En Alemania, la energía producida en plantas nucleares es un asunto tan politizado como el petróleo en México. Desde que Angela Merkel se convirtió en Canciller a finales de 2005, una de sus prioridades ha sido el cuidado del clima que, en su agenda nacional, engarza con el manido tema de ‘la energía atómica’, su eterno talón de Aquiles.
A fines del año pasado, Merkel (del partido CDU) canceló el proyecto del régimen anterior presidido por Gerhard Schröder (del partido SPD) de desmantelar todas las plantas atómicas en el país. Dicha medida perjudicaría el clima y aumentaría la dependencia del gas ruso, negocio en el que –gracejadas de la casualidad– Schröder tiene parte. Merkel ordenó alargar –de 8 a 14 años– la vida de las plantas nucleares más allá de la fecha de cierre prevista originalmente.
Apuremos algunas cifras: Alemania es el sexto productor de energía atómica en el mundo, lo que representa la cuarta parte de la energía nacional. Según el Nuclear Energy Institute, la energía atómica constituye el 14% de la energía producida en el mundo (cifra de 2009). Pero más allá del CDU, la energía atómica no es popular. The Economist refiere que el 56% de los alemanes se le opone. A raíz de Fukushima, se puede ver en el baremo social Facebook que un número significativo de alemanes incluso ha puesto como foto de identidad un solecito risueño con la leyenda “¿Energía atómica? No gracias”.
El logo es de ausgestrahlt, una iniciativa civil que canaliza protestas contra la energía atómica y exige el desmantelamiento de los 17 reactores nucleares en el país. Para este sábado 26, ausgestrahlt ha convocado a una serie de manifestaciones en Berlín, Munich, Hamburgo y Colonia, justo el día anterior a las muy importantes elecciones en los Estados Confederados de Baden-Württemberg y Rheinland-Pfalz. Será la segunda manifestación en el plazo de dos semanas, pues ya el 12 de marzo, un día después del tsunami en Japón, 100,000 manifestantes salieron a protestar contra el uso de energía atómica en Alemania.
A los dos días, Merkel anunció una moratoria ambigua con la que cerraba las siete centrales nucleares más antiguas del país durante tres meses para someterlas a una inspección de seguridad –no frente a terremotos, sino frente a accidentes aéreos y ataques terroristas. La rápida reacción fue celebrada en el mundo como una medida de seguridad y control, dos pasiones alemanas de indiscutible excelencia. Una semana más tarde, Merkel hablaba sobre la necesidad de crear una comisión ética a nivel federal para el abastecimiento seguro de energía. Frente a estas aparentes medidas de seguridad, muchas voces denunciaban populismo.
La GRS (Sociedad por la seguridad de las instalaciones y los reactores nucleares; en alemán: Gesellschaft für Anlagen- und Reaktorsicherheit) tiene entre sus responsabilidades el mantenimiento técnico de las plantas de energía atómica. La página de la GRS no menciona la moratoria de la Canciller y se concentra en informar sobre los problemas en Japón. Se rumora que Merkel nunca giró la orden ejecutoria para abatir la actividad de las plantas nucleares, lo que levanta la sospecha de un tinglado mediático para diversificar la atención pública de cara a las elecciones del próximo domingo: Merkel sabe que el CDU puede perder por primera vez desde hace medio siglo la mayoría en el parlamento de Baden-Württemberg, la región más importante en la Unión Europea en cuanto a investigación y desarrollo. Su candidato, Stefan Mappus, desea terminar con el suministro tradicional de energía sucia – petróleo y gas – y favorece la energía producida en plantas nucleares.
Berlín. Marzo, 2011
Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.