POESÍAPatria Portátil

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La lectura de Lo cubano en la poesía, de Cintio Vitier, representó para el joven que fui una experiencia similar a la que había representado para el niño que ese joven reemplazaba la lectura de algunos libros de Salgari, Verne y Twain: un deslumbramiento. Mi necesidad de permanecer en Cuba desde el exilio, de encontrar una patria portátil donde guarecerme de un medio tan extraño a aquél en el que había transcurrido mi infancia, de contraponer a la angustiosa actualidad cubana una intemporalidad a salvo de los vaivenes inmediatos y desoladores de la Historia, ya había encontrado en el cancionero popular cubano, en la cercanía y tutela de algunos mayores y en la práctica torpe del verso, un espacio, una isla virtual. Pero sólo la lectura de Lo cubano en la poesía me daría una idea exacta del extremo al que ésta, la poesía de mi país y, finalmente, la Poesía, podrían consolarme.
     En el prólogo a la segunda edición de su libro, Vitier confiesa que éste "fue escrito en un rapto": así lo leí yo y he vuelto a leerlo en más de una oportunidad. El joven al que antes aludía no cesa de sustituir al hombre que ahora soy, ni de devolverle esa sensación de pasmo, de awe, ante la excelencia de la prosa y el caudal de hermosura desmigajado por Vitier: "En medio de la Mar Océana, Cristóbal Colón añora los ruiseñores. Una inmensa nostalgia se extiende por la virginidad del espacio marino. El tiempo parece angustiosamente inmóvil; los barcos no avanzan. En las noches hay signos indescifrables: vieron caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en el mar, lejos de ellos cuatro o cinco leguas. Pero detrás del horizonte, más allá de lo visible, en la lejanía del deseo, el versículo de Isaías resuena siempre como un llamado misterioso: Sí, ciertamente a mí esperarán las islas…"
     La lectura incisiva y delicada del autor, resultado de un conocimiento del hecho poético y de una sensibilidad excepcionales, me permitió acceder a zonas de las obras y las vidas de los principales poetas cubanos de los siglos XIX y XX en un estado de ánimo que, si el vocablo, franco, no amenazara con ruborizarme, con resultarle excesivo al hombre que fatalmente soy, tan distante a veces del joven que fui, me animaría a llamar de arrobo. Todo el aparato retórico de la poesía de antaño, tan incómodo a mi curiosidad inexperta, educada en la poesía más reciente, se entreabría y tornaba joyero, hallazgo íntimo, prolongación intangible y, sin embargo, inmediata y amorosa de Cuba.
     En el prólogo a la segunda edición de Lo cubano en la poesía, Cintio Vitier llama a su libro "un estudio lírico acerca de las relaciones de la poesía y la patria", y recuerda "el período de cerrazón histórica" en que se escribió y su intención, entonces, de asumir la primera "como una experiencia personal y ofrecerla en medio de la barbarie y las tinieblas como una imagen espiritual de nuestro ser". Es curioso que cuarenta y cinco años más tarde —el libro se escribió a finales de 1957— esa barbarie, esas tinieblas y ese período de cerrazón histórica sean más actuales que nunca, como ensayando "su definición mejor", y que un lector entusiasta de su libro, diametralmente opuesto a las incomprensibles actitudes de orden político adoptadas por su autor, halle en Lo cubano en la poesía, además de la antítesis de ese ensayo brutal, razones y formas para continuar en Cuba desde el exilio, e incluso leña para su fuego de opositor. Conciliar mi gratitud por éste y otros libros de Vitier con mi indignación ante las opiniones expresadas por él en torno al acontecer cubano, e impedir que un sentimiento se imponga al otro, me incline a obviar el otro, es un acto de equilibrio del que a duras penas salgo victorioso y al que tengo como botón de muestra de la complejidad feroz de los tiempos en curso.
     Se ha comentado, con sorna, la frecuencia con que Vitier utiliza el calificativo de entrañable. No me había percatado de ello. Entre los frutos más abundantes de la actual sociedad cubana están el escepticismo y la mordacidad: todos hemos probado de ellos, y entre escépticos y mordaces, palabras como ésa —bella palabra, por cierto— resultan inaceptables. No creo que Vitier se haya equivocado al utilizarla, y habla bien de él que haya recurrido a ella con asiduidad: pobre del país para el que poco, o nada ya, es entrañable. A mí, como a él, no me avergüenza reconocer que esa palabra describe, a la perfección, mi relación con la poesía cubana, ni me cohíbo de utilizarla al referirme, siempre con fervor —con el fervor del joven que fui y trato de proteger de las garras del hombre que soy, y de los hombres—, a Lo cubano en la poesía. ~

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