Sí, señorita Lorena Olvera, sabemos muy bien que usted desea ser maestra. La felicitamos: es una vocación muy linda y humana. Sí, sabemos que segura de su vocación hizo usted una buena preparatoria, que estudió con ahínco y disciplina y que se graduó con altas calificaciones en su universidad en la especialidad “Formación cívica y ética”.
Sabemos muy bien, señorita Olvera, que ya con su título profesional decidió usted participar en el concurso organizado por la Secretaría de Educación Pública del estado de Querétaro para otorgar las plazas docentes disponibles en las escuelas públicas a los más calificados. Estamos conscientes de que se preparó usted lo mejor que pudo, que presentó su examen y consiguió el puntaje más alto: de las 120 preguntas en el examen de “Conocimientos y habilidades para la práctica docente” logró usted 113 aciertos, y 102 en el de “habilidades intelectuales”.
Muy bien, señorita Olvera. La Patria impecable y diamantina celebra su dedicación, su esmero y el buen empleo que ha hecho de su talento. Y la Patria anticipa con regocijo que propiciará usted resultados similares en los afortunados niños que serán sus alumnos.
Algún día.
Porque, lamentablemente, señorita Olvera, no es tan sencillo. Mire, si bien logró usted el primer lugar en el concurso, cometió usted un error grave: se formó en una institución privada y no en una Escuela Normal. Y la Ley General del Servicio Profesional Docente establece que durante dos años los egresados de las escuelas Normales tienen preferencia sobre los egresados de otras escuelas, no importa qué tan legales, generales, serviciales, profesionales y docentes sean.
Nació usted dos años antes de tiempo, señorita Olvera. Así es la vida.
A causa de esa Ley, vamos a degradarla a usted del primer sitio que obtuvo al sitio veintidós. No, señorita Olvera, no. Las veintiún personas que ahora están por encima de usted no obtuvieron mejores resultados. No. De ninguna manera. De hecho, la cantidad de aciertos de esas personas es lo menos importante. Lo importante es que tuvieron el acierto más importante de todos: estudiar en una Normal pública.
La ley es dura, señorita Olvera, pero es la ley. Estar en el lugar veintidós de una lista no es lo mismo que estar en el primero pero, mire usted, no deja de ser un sitial esperanzador.
Aunque, ahora que nos acordamos, señorita Olvera, la verdad es que tampoco va a estar usted en el sitio veintidós. No, tampoco. Lo sentimos mucho. Bueno, pues se debe a que, después de los normalistas, vamos a poner antes que usted a los docentes que ameritan basificación porque son interinos. Y como hay ochenta interinos, vamos a pasarla a usted al lugar número cien de la lista.
No, señorita Olvera, no creemos que los noventa y nueve que ahora están antes que usted estén más calificados y no, no creemos que puedan obtener resultados como los que usted obtuvo. De hecho estamos ciertos pues, como usted sabrá, nosotros otorgamos el grado de “excelencia” a quienes obtienen el equivalente a una calificación de seis sobre diez. No, señorita Olvera, no sabemos qué será el diez si seis es de excelencia. Quizá sea excelencia plus.
Sí, los docentes excelentes que sacaron seis irán a enseñar a las escuelas de excelencia. Los que sacaron dos o tres sobre diez, no. Esos irán a enseñar a las escuelas no excelentes. Estamos haciendo todo lo que se puede para que los alumnos de los que sacaron 3 sobre diez logren algún día sacar uno sobre diez. Un uno excelente.
Sí, ya sabemos que logró usted el primer lugar en el examen, pero en la vida real va usted a ocupar el lugar número cien. Así es. La vida real… ¿cómo explicárselo? Mire usted, la vida real consiste en que alguien puede ser el primer lugar y, al mismo tiempo, el lugar número cien. No, no tiene sentido. Claro que percibimos el absurdo: no olvide que nosotros también somos docentes. Estamos completamente de acuerdo con usted. Cien no es lo mismo que uno, pero sí es.
Así es la vida (real).
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.