renovar su contrato con Shell.
A través de un comunicado, Lego manifestó su rechazo a que sus piezas se utilicen “como herramienta en cualquier disputa”. Greenpeace fue el responsable de producir el video. Sin embargo, el logotipo de Lego aparece en más de una ocasión, en violación del código corporativo al que se refirieron con Ai Weiwei.
Poco tiempo después de la publicación del video, Lego cedió ante la presión y anunció que no renovaría su contrato con Shell. Greenpeace y sus simpatizantes saltaron en júbilo.
El video de Greenpeace está inspirado en The Lego Movie, una película que llegó a la posición número uno en taquilla en Estados Unidos y fue premiada en festivales como BAFTA, los premios de la Academia y los premios del Círculo de Críticos de Nueva York. La trama gira en torno al villano Lord Business (el chiste se cuenta solo), un tirano cuyas ambiciones capitalistas ponen en riesgo el poder individual de las figurillas de Lego.
Pero Lego se reserva el derecho de olvidar su ardid anti capitalista cuando se trata de su relación con China.
Al lado de la empresa británica Merlin, Lego realizó una inversión para abrir un parque de diversiones Legoland en Shanghái. Asimismo, la empresa actualmente se encuentra construyendo una planta de producción en Jianxing, que proveerá del valioso juguete de construcción al mercado asiático, generará 2000 nuevos empleos y comenzará operaciones en 2017. Igualmente, una de sus oficinas de operación está instalada en Shanghái. Según la propia empresa, sus ventas en Asia se han incrementado en un 50% en los últimos años.
Para Lego, resulta todo menos conveniente involucrarse en un lío político por culpa de un artista y activista abiertamente enemistado con el régimen chino. El margen de ganancia resulta más atractivo que el apoyo al detractor, más aún si se toman en cuenta las ventajas de fabricar los productos de una empresa como Lego con mano de obra china.
Sea cual sea la razón, Ai Weiwei tiene tal número de seguidores (y cuenta con el respaldo de prestigiosas instituciones culturales) que, con su estrategia de donación, puede permitirse continuar con su proceso creativo, incomodando a sus censores en el Partido Comunista de China y a sus aliados corporativos daneses.
La obra de Ai entonces cobra perfecto sentido: se trata de analizar el simbolismo en una pieza de Lego hecha con la subvalorada mano de obra china para enaltecer a algunos que han luchado por los derechos humanos. La necesidad del artista por utilizar las piezas de Lego, con o sin el consentimiento de la empresa, se vuelve parte fundamental de la obra.
Hasta el momento, el artista chino está logrando salirse con la suya. Ahora, esperemos que la obra no nos decepcione.
Transplante de la Ciudad de México a Texas. Estudiante de maestría en periodismo y estudios latinoamericanos por la Universidad de Texas en Austin. Ha publicado trabajos sobre migración, cultura y asuntos internacionales en VICE, The Texas Observer, entre otros.