¡Noticia bomba!

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Al llegar diciembre, las secciones de cultura de los periódicos se llenan de listas de “lo mejor del año”, “recomendaciones de nuestros críticos” y “sugerencias para regalar”: las editoriales apenas publican y no hay mucha noticia digna de tal nombre. Sin embargo, en 2010 se rompió esa tradición, y se resolvió uno de los misterios más intrigantes de la edición en español, “una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma”, que diría Churchill. Un enigma que compartía protagonista precisamente con muchas de esas listas, recomendaciones y sugerencias. Porque por fin se desvelaba el futuro a medio plazo de la editorial Anagrama, el sello literario que en gran medida ha definido el gusto lector del público español y latinoamericano en los últimos cuarenta años.

Todas las listas son arbitrarias, así que una lista de listas es la arbitrariedad al cuadrado. Pero sirvan para ilustrar el peso de Anagrama en el panorama literario tres ejemplos variopintos. La joven y prometedora librería bonaerense Eterna Cadencia, ahora también editorial, anuncia desde el corazón de Palermo Hollywood los 101 libros que más ha vendido en el 2010. Nada menos que 23 son de Anagrama, incluyendo al primero, Blanco nocturno, de Piglia, y al tercero, Los detectives salvajes, de Bolaño. Los atribulados críticos del suplemento español Babelia colocan el libro de Piglia, Tiempo de vida, de Marcos Giralt, y Correr, de Jean Echenoz, entre los 20 mejores del año (aunque en la lista aparecen 29). Tres de Anagrama, a los que habría que sumar un porcentaje a gusto del lector de los de Enrique Vila-Matas (Dublinesca, Seix Barral) y Félix de Azúa (Autobiografía sin vida, Mondadori), también presentes en la lista, y cuyas respectivas carreras literarias han tenido como marco principal, hasta tiempos recientes, esa editorial. Por su parte, el diario mexicano La Razón incluye a Jed Mercurio (Un adúltero americano), a Piglia, a Daniel Sada (Ese modo que colma), a Antonio Tabucchi (El tiempo envejece deprisa) y a Raymond Carver (Principiantes) entre los mejores 26 libros del año. Más otro porcentaje de Vila-Matas. Dos conclusiones saltan a la vista. Una lista de 101, otra de 26 y una de 20 en la que salen 29: esta gente es de letras. La segunda es que la amplia y variada presencia anagramesca no baja del 20 por ciento.

Y así estábamos cuando el 23 de diciembre una noticia bomba en forma de breve nota de prensa resumía en tres líneas el proyecto de continuidad de una trayectoria de cuarenta años (“En la Feria de Frankfurt de 2009 se llegó a un acuerdo verbal entre Carlo Feltrinelli y Jorge Herralde para una progresiva entrada de capital de Giangiacomo Feltrinelli Editore, una de las editoriales independientes más importantes de Europa, en Editorial Anagrama”), para luego detallar los términos del acuerdo, según el cual en cinco años, Feltrinelli se hace con el control de Anagrama, y recoger la satisfacción de los abajofirmantes. Se cerraba una época de la edición independiente en España.

Una época ligada a la efervescencia cultural de la Barcelona de los sesenta, que culminó, editorialmente, con la fundación en 1969 de Anagrama y de Tusquets, la otra gran editorial literaria surgida de aquellos años (en la senda de Janés Editor, Seix Barral y la Lumen de Esther Tusquets). Los dos proyectos, inicialmente muy centrados en el ensayo, dieron paso a partir de los ochenta y de la normalización política del país a colecciones de narrativa internacional y en español que rápidamente se ganaron la confianza y el respeto de lectores, libreros y letraheridos a ambos lados del Atlántico. Un punto adicional que ambas comparten es la falta de un sucesor natural, un hereu, ya que ni Jorge Herralde ni Beatriz de Moura tienen descendencia. Así, el paso del tiempo, que les hizo pasar de jóvenes rebeldes a prósperos empresarios sin mancillar sus catálogos (gracias a no mancillar los catálogos, dirán ellos, con razón), ponía sobre la mesa de una manera cada vez más evidente la cuestión del futuro. Y la respuesta permanecía envuelta en un misterio dentro de un enigma.

Las empresas editoriales tienden a comenzar como proyectos personales. Su azarosa trayectoria y la evolución del capitalismo en las últimas décadas complican sobremanera su supervivencia al margen de conglomerados. Manuel Aguilar, el gran editor que fundó un auténtico emporio a ambos lados del océano (tenía hasta tenerías para abastecerse de pieles con qué encuadernar sus ediciones), dedicó el final de sus memorias, escritas apenas dos años antes de morir, a la cuestión de la continuidad, de la que se mostraba erróneamente convencido. Bruguera, otro imperio editorial de la misma época, también acabó quebrada y malvendida. Giulio Einaudi, que consideraba el secreto de su éxito haber superado tres grandes crisis, no contaba con la cuarta, que le obligó a vender. Y la lista sigue. Enfrente, unos pocos apellidos se sostienen a distinta escala inatacables por los ácidos del tiempo: Faber, Gallimard, Feltrinelli, Gustavo Gili.

Junto a la continuidad, la otra cuestión clave de una editorial es la “independencia”, concepto algo resbaladizo. Cabe cuestionar la pertinencia de una distinción tajante entre edición independiente y grandes grupos editoriales. Es posible al menos verlo como un continuo, o aceptar que una editorial puede ser independiente encuadrada en una estructura mayor. Frente a una idea parecida, Felipe González afirma que cuando oye decir que apenas hay diferencias entre la izquierda y la derecha, sabe que está hablando con alguien de derechas. Sospecho que Jorge Herralde, adalid y autoproclamado mohicano de la edición independiente, piensa lo mismo de los editores que defienden los grupos.

El considerable problema que se le planteaba al editor catalán era garantizar la continuidad del catálogo y preservar la independencia. Los rumores de una venta a Planeta acordada años ha eran tan insistentes como los que sostenían que la editorial desaparecería al tiempo que su fundador. La primera solución garantizaba la continuidad (y un retiro dorado), la segunda entronizaba la independencia como valor inmarcesible. Por eso, el anuncio del acuerdo con Feltrinelli, sorprendente en un medio tan poco discreto como el editorial, tiene todo el sentido del mundo. Una editorial extranjera, marcadamente de izquierdas y literaria es el mejor socio posible para un proyecto como el de Anagrama. Ya se oyen llantos y crujir de dientes por el futuro de escritores y lectores. No hagan caso, como el propio Herralde afirma, la sensación es agridulce, pero en esa búsqueda de continuidad e independencia es una decisión irreprochable.

¡Noticia bomba! es el primer libro de Anagrama que leí, un verano hace ya muchos años, mientras Bella del Señor aparecía en todas las conversaciones de los adultos. Desde entonces, no sé si un 20 por ciento, pero un porcentaje elevado de mis lecturas lleva una extraña “a” en el lomo. Y sí, hay erratas y traducciones mejorables y promociones desatentas y decisiones arbitrarias. Pero haber garantizado la pervivencia de esa contraseña en forma de extraña “a” es un extraordinario servicio de Jorge Herralde a la bibliodiversidad de la lengua española, y por eso debemos estarle agradecidos. ~

 

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Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.


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