La nota llegó fácil a la primera plana de Excélsior. El reportero aseguraba haber conseguido una entrevista exclusiva con Dmitry Bestuzhev, director de Análisis e Investigación de la firma de protección informática Kaspersky Lab., quien le había revelado un dato inquietante: desde 1996, el gobierno de Estados Unidos realizaba labores de espionaje en México a través de computadoras personales de varias marcas líderes en el mercado.
La operación, según el especialista, había sido posible gracias a la instalación de un software-espía militar en discos duros de millones de equipos vendidos. “EU mete en México computadoras-espía”, decía el titular a cuatro columnas
Para la tarde, algo empezó a ir mal. Un comunicado de Kaspersky Lab. llegó a las redacciones de varios medios. En él, la compañía rechazaba haber proporcionado los datos mencionados en la nota de Excélsior y aclaraba algo más importante: su director de Análisis e Investigación no había dado la entrevista a la cual la publicación hacía referencia, ni había tenido conversaciones recientes con el autor de la nota.
Asimismo, la firma acusaba al periodista de haber falseado el contenido de uno de sus documentos:
“Excélsior reporta que Kaspersky ha descubierto el programa malicioso en computadoras con discos duros de ciertos fabricantes. Eso es completamente falso ya que en el reporte oficial de la compañía se aclara que lo que acontece es que los atacantes tienen la capacidad de reprogramar los discos duros luego de la infección de malware”.
En su edición del día siguiente, el diario fue incapaz de ofrecer una disculpa a los lectores por la fabricación de una entrevista inexistente. Porfiando en su error, buscando sepultarlo bajo la mayor cantidad de tinta posible, los editores publicaron en su sección de negocios dos largos textos con reacciones de integrantes del Congreso y funcionarios de la Secretaría de Relaciones Exteriores a la nota viciada de origen por la imaginación de su autor.
De manera vergonzante, el reportero escribió una pequeña nota que reproducía algunos párrafos del desmentido de Kaspersky, pero sin admitir explícitamente el engaño cometido a los lectores. Finalmente, en un intento por desviar la atención sobre el relajamiento de controles en el medio y las malas prácticas periodísticas en que había incurrido en lo personal, el periodista se atrevería a cuestionar, airado, el hecho de que aunque otros medios también habían reproducido inexactitudes solo se le desmintiera a él por inventar una conversación que no existió.
En Número Cero, su más reciente novela, Umberto Eco parodia la entereza con que un sector de la prensa hace frente a los desmentidos, deshaciéndose del miedo de meter las manos a la podredumbre y haciendo uso de un recurso fundamental: hacer insinuaciones que en sí no dicen nada, pero arrojan una sombra de sospecha sobre el autor del desmentido, haciéndolo parecer un paranoico.
La dificultad para conseguir información impactante y el afán de protagonismo del periodista frecuentemente obliga a crear atajos que llevan al otro lado de la frontera ética. Se inventan diálogos y se retocan acontecimientos para elevar una historia por encima de su propio potencial, apostando todo al “nadie lo sabrá, nadie se dará cuenta”.
Se atribuye a James Breiner, director del Baltimore Business Journal, la comparación entre el periodista que recurre a la invención y las empresas que maquillan sus libros contables, pues frecuentemente se asume que hay mayor recompensa en distorsionar la historia para volverla una gran historia, que contar la verdad. O como se ha dicho antes: “si los datos no nos apoyan, peor para los datos”.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).