Ocho elegías

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Cavar

Entre el pulgar y el índice
 reposa

mi gruesa pluma, como un arma cómoda.

 

Tras la ventana un claro ruido raspa:

en el suelo de grava hunde su pala

mi padre: cava. Bajo la mirada:

 

su grupa, tensa entre las jardineras

se inclina y, como hace veinte años,

rítmicamente entre surcos de papas

vuelve a agacharse ahí donde cavaba.

 

La ruda bota contra el borde, el mango

en la rodilla interna apalancado.

Arrancaba raigones y enterraba

el filo reluciente en lo profundo

para lanzar las papas que atrapábamos,

fría dureza amada en nuestras manos.

 

El viejo manejaba bien la pala,

¡por Dios! Tan bien como su viejo.

 

En un día mi abuelo arrancaba más turba

que cualquiera en las turbas de Toner.

Una vez le llevé leche en una botella

con tapa de papel. Se enderezó

para beberla y luego se inclinó de regreso

cortando y rebanando limpiamente, arrojando

terrones sobre el hombro, yendo más y más hondo

buscando la buena turba. Cavando.

 

Olor fresco de moho de papas, chapaleo,

cae la tierra pastosa, un filo corta seco

entre raíces vivas despiertas en mi mente.

¿Cómo seguir, sin pala, a hombres como ellos?

 

Entre el pulgar y el índice reposa

la gruesa pluma

con que voy a cavar. ~

 

Testimonio

Estábamos matando cerdos

cuando los yanquis arribaron.

Martes por la mañana, sol

y sangre en las cunetas

fuera del matadero.

Desde la carretera habrán oído

los chillidos, y luego que cesaban,

y nos habrán visto acercarnos

en delantales y con guantes,

colina abajo.

Marchaban en dos filas,

con sus armas al hombro.

Carros blindados, tanques, jeeps abiertos.

Manos, brazos quemados por el sol.

Desarmados, de paso,

camino a Normandía.

No que supiéramos entonces

hacia dónde se dirigían,

de pie, como unos muchachitos,

mientras nos arrojaban chicles

y golosinas de colores. ~

 

 A Bernard y Jane McCabe

Seco el lecho del río, medio lleno de hojas.

Nosotros, que escuchábamos otro río en los árboles. ~

 

La puerta estaba abierta, la casa estaba a oscuras

                                                    en memoria de David Hammond

 La puerta estaba abierta, la casa estaba a oscuras

y eso me hizo llamarlo, aunque sabía

que esta vez por respuesta tendría ese silencio

 

que me tuvo escuchando de pie mientras crecía

hacia atrás y hacia abajo y hacia fuera en la calle

en la que cuando entré (ahora lo recuerdo)

 

las farolas también estaban apagadas.

Nunca hasta allí y entonces me sentí tan ajeno,

casi como un intruso, con ganas de escapar

 

pero teniendo claro que no había peligro,

solo un apartamiento, un vacío no hostil

como un hangar a medianoche en un

 

aeródromo cubierto en lo alto del verano. ~

 

1.1.87

Qué peligro, la acera.

Pero este año tengo para el hielo

el bastón de mi padre. ~

 

La playa

La línea de puntos que trazó

el bastón de mi padre en Sandymount

es algo más, que no se lleva el mar. ~

 

Noche de agosto

Sus manos eran cálidas y pequeñas y sabias.

Volví a verlas anoche: dos hurones jugaban

a solas en un campo a la luz de la luna. ~

 

Aclaramientos, 3

                                 in memoriam M.K.H., 1911-1984

Se habían ido a misa los demás y quedaba

yo para ella mientras pelábamos las papas.

Rompían el silencio, soltadas una a una

como del soldador gotas de soldadura:

 

las cosas compartidas, en la grata frescura

común resplandecían, agua clara en un cubo.

Y seguían cayendo. Gratas salpicaduras

del trabajo del otro nos volvían al mundo.

 

Así que cuando el cura junto a su cabecera

se afanaba en plegarias por el bien de su alma

y algunos lo seguían mientras otros lloraban

 

recordé su cabeza tendida a mi cabeza,

los alientos mezclados, las ágiles navajas.

Nunca en toda la vida estuvimos tan cerca. ~

 

 

“Digging” abre el segundo libro de Heaney, Death of a naturalist, que llamó la atención del mundo sobre su poesía, y es uno de sus poemas más celebrados. La asimilación de la escritura a la labranza, y de los versos a los surcos, es milenaria. Lo novedoso es la modalidad del género: una elegía proléptica, pues el padre de Heaney no moriría sino veinticinco años después.

El escenario del “Testimonio” es Belfast y el poema describe un acontecimiento cuyos signos ominosos solo cobran sentido en el recuerdo. Los muchachos que pasan por el matadero, hombres para el niño que los evoca, se dirigen a la muerte.

A Bernard y Jane McCabe los conoció Heaney en Cambridge en 1979 y fueron una amistad duradera. Al escritor está dedicado The haw lantern (1987); ellos son la armoniosa pareja retratada en “The birch grove” (2006). El “nosotros” de la segunda línea se asimila a las hojas caídas, como en la imagen homérica.

Seamus Heaney escribió en agosto de 2008 para The Guardian el obituario de su compatriota David Hammond –escritor, compositor, cineasta, historiador, cantante– y luego tuvo el sueño que escribe este poema.

m.k.h., la dedicatoria de los ocho sonetos de “Clearances”, es la madre de Heaney y sus ocho hermanos mayores: Margaret Kathleen McCann.

El primero de enero de 1987 es la fecha del fallecimiento del padre de Seamus Heaney. El poema, uno de los mejores haikus que se hayan escrito en una lengua occidental, evoca a Issa Kobayashi.

Sandymount Strand, a las afueras de Dublín, fue el lugar de residencia de Seamus Heaney durante los últimos 36 años de su vida. Que sea también uno de los escenarios esenciales del Ulises es algo que no deja de resonar en el poema.

También al padre de Heaney, granjero, se refiere el sueño visionario de Noche de agosto. ~

 

 

Versiones y nota de Aurelio Asiain

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