Tuve la suerte de hacer una residencia artística en la ciudad estadounidense de Beaver en el estado de Utah. Durante tres meses, mi única tarea fue leer, de ahí que me atreva a hablar con autoridad de los mejores libros de 2014. Es cierto que no leo bien en inglés y que de todas formas no hay biblioteca pública en Beaver y que Amazon no hace envíos a esta zona y que el obispo mormón me confiscó mi computadora y mi Kindle y que sigo en Beaver y que al parecer el obispo Mark me tomó como una de sus esposas. Nada de eso afecta a esta lista, en todo caso la valida. Los libros que aquí recomiendo son lo mejor que leí en el año que llevo en Utah, qué importa si ninguna de esas palabras están impresas, aún leídas en el hollín de los tablones donde ahumamos truchas su rotundidad es irrefutable.
Waffles Mondrian. J. A. Brossard
Un cuento policiaco en forma de examen de opción múltiple, otro sobre una mujer que sufre mal de amores y escrito a la usanza de los folletos que acompañan a los productos para prevenir la pérdida del cabello, otros dos bajo el formato de un reporte forense y de una lista de pendientes. Los trece cuentos de Waffles Mondrian juegan con la estructura narrativa y a pesar de que algunos son fallidos, el experimento es interesante. Raymond Queneau y los Oulipianos lo habrían aplaudido.
El cuarto estado. Ruth Castelo Millán
“Alguien escribió mi destino en piedra: volverme un espasmo enloquecido, plasma perpetuo”, así abre la más reciente novela de Castelo Millán. Leonor, su protagonista, es investigadora del Departamento de Física de una universidad en Barcelona y acaba de ser diagnosticada con la Enfermedad de Huntington.
Narrada en primera persona, El cuarto estado intercala los hallazgos de Leonor acerca del plasma, pero también documenta su tránsito hacia la muerte.
El sonido de caballos como rosas en llamas. Arnoldo Dueñas
Ganador del Premio de Poesía Galimatías 2014, este extenso poema en prosa le da voz a Andrómaco, un general del ejército romano, y a sus reflexiones en torno al honor y la guerra. Una lectura densa, sin duda, y cargada de testosterona, pero en extremo edificante.
Jesús usa playera apretada. John H. Flores
John H. Flores nació en la ciudad de México y llegó a Nueva York a los quince años, sus historias desfachatadas e hilarantes sobre la comunidad latina gay de Washington Heights, Harlem y Queens lo han convertido en uno de los autores más vendidos en Estados Unidos. “Nunca se me hubiera ocurrido ligarme a un chavo en las fiestas de mi escuela en Tlalpan, fue hasta que me encontré con el mundo queer neoyorquino que me asumí gay”, dice Flores al respecto de esta novela con claros tintes autobiográficos.
Nuestro Señor Desollado. Antonio Mendíbil
Nuestro Señor Desollado es el nombre que se le daba a Xipe Totec, dios del ciclo vida-muerte-resurrección en la mitología tolteca, y quien siempre aparecía cubierto con una piel humana. Nuestro Señor Desollado es también el seudónimo de Eugenio Santiago, el villano de esta novela negra. Quizá lo más inquietante del libro de Mendíbil es que está escrito como si fuera un recuento periodístico tipo A sangre fría de Truman Capote y que resulta perfectamente plausible.
Hadas 2.0. Varios autores
Siete escritores mexicanos revisitan cuentos clásicos en esta antología de narrativa fantástica. Blancanieves busca adeptos al bondage en los anuncios clasificados, Cenicienta vende joyería por catálogo en oficinas de gobierno, el Lobo Feroz trabaja en una clínica de depilación láser y sueña con hacerse un cambio de sexo, la Sirenita es una estrella de la tecnocumbia, Hansel y Gretel regentean un servicio de escorts para mujeres maduras, los Tres Cochinitos asaltan peseros y Rumpelstiltskin vende tamales oaxaqueños mágicos.
Mis dedos tocan la escala de un piano invisible. Indira Azad
Durante todo el siglo XIX, el Hospital de Cane Hill ubicado a las afueras de Londres fue el centro psiquiátrico más prominente del Reino Unido. Si bien, la terapia de electrochoques era el tratamiento más habitual en Cane Hill, este recinto también fue pionero en una de las técnicas terapéuticas que aún hoy son encomiadas por la psiquiatría: la terapia de grupo.
La historiadora Indira Azad se dio a la tarea de recopilar cientos de testimonios de enfermos mentales para pintar una estampa de la sociedad londinense decimonónica a partir de sus miedos y sus pulsiones, pero también de sus alucinaciones más luminosas.
Resurgimientos. Luis Pedro Arcos
Amaya Rubinsky, viuda y albacea de la obra de Arcos, compiló y editó una colección de textos inéditos del gran escritor panameño. A simple vista consisten en listas de supermercado, números telefónicos anotados en pedazos de periódico y balances de su cuenta de banco. Sin embargo, una mirada más cercana revela que estas líneas escritas por el ganador del Premio Prócer meses antes de su muerte encajan a la perfección en la escala de Fibonacci.
Niñas en gelatina. Nelly Orio
Te llamas Stuart, eres soltero, tienes 53 años, vives en un pent-house que da a Central Park y estás a punto de morir de tedio cuando te topas con gelbabies.com. El procedimiento es simple: contestar un cuestionario, dejar que el algoritmo te sugiera una lista de chicas que te podrían gustar, elegir una gelbaby y detallar tu fantasía. El equipo de gelbabies.com se encargará de tener tu “escena” lista cuando llegues a casa, la gelbaby flotará desnuda (o ataviada como tú lo hayas dispuesto) en un tanque lleno de un plasma transparente que suspenderá sus signos vitales durante ocho horas y la mantendrá en la postura que hayas descrito.
Esta es la premisa de Niñas en gelatina (Gel Babies), la primera novela de Orio, una historia sobre el tedium vitae de la clase alta estadounidense pero también un comentario sobre la fascinación que nos provocan los autómatas. Quien haya leído a Felisberto Hernández no podrá dejar de compararla con Las Hortensias, sin embargo resulta improbable que esta nativa de Connecticut conozca la obra del uruguayo, recordemos la insularidad reinante en el mercado editorial estadounidense.
Polvo soy de aquellos lodos. Arsenio Jiménez
Felipe recorre los caminos terrosos del Michoacán rural en busca de su hija. “Me la levantaron los verdes”, explica en las tiendas de abarrotes, iglesias, cantinas y cafés internet en donde pregunta por ella. Nadie le da señas, nadie reconoce su rostro. Felipe recorre pueblo desolado tras pueblo desolado, todos los hombres se han ido al norte, de ellos quedan solo sus chamacos con mocos cristalizados y sus Datsuns ‘73 montados en ladrillos.
“Lo despertó un gallo. La lluvia traqueteaba el techo de lámina y la niebla aún dormía agazapada en los encinos. Miró sus pies, estaban cubiertos por el polvo rojo tan de acá, debajo de sus uñas la tierra todavía era lodo”, escribe Jiménez. Su mundo narrativo tiene mucho de rulfiano, pero también recuerda al Cormac McCarthy de Outer Dark. Polvo soy de aquellos lodos es un verso de Octavio Paz.
(Celaya, 1982). Es escritora y periodista. Su primer libro de cuentos se llama Esa membrana finísima (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2014).