Patos, Newburyport, Logroño

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En el verano de 2019, la escritora norteamericana Lucy Ellmann recibió una llamada de teléfono de su editora británica. Su novela Patos, Newburyport había sido seleccionada para el Booker Prize; entre los finalistas de ese año estaban los nombres de Margaret Atwood, Bernardine Evaristo o Salman Rushdie, así que, para una editorial independiente como Galley Beggar Press y para la autora de una novela tan poco convencional como Patos, Newburyport,la noticia tuvo que ser, como poco, sorprendente. Lo que sucedió después (la decisión de otorgar un premio ex aequo, la polémica que generaron ciertas declaraciones del jurado acerca del premio a Atwood…) lo sabe todo el mundo, lo que no sabe casi nadie es que cuando recibió esa llamada, Lucy Ellmann estaba en Logroño.

Es difícil resistirse a la idea de escribir un texto en el que las palabras Logroño y Booker Prize aparezcan en el mismo párrafo, sobre todo cuando, con la excusa, puedes hablar de una de las obras literarias más arriesgadas e interesantes que se han publicado en los últimos años.

Está claro que, a veces, las cosas más extraordinarias ocurren donde una menos se lo espera, ya sea en una pequeña capital de provincia del norte de España o en la cocina de una ama de casa de Ohio.

Patos, Newburyport es una novela apabullante. Recuerdo la primera vez que mi amiga Suzy Romer me habló de ella y de su autora, otra amiga suya, Lucy Ellmann, una escritora británico-norteamericana que, desde hacía muchos años, vivía en Edimburgo. Ellmann, que empezó a publicar en los años ochenta, había sido reconocida y celebrada desde entonces, tanto por sus obras de ficción como de no ficción, por su lucidez, su humor inteligente y su carácter feminista.

Ahora, me contó Suzy, estaba escribiendo una novela en la que narraba, en una sola frase interminable, la historia de una mujer que, tras superar un cáncer, había cambiado su puesto de profesora en la universidad por un negocio de pasteles caseros. Ya había escrito más de setecientas páginas.

Una única frase que ocupaba más de setecientas páginas. Como escritora, tuve un poco de vértigo (del bueno), como lectora, una curiosidad enorme.

Con el tiempo, aunque esto, en el fondo, sea lo de menos, aquellas setecientas páginas han acabado siendo más de mil. Mil páginas en las que Lucy Ellmann desgrana, y prácticamente a tiempo real, los pensamientos de su protagonista, una mujer estadounidense que hornea sin descanso en la cocina de su casa pasteles para venderlos a sus clientes. Su constante conversación consigo misma, en la que tienen cabida los temas más diversos y las referencias más descabelladas, desde el cáncer que sufrió a episodios de la historia pasada y presente de los Estados Unidos, desde su preocupación por el medio ambiente a las ocurrencias de Donald Trump, desde los tiroteos en las escuelas a la verdadera historia de la autora de La casa de la pradera o los abusos policiales, solo se interrumpe cuando aparece, elegante y majestuosa, la figura de la otra gran protagonista de la novela, una hembra de puma cuya historia va intercalándose con la de la mujer a lo largo de la narración.

Patos, Newburyport es una novela monumental. Cuando se habla de ella (y se ha hablado mucho de ella), también se le suelen sumar otros adjetivos: rompedora, innovadora… pero, en mi opinión, su mejor baza es que es una novela de verdad, no un ejercicio de virtuosismo literario. No solo no se deja ahogar por su osadía formal, sino que, desde el principio, esta se pone al servicio del personaje y de lo que está contando, o, mejor dicho, de lo que está pensando.

Patos, Newburyport es una novela compleja, en el mejor sentido de la palabra, pero no es una novela difícil. Desde el primer momento, la lectura fluye como fluyen los pensamientos de la protagonista, que va saltando de una idea a otra en un reflejo perfecto de la manera caótica y deslavazada en la que pensamos. Como lectores, una vez que entramos en la novela, y, por lo tanto, en la cabeza de la protagonista, es imposible parar. Es más, una tiene la sensación de que podría seguir y seguir leyendo y acompañar a esta mujer no ya durante unos días, sino durante meses o años…

La desaparición del filtro del narrador nos deja solos, frente a frente, con el personaje. Sin intermediarios. Podría ser un desastre, pero la maestría de Ellmann consiste en hacer fácil lo difícil y, así, construye un texto que nunca pierde el ritmo y que presenta con naturalidad el torrente de pensamientos de su protagonista. Mediante sus recuerdos, reflexiones, ideas, asociaciones, imágenes, canciones… nos ofrece un retrato íntimo y certero de una mujer a la que acabamos conociendo tan bien que ni siquiera nos engaña cuando se engaña a sí misma.

Sin una sola descripción ni otro mapa que el que van creando las idas y venidas de su personaje, Ellmann consigue llevarnos a su terreno y nos permite entrar de lleno en la vida de esta mujer cuyo nombre no conocemos, en su infancia, en su relación con sus padres y con sus hijos, en su forma de interactuar con el mundo. Además, al tiempo que la autora nos hace partícipes de todo lo que se le pasa por la cabeza, también nos va desvelando todo lo que va haciendo a lo largo del día, desde llevar a sus hijos al colegio a dar de comer a las gallinas de su gallinero ecológico, hornear bandejas y bandejas de pasteles y galletas y llevarlos a sus clientes, preguntarse cómo se cocinan las patatas a la riojana o tender la ropa.

Pero Ellmann va más allá. En su novela, no solo construye el retrato de un personaje, también dibuja, con una visión lúcida, crítica e implacable, el retrato de un país que sigue siendo el suyo.

A pesar de que se trata de una obra de ficción, la tentación de identificar las preocupaciones de la protagonista con las de la autora es grande. Seguramente, algunas son compartidas. Otras, no. Seguramente, como la propia Ellmann ha dejado caer en alguna entrevista, si la protagonista de la novela fuera un reflejo fiel de la autora, estaría mucho más enfadada con el mundo de lo que está…

Desde su publicación en 2019, la novela ha cosechado premios y alabanzas por parte de la crítica. La reacción de entusiasmo ha sido general, se la ha calificado de obra maestra e, inevitablemente, se la ha comparado con el Ulises de Joyce. Lo que me lleva al otro Ellmann.

Reconozco que cuando pensé en escribir sobre Patos, Newburyport me propuse dos cosas: no hablar de la polémica del Booker Prize y no mencionar al otro Ellmann. Como se ha visto, la primera la he incumplido nada más empezar y, en este momento, acabo de incumplir la segunda…

Aquella tarde en que Suzy me habló de la visita de su amiga Lucy y de Patos, Newburyport yo pensé: “¡Anda! Ellmann, como el de Joyce.” Entonces no lo sabía, pero resultó que Richard Ellmann, “el de Joyce”, escritor al que yo conocía por su mítica biografía del autor del Ulises, era el padre de Lucy.

Y aunque me había prometido no hablar de él, (a estas alturas lo cierto es que no viene a cuento) resulta que mencionarlo aquí tiene sentido sobre todo por dos motivos. Uno, que, como decía antes, desde el momento de su publicación, la crítica emparentó la novela de Ellmann con las obras de Joyce y Virginia Woolf; otro que, si bien nuestra Ellmann no ganó el Booker en 2019, sí ganó, entre otros, el James Tait Black, el mismo premio que 38 años antes había recibido su padre por su biografía de James Joyce. La cosa tiene su gracia.

Por otra parte, después de la publicación de Patos, Newburyport, ha ocurrido algo con lo que, seguramente, la propia Lucy Ellmann no contaba, la prensa ha pasado de hablar de ella como “la hija de Richard Ellmann” a convertirlo a él en “el padre de Lucy Ellmann”, lo cual tampoco está mal.

Para que se publique una novela como Patos, Newburyport tiene que darse una serie de condiciones: una buenísima escritora, que maneje las complejidades de una narración tan poco tradicional como esta y no se pierda en las trampas de la forma, una historia o unos personajes que interesen a los lectores, y una editorial que se lance a la aventura. Afortunadamente, Patos, Newburyport dio con esa editorial en el Reino Unido, cuando llegó a las manos de Galley Beggar Press, y ahora ha encontrado también su casa en Automática, desde donde nos llega la versión en español de la mano de Enrique Maldonado Roldán, cuya admirable labor como traductor ha merecido alabanzas de la propia autora.

Divertida, inteligente, descorazonadora, intensa, satírica, demoledora, colosal… el hecho es que Patos, Newburyport es una novela prodigiosa. En sus páginas, Lucy Ellmann no solo construye un universo literario único sino que, al alejarse de las normas a las que estaría sujeta una narración más convencional, libera también a su personaje, y nos sitúa a nosotros en una posición privilegiada, que no siempre está a nuestro alcance como lectores. Una auténtica fiesta. ~

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es escritora y traductora. En 2017 publicó la novela Invierno (Pepitas de
calabaza).


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