México en el “Salon du livre” de París

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El paso de Cortés en los Pirineos

Ésta es la trigésima edición del joven Salon du Livre. Sin duda es incomparable con las ferias centenarias de Frankfurt (5 siglos de antigüedad) o Leipzig (1632), pero no deja de ser la mayor en el ámbito francófono. Cabe preguntarse en qué radica la importancia de que México sea el país invitado, si es que hubiera alguna.

El carácter de una feria es estrictamente comercial. Rigen la compra-venta, la publicidad y la inversión en términos de imagen. Detrás del resplandor de los autores hay una constelación operativa de editores, traductores, agentes… Que México se haya presentado en París este año implica una mirada más atenta a –principal pero no exclusivamente– su literatura. Son casi 40 los autores mexicanos que han estado estos días en constante diálogo con Francia. Todos fueron ya traducidos, 24 de ellos por primera vez. Christopher Domínguez subrayó que nunca antes se habían traducido tantos libros nuestros en una sola promoción.

Uno puede –o no– sentirse honrado de que París tenga estima por nuestras letras, más allá de las transacciones lucrativas. Es significativo que se trate del primer Salon du Livre dedicado a un país hispanohablante, una valoración de lo mexicano sin el filtro de España, observó Alberto Ruy-Sánchez. Como si el Paso de Cortés –ese promontorio desde donde se descubre Anáhuac– estuviera ahora en los Pirineos.

En estas jornadas, apuntaladas por una serie de actividades paralelas, el boquiabierto ánimo de los franceses ha sido de asombro y deleite. Han reído con las viejitas de Del olvido al no me acuerdo, se han estremecido con la vorágine asfáltica del Distrito Federal, se han informado mejor sobre la influencia francesa en nuestro país, han recorrido diferentes exposiciones de artes plásticas, y ahora podrían casi también montar nichitos a la Virgen de Guadalupe.

A pesar de todo, es imposible no echar de menos algo. Debido a la imposibilidad de traer a todos los autores, hay que elegir, y seleccionar implica descartar. Es verdad que las diferentes tradiciones o grupos quedaron representados. La mayoría fueron novelistas, aunque hubo también cuentistas, un puñado de poetas, una dramaturga y un crítico literario; la presencia de editores fue también mínima. Faltaron empero los ensayistas y los caricaturistas, por no hablar de la gran diversidad de las ciencias sociales.

Por lo demás, habría que discutir hasta qué punto podría incluirse a la literatura chicana como un hijo –¿natural?– de las literaturas estadounidense y (parcialmente) mexicana. Obviar toda referencia a la literatura chicana en un Salon parisino no deja de ser raro, sobre todo cuando se habla tanto del Río Bravo.

– Enrique G de la G

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Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.


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