En noviembre del 2003 llegó a Miami un dirigente social sudamericano para participar en los actos de rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). El compañero se había ganado una gran admiración continental por haber encabezado la lucha exitosa de una ciudad andina para revertir la privatización del suministro de agua. Un periodista peruano le extendió una invitación, a través de mí, para participar en su programa de debates en uno de los muchos canales locales en español.
Miami se perfilaba como una de las posibles sedes del secretariado del ALCA si el acuerdo comercial llegaba a buen puerto y, si eso no fuera suficiente, uno solo tenía que decir que Fidel Castro se oponía al proyecto para obtener apoyo masivo en un segundo. Sin embargo, el compañero andino se lució en su exposición de las consecuencias de las privatizaciones de bienes y servicios en comunidades marginadas y explicó en detalle por qué la política estadounidense de prescribir el libre comercio para América Latina y empeñarse en un proteccionismo a ultranza para su sector agrícola era esencialmente hipócrita. Yo veía cómo todo mundo en el foro asentía y sonreía en aprobación y me sentía feliz. De pronto, el conductor del programa notó que el dirigente vestía una camiseta en la que se alcanzaba a distinguir un minúsculo rostro del Che Guevara y le preguntó, con toda la mala leche del mundo, si no temía ofender a la comunidad cubana de Miami. La respuesta cayó como bomba: “yo creo que el Che Guevara es como Jesucristo, es el hombre perfecto”. Primero se oyó un fuerte siseo, luego el murmullo de desaprobación se volvió un escándalo incontrolable cuando el dirigente insistió en su defensa de la revolución cubana. Yo solo deseaba que el Che Guevara fuera realmente Jesucristo para pedirle el milagro de sacarnos vivos de ahí.
Ya en la seguridad de mi auto, al comentar el incidente, me llevé la mayor sorpresa de la noche. El dirigente andino había estado muchas veces en Cuba y era un crítico implacable de la política económica de la isla. No solo se escandalizaba por el nivel abismal de productividad en todas las áreas de la economía cubana, sino que estaba particularmente indignado por las prácticas laborales a las que describió como un auténtico padroteo de la mano de obra cubana por parte del gobierno, que ofrece trabajadores calificados y bajo control a las empresas extranjeras que se instalan en el país, cobra los sueldos en moneda fuerte y entrega al trabajador apenas lo necesario para que no se muera de hambre. “Y entonces, ¿por qué insistir en la defensa acrítica de la revolución?” le pregunté tímidamente. “Porque”, me respondió con aplomo, “no hay que hacerle el juego a la derecha”.
Diez años después, en el marco de las protestas antigubernamentales en Venezuela, me parece que el mismo temor de “hacerle el juego a la derecha” le impide a varios académicos y activistas de izquierda desplegar su probado potencial analítico para tratar de explicar la situación. No es que se carezca de críticas al gobierno venezolano desde varias perspectivas de izquierda. Por ejemplo, si uno desea conocer la situación de los derechos de los trabajadores venezolanos, particularmente aquellos que no están afiliados a los sindicatos y centrales patrocinados por el chavismo, existe un gran trabajo de documentación al respecto por parte de colectivos libertarios de base.
De igual forma, otras críticas desde dentro -o al lado- del chavismo destacan la erosión de la base económica de la amplia coalición social que mantuvo a Chávez en el poder con gran apoyo popular. Tampoco han faltado los análisis que ponen el acento en la enorme corrupción gubernamental y la completa falta de una estrategia económica para atender los problemas estructurales del llamado “socialismo del siglo XXI”. El problema es que estas críticas suelen barrerse debajo de la alfombra a fin de priorizar un relato causal en el que el Gran Explicador de todo lo ocurre en Venezuela es “la derecha oligárquica al servicio del imperialismo yanqui”.
Incluyamos aquí una aclaración importante. En Estados Unidos, la cobertura sobre Venezuela en los medios electrónicos de mayor audiencia ha sido dominada por la ignorancia supina y una grotesca distorsión de los hechos, cuyo ejemplo más evidente es Fox News. Aquí una muestra en la que la presentadora Gretchen Carlson denuncia a Chávez como un “dictador” adicto a la “pasta de cacao” que le envía el “dictador de Bolivia”, hasta que alguien le aclara que son “hojas de coca”:
Frente a esta situación, varios analistas serios han considerado que su papel principal en el debate sobre Venezuela es contrarrestar esta cobertura prejuiciada con una perspectiva que, si bien no incurre en los excesos descritos, sí presenta un relato sin matices que resalta cierta emancipación latinoamericana de los designios estadounidenses. Este el caso, por ejemplo, del economista Mark Weisbrot, quien colaboró con Oliver Stone en la película “South of the Border”.
La pregunta que, me parece, vale la pena plantearse a estas alturas es si el solo acto de participar en una guerra de relatos contra Fox News y similares es la mejor manera de “no hacerle el juego a la derecha”. ¿No sería mejor aceptar que, aunque podamos identificar varios actores en el conflicto venezolano, el peso específico de sus acciones en el desarrollo de los acontecimientos es materia de investigación y no de determinación apriorística?
Particularmente, yo creo que ahora es un buen momento para que los simpatizantes del “socialismo del siglo XXI” puedan por fin abordar este concepto desde una perspectiva teórica bien informada por la experiencia histórica. ¿Qué es lo que hace o puede volver sustentable a este modelo de desarrollo? ¿En qué se diferencia de otros momentos de expansión del gasto público hacia el bienestar social condicionados al boom petrolero? ¿Existe el peligro de que este socialismo pueda ser tan económicamente inviable que colapse cancelando no solo sus innegables avances en materia de desarrollo social sino la propia posibilidad de concebir alternativas al neoliberalismo? Eso sí que sería hacerle el juego a la derecha.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.