Hace nueve meses el mundo entero miraba extasiado cรณmo el muy ejecutivo y enรฉrgico presidente Sebastian Piรฑera rescataba a 33 mineros hundidos en el centro mismo de la tierra. Metรกfora perfecta de una transiciรณn polรญtica que empezรณ hundida en las catacumbas mismas del miedo para, con una mezcla de ingenio y paciencia, salir a la luz y sorprender al mundo. Un mundo que quedarรญa mรกs sorprendido aรบn al saber que el presidente que liderรณ la gesta de la mina San Josรฉ yace hoy hundido en una desaprobaciรณn histรณrica –solo un 33 por ciento de los chilenos, para mรกs simbolismo, aprueba su gestiรณn. Un descrรฉdito que comparte con la oposiciรณn que baja en las encuestas al mismo ritmo que el gobierno.
Nueve meses despuรฉs del rescate histรณrico los mineros, algunos de ellos tanto o mรกs pobres que cuando se hundieron al fondo de la tierra, se querellan contra el Estado chileno del que fueron el mรกs victorioso sรญmbolo. Esta es solo una de las paradojas de un paรญs que parece haber descubierto despuรฉs del tambiรฉn histรณrico terremoto y maremoto de febrero del aรฑo pasado mรกs de una falla geolรณgica, algunas superficiales, otras profundas, formando entre todas un enjambre sรญsmico difรญcil de predecir que tiene a toda la รฉlite, intelectual, empresarial y polรญtica –a menudo a cargo de las mismas personas– en estado de alerta y shock.
Chile ha vuelto a ser lo que mรกs le gusta ser, una excepciรณn: un paรญs que crece al seis por ciento en medio de un mundo en recesiรณn, que tiene una democracia estable y en que mejoran casi todos los รญndices macroeconรณmicos, donde de pronto amanecen 150 mil personas marchando en la Alameda. Entre ellas yo, que, como muchos ahรญ, no salรญa a protestar desde fines de los ochenta, cuando la dictadura unรญa a todos los que la sufrรญamos y la calle se llenaba de banderas de partidos proscritos, e himnos de la Unidad Popular, canciones รฉpicas y miedo inmemoriales que contrastan con el ambiente de fiesta descuidada, de simple improvisaciรณn que domina esta manifestaciรณn convocada por Twitter y Facebook, y luego retransmitida al mundo por esos mismos medios que tienen en Chile mรกs adictos que en cualquier otro lugar de Latinoamรฉrica.
Atravieso apurado, como si temiera esa multitud inabarcable de reivindicaciones contradictorias: matrimonios gays, Patagonia sin represa, ciclismo furioso, defensa de los derechos de los animales, pocas o ninguna bandera de partidos tradicionales, pocos o ninguno de sus dirigentes, abucheados sin piedad cada vez que intentaron integrarse a alguna columna de manifestantes. Consciente de que mi edad y mi historia me hacen sospechoso, me adelanto a la columna principal, tan rรกpido que paso de largo la marcha. Camino entre los perros vagos que los manifestantes desplazaron de su territorio. Como esa manada infinita, me cuesta a mรญ tambiรฉn comprender ese rรญo de caras que nunca he visto antes, ese flujo sin fin de diabladas, batucadas, murgas, tamborines, saxofones, silbatos, carros lanza agua de cartรณn, monjas y curas amarrados a la misma cadena protestando contra la educaciรณn religiosa, y otra columna de profesores agriados, y otra mรกs de caballeros medievales con su armadura y espadas, otra legiรณn sacada directamente de Dragon Ball Z al lado de un actor que firma autรณgrafos vestido de Salvador Allende. Y travestis y transgรฉneros por montones y paรฑuelos palestinos con sus piedras y bombas molotov que se preparan para su propia Intifada cuando se acaba el acto y empieza otra fiesta, la de los saqueos, los vidrios y las cabezas rotas, las lacrimรณgenas a raudales, los caballos de los carabineros que caen a veces desangrรกndose al suelo en una imagen que no hubiese dejado indiferente a Paolo Uccello.
Es difรญcil, incluso para el observador mรกs atento, captar la amplitud y la novedad de un movimiento que cambia permanentemente de actores, de petitorios, de demandas. Unas protestas que parecen mรกs un carnaval que una revoluciรณn. Tomas de colegios, de universidades o de oficinas ministeriales transmitidas en directo por twitcam, competencia de baile Axe en plena calle, concurso de imitaciรณn de Lady Gaga y desnudos al aire libre y tres mil besos apasionados delante de la catedral. En Valparaรญso un grupo de estudiantes quiere lograr que mรกs 1,800 personas donen su sangre el mismo dรญa. En Santiago un colectivo de estudiantes de artes dan vuelta sin parar alrededor de la Moneda hasta completar 1,800 horas, sรญmbolo de los 1,800 millones de dรณlares que se necesita segรบn ellos inyectar a la educaciรณn superior. Delante de esa misma Moneda un millar de estudiantes de diversas carreras bailan “Thriller” de Michael Jackson, vestidos de zombis porque “moriremos pagando” las deudas por millones de pesos que los esperan al terminar sus estudios. Unos estudios que, de un modo inรฉdito para el resto del mundo, son financiados en un ochenta por ciento por las familias de los estudiantes y en un veinte por ciento por el Estado. Estudios en universidades que son, segรบn el economista Patricio Meller, proporcionalmente al PIB las mรกs caras del mundo. Mรกs cara aรบn para los mรกs pobres, peor preparados para las pruebas de selecciรณn universitarias, que tienen que estudiar en universidades privadas no acreditadas o mal acreditadas, que gastan la mitad de su presupuesto en contratar modelos para los avisos publicitarios, y laptop y auto cero kilรณmetros para el que se matricula primero.
Muchos paรญses del Tercer Mundo pueden tambiรฉn hacer gala de una serie de rรฉcords mundiales oprobiosos. Lo que hace interesante esta manifestaciรณn es el hecho mismo de que Chile no es un paรญs mรกs del Tercer Mundo, sino uno que se ufana de estar a punto de abandonar ese club. Lo que hace apasionante el tono pero tambiรฉn el contenido de estas protestas es que no nacen del fracaso de un sistema sino de su รฉxito. Los jรณvenes que ahรญ se manifiestan no lo hacen porque no tengan oportunidades. Muchos de ellos son parte de la primera generaciรณn de su familia que estudia en la universidad. O son mรกs bien la segunda: porque sus hermanos mayores aceptaron sin chistar las reglas del juego hasta que los dejaron sin trabajo pero con tรญtulo, o sin tรญtulo siquiera, estancados en carreras que cierran en cualquier momento por falta de campo laboral.
Como Cuba, a Chile, esa isla misteriosamente pegada al resto del continente por desiertos y montaรฑas infranqueables, le ha tocado ser un laboratorio ideolรณgico. En los setenta quiso instalar el socialismo por la vรญa electoral, respetando la forma de la democracia liberal pero cambiando su sentido. En los ochenta liberรณ a culatazos limpios los mercados, probando en el terreno siempre delicado de la salud, la previsiรณn o la educaciรณn, las teorรญas mรกs extremas de Milton Friedman y sus amigos de la Universidad de Chicago. En los noventa y la primera dรฉcada de los dos mil, ensayรณ una cierta fusiรณn entre ambos intentos: una economรญa abierta y libre con ciertas reformas sociales que aumenta la protecciรณn social. Un cambio del que fuimos todos los chilenos beneficiarios y vรญctimas, aunque no del mismo modo, no al mismo tiempo. El presidente Piรฑera vio quebrarse el mundo austero, catรณlico y afrancesado de su infancia para convertirse en un hombre inmensamente rico y norteamericanizado hasta la mรฉdula, perdiendo en el intercambio el contacto con la ciudadanรญa a la que trata de agradar ciegamente sin lograrlo. El exministro de educaciรณn y varias veces candidato a la presidencia Joaquรญn Lavรญn, Opus Dei de misa diaria y de genuinas preocupaciones sociales, se ve de pronto en la incomodidad de no poder confesar cuรกntos millones de dรณlares ha ganado en la universidad supuestamente sin fines de lucro que creรณ con unos amigos. Todo esto mientras los chilenos, que pagan la mitad o mรกs de sus ingresos en los estudios universitarios de sus hijos, ven ante sus ojos cรณmo La Polar, una de las mรกs populares multitiendas del paรญs, confiesa que lleva aรฑos repactando las deudas de sus clientes sin avisarles, maquillando al mismo tiempo su propia contabilidad para conseguir aรฑo con aรฑo ser considerada la empresa lรญder del mercado.
Es la asimetrรญa de ese crecimiento, la diferencia abismal que separa a chilenos que hablan, se visten y hasta piensan igual, lo que nos hace marchar, como un ejรฉrcito que sitia su propia ciudad. Maduros a la fuerza, acostumbrados a considerar como realista solo una versiรณn de la realidad, las protestan son tambiรฉn contra un cierto monopolio de la razรณn o de la moral que muestra sus costuras y fallas: curas que abusan de menores, empresarios que esclavizan paraguayos, el ministro de Hacienda que echa a su empleada domรฉstica al enterarse de que estรก embarazada. ¿Eso explica la alegrรญa con que veo a gente que normalmente considero sensata e inteligente sufriendo al ver cรณmo se le escapa el paรญs, y sus hijos se manifiestan contra el lucro, no solo en la educaciรณn sino en general? ¿No siento un cierto placer al volver a ser irresponsable pero moralmente exigente y preguntarme si vale la pena seguir creciendo si el crecimiento en nada termina con el sistema de casta que encierra a cada cual en su gueto? ¿No tenemos todos, los que se manifiestan y los que no, que esta es la รบltima oportunidad de hacer preguntas incรณmodas, antes de que el rodaje de la mรกquina ande solo, antes de que nos retiremos felices a nuestro rincรณn cada vez mejor vigilado contra la irrupciรณn de los extraรฑos?
Esos extraรฑos, esa nueva clase media endeuda pero tambiรฉn “empoderada”, como se dice en Chile, que puede despertar en cualquier momento, que estรก despertando quizรกs en estas marchas donde, a falta de voz propia, de rostro legitimado por la รฉlite, les toca ser nรบmeros: cuarenta mil en las protestas contra las HidroAysรฉn, las hidroelรฉctricas que intentan instalar en el sur, cincuenta mil en la protesta por el matrimonio gay, ciento cincuenta mil en la protesta de los estudiantes. Una multitud que es la รบnica forma en que pueden inquietar. Porque eso hacen, no alarman aรบn, preocupan apenas pero sรญ inquietan, en gran parte porque atacan el flanco mรกs dรฉbil de un sistema que los vio como un amasijo de necesidades y miedos a los que bastaba darles vouchery mucha publicidad: la moral.
En un paรญs lleno de fronteras invisibles, de cรณdigos secretos, que se reconoce apenas en los distintos vertiginosos cambios que ha vivido, las calles del centro son de los pocos lugares en que todos nos sentimos iguales. No es un azar que hasta ahรญ acudan todas esas manifestaciones, todas esas reivindicaciones tan distintas, tan contrarias entre sรญ a veces, que tienen como lema en comรบn la igualdad ante la ley.
Camino esa sorprendente maรฑa-na por la Alameda Libertador Bernardo O’Higgins: las grandes alamedas, pienso, tan distintas a la que soรฑaba Allende. Nada de vanguardia popular, nada de revoluciรณn obrera, una avenida llena a rabiar de gente que trae consigo sus callejones sin salida, sus barrios desconocidos a los que se llega despuรฉs de horas y horas de autobรบs, que se cruzan, que se miran, que se sorprenden misteriosamente unidos y semejantes, aรบn, quizรกs por รบltima vez, parte de una misma ciudad. ~