“Estas pinturas muerden”, pensó en voz alta un crítico al visitar una exposición feminista. Podría haberlo dicho de todo el movimiento de las décadas de 1960 y 1970, del arte y los libros. Después de relatar los pormenores de los casos de violación que se frustraban en los tribunales y de desbancar con paciencia las creencias comunes, pero falsas, sobre las víctimas que “provocaban” a los violadores, Susan Griffin, la primera en escribir al respecto, aventó el último párrafo de su ensayo como quien arroja una granada, uno que estalla con cada lectura: “Los hombres y la estructura de poder que victimizan a las mujeres son los mismos que están involucrados en la violación de Vietnam, de los afroamericanos y de la Tierra en que vivimos.”
Un par de años antes, Nancy Spero, presentaba su War Series, 150 aguadas rápidas. Las pinceladas tienen la prisa de quien comunica un reporte de guerra, de quien quiere detenerla. El ocre y la sangre, bocas que vomitan fuego (Male Bomb, 1966). El arte que protesta no tiene el ánimo ni el tiempo para tensar el lienzo en el bastidor, por eso Spero pinta sobre papel arrugado. Tampoco hay tiempo para detallar paisajes, apenas lo hay para dibujar las siluetas de quienes mueren en combate. La precisión cede ante la urgencia (Clown and Helicopter, 1967). En su siguiente serie (Torture of Women, 1976), Spero conjugó la violencia de la guerra con la violencia contra las mujeres. Más que una respuesta meditada, la serie es una reacción en contra. Spero se dejaba llevar por el impulso, tanto como Griffin, quien concluía: “La violación es una forma de terrorismo de masas y la quintaesencia de nuestra civilización”. Pocas veces se menciona, pero muchas feministas fueron pacifistas antes de entrar al Movimiento de Liberación de las Mujeres. Escribían y pintaban con el aleteo de los helicópteros y la explosión de las bombas en la selva vietnamita, lo que afectó el sonido del feminismo. No se les puede echar en cara que pintaran bombas o que su prosa explotara como la pólvora. A nadie se le puede recriminar haber pertenecido a su tiempo.
Y ese era otro, un poco más crudo que el nuestro. La violación no era un tema del debate público, sus víctimas no la reportaban a la policía, no se lo contaban a sus familiares ni la reconocían ante ellas mismas. ¿Y para qué hacerlo, si los abogados de la defensa y los propios jueces habrían investigado a las mujeres, en lugar de a los agresores? Una débil pista sobre la supuesta promiscuidad de la víctima bastaba para que la corte atenuara la gravedad del delito. De ahí que los performances fueran condenatorios, por eso se leían cientos de testimonios en voz alta y el arte regresaba, una y otra vez, a los mismos materiales: el cuerpo, la sangre, la arcilla (Ablutions, 1972). La violación se exponía con la fuerza de una primicia, porque entonces lo era. Nancy Spero y Susan Griffin pertenecen a la época de las protestas, cuando se escribía y se pintaba con el fervor y la convicción de quien inaugura otra manera de pensar. El alboroto y los gritos, la desobediencia y la retórica radical marcaban el tono de esas décadas.
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En 1992 Sue Williams pintó otra obra más sobre la violación, A Funny Thing Happened. Arriba y a la derecha del cuadro se lee: “isn’t this theme a bit too common?”. No es un reproche contra las narraciones de las víctimas, sino contra los legisladores que se tomaron veinte años para definir a la violación dentro del matrimonio como delito. Al respecto, un espectador acusó a Williams de “inventar una guerra contra los hombres”. “Esas cosas no ocurren”, remató. A su vez, los críticos reseñaron la pieza como otro ejemplo más del arte agresivo y autocomplaciente de las feministas, a lo que Williams respondió: “¿Arte negativo? Yo siempre he pensado que esta es una pintura más o menos alegre”.
Y es cierto. A Funny Thing Happened va más allá del testimonio para enfocarse en los comentarios que subestiman a la violación. Junto a la figura de una mujer atacada rumbo a la tienda, al metro, al trabajo o a la puerta, Williams retoma, con sarcasmo, frases como “calzones diseñados para ser violada, planea tu guardarropa” y “no sabemos si ella lo disfrutó, este caso es un misterio”. En una de las últimas secciones de la pintura, una mano de mujer apunta una pistola contra el pene de su agresor, que exclama “¡vaya, pero si no es para tanto!”, mientras otra mujer le advierte, entre risitas tímidas, “jiji, eso no es muy lindo de tu parte”. Así, A Funny Thing Happened no es el arte de las víctimas que exaspera a varios, ni el “arte agresivo de las feministas”, insoportable para muchos más, sino la parodia de las actitudes que desacreditan la violencia contra las mujeres. La estrategia de Williams fue representar en forma de historieta a quienes piensan que una acusación de violación es un invento de las mujeres, drama o un intento por llamar la atención. Al dibujar a sus opositores como caricaturas y al escribir sus comentarios como si fueran parte de un comic, los vuelve hilarantes, absurdos.
Los movimientos contra el acoso sexual en las calles deberían recuperar esta pintura. El acoso parece un tema nuevo. No lo es. Por si las echábamos de menos, las respuestas contra las mujeres que han vivido una experiencia de acoso en las calles se parecen a las que solían articularse contra las víctimas de violación. Hay quien comenta, con soltura y ligereza: “no es para tanto”, “no te pasó nada, cálmate”, “¡pero si ni siquiera te tocó!” y otras frases (las conocemos de sobra) para desatender el problema. Pero, en ambos casos, todo se resume a la voluntad del individuo. Al menos los liberales, porque basan sus políticas en este principio, deberían reconocer la voluntad de las mujeres de no escuchar piropos, albures, insultos, de no ser manoseadas en el transporte público ni perseguidas por las calles.
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Hace tiempo que terminó la guerra de Vietnam. La alianza entre feministas, afroamericanos, pacifistas y ecologistas duró poco, cada movimiento salió en desbandada con su causa. El feminismo, por su parte, entró a la academia y al gobierno. Ahora hila más fino. Prueba de ello es el panel que en el 2012 organizó Suzanne Lacy, una artista que en los 70 hacía performances de exorcismos para sanar simbólicamente a las víctimas de la violencia sexual. Cuarenta años después del feminismo radical, Lacy prefirió reunir a nueve expertos en política, medios de comunicación, activismo. Storying Rape se propuso analizar el estado actual de las narrativas sobre la violación: una conductora reconoció que las violaciones entran al ciclo de noticias solo cuando están relacionadas a un asesinato o a una celebridad, mientras que una guionista denunció que la violación se ha convertido en la premisa de varias comedias románticas (“un chico conoce a una chica, el chico la salva de una violación, chico y chica se hacen novios”).
Con esta revisión rápida de las perspectivas sobre la violación no pretendo aconsejarles que revendan los clásicos del feminismo de los setenta a las librerías de viejo. Más bien, quiero señalar que las generalizaciones –como aquella que afirma que la cultura actual permite y promueve el papel sexual dominante y agresivo en los hombres– se han convertido en estudios específicos. Ahora se investiga la manera en que los tribunales militares desechan las acusaciones de violación, las campañas de prevención que se enfocan en las mujeres (y no en los hombres), las tácticas fallidas de los campus universitarios. Distinguimos a las violaciones ocurridas en la guerra de las que suceden en las regiones tomadas por el narcotráfico, a la violación dentro del matrimonio de la que persiste en los dormitorios universitarios. Se ha ganado en precisión. Pero después de todo –si tomamos en cuenta que hace apenas diez años la SCJN reconoció a la violación dentro del matrimonio como delito, si consideramos el silencio de las universidades y las familias, que no hay una campaña a nivel nacional en los medios de comunicación mexicanos (como la que ha promovido Barack Obama en EUA) y que la mayoría de las víctimas no denuncia a sus agresores–, resulta ser cierto, como advirtió el feminismo radical, que buena parte de la cultura actual todavía permite y tolera que exista la agresión sexual de los hombres.
(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.