El escritor australiano Alan Moorehead (1910-1983) fue célebre por sus reportajes sobre la Segunda Guerra Mundial como corresponsal del London Daily News. Autor de numerosas obras de carácter histórico y divulgativo, escribió también magníficos libros de viajes. A partir de una buena documentación, se valía de recursos narrativos de ficción para que resultaran más ágiles y emocionantes. Yo había leído Darwin: la expedición del Beagle (1831-1836) y El Nilo Azul, ambos publicados por Ediciones del Serbal en los años ochenta. Recientemente, de la mano del siempre atento editor Luis Magrinyá, Alba Editorial ha publicado El Nilo Blanco, primo hermano del Azul. En él, Moorehead narra la epopeya de los exploradores europeos que en la segunda mitad del siglo XIX descubrieron las enigmáticas fuentes del Nilo, semilla de la posterior colonización del África Central.
El libro resultó ser una delicia, y la edición muy cuidada, pero al comenzar la lectura no pude por menos de asustarme al llegar a la “Nota a la traducción”. En ella, la traductora, supongo que con toda su buena intención, informa de que algunas de las citas literales de ciertos personajes reflejan con crudeza la mentalidad condicionada por arraigados prejuicios raciales y clasistas de determinados sectores de la población occidental de la época, y explica que, pese a que dichos comentarios y puntos de vista resulten anacrónicos, degradantes e inadmisibles en la actualidad, ha optado por guardar fidelidad al original. Al conocer la decisión de la traductora, suspiré aliviado y continué leyendo. Lo terrible no es que la traductora se haya equivocado en dicha decisión es decir, en respetar el manuscrito, que no lo ha hecho; lo terrible es que haya tenido que reflexionar sobre el asunto, y que se haya sentido obligada a hacernos partícipes de su dilema. Entonces, si reeditamos La guerra de las Galias, ¿habremos de plantearnos si censuramos a Julio César, quien se sentía muy superior culturalmente a los galos, y se mostraba duro e intransigente con ellos? ¿Y debemos advertir al lector contra las opiniones de Julio César, que al ser las de un general romano del siglo i a.C. difieren mucho de las de, por ejemplo, un voluntario de una ong italiana del siglo XXI? El primer paso de esta mentalidad políticamente correcta y reaccionaria es avisar al lector de que lo que sigue es pernicioso para su salud moral, como si fuera un idiota incapaz de distinguir entre sus propias opiniones y aquellas que se vierten en la obra que está leyendo, ya sean antiguas o modernas. El segundo paso que daría también alguien políticamente correcto, pero más extremista es censurar todas las obras que pudieran resultar hirientes para la sensibilidad de algún lector, o moralmente dudosas. Acabaríamos con toda la historia de la literatura y de paso, con la libertad de expresión, los censores y exterminadores de libros no darían abasto, y sólo se salvarían un puñado de obras de la actualidad, sin duda mojigatas y, probablemente, de ínfima calidad. Me temo que esto no sea sino la punta de un iceberg contra el que, si no estamos atentos, pronto chocaremos. ~
(Madrid, 1970) es narrador y guionista. Su libro más reciente es Antón Mallick quiere ser feliz (Destino, 2010).