RCTV: Una causa imprevista para los jóvenes

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Las incesantes manifestaciones estudiantiles en protesta por la revocación de la señal radioeléctrica para el canal privado venezolano RCTV, anunciada por Hugo Chávez desde enero pasado, han traído una sorpresa que no dudo en calificar de mayúscula para casi todos aquí en Venezuela, incluidos el presidente Hugo Chávez y sus ministros.

Ella no ha sido PRD, el canal sustituto de RCTV, anunciado como de “función social” que, veinte minutos después de salir del aire la señal privada, se dejó ver como un parto de los montes: una repetidora de material enlatado cubano y de anodinos programas de propaganda progubernamental. La sorpresa ha sido, más bien, la aparición de un personaje colectivo, insospechado hasta el lunes pasado como parte del elenco político opositor: los estudiantes universitarios, de instituciones públicas y privadas. Y de los aquí llamados “liceístas”, alumnos de planteles de educación media.

A diferencia de lo que ha sido una tradición latinoamericana, y tema de frecuente lamento por parte de los más caracterizados voceros de la oposición venezolana, a partir de 1999 la juventud universitaria venezolana no había sido un estamento, por así decirlo, particularmente protagónico en los continuos enfrentamientos de la sociedad civil opositora y el gobierno crecientemente autoritario de Hugo Chávez.

Entiéndaseme bien: no quiero decir que no hubiera habido momentos en que los estudiantes universitarios no alzaran la voz ante muchas de las ya innúmeras arbitrariedades de la “revolución pacífica y bonita” que Chávez ofreciera tantas veces. Pero varias características, hasta ahora nunca antes advertidas en el proceso político venezolano de los últimos años, hablan del singular cariz que la irrupción de la masa universitaria aporta a la lucha opositora.

El más llamativo e inquietante para todos los observadores es el carácter espontáneo de la protesta. Ninguno de entre el casi centenar y medio de jóvenes detenidos durante los disturbios acaecidos en Caracas, Valencia, Maracaibo, Maracay y Mérida está adscrito a ninguna organización política de oposición tradicional. Sus líderes, si los hay, están por ser conocidos por la prensa y el público en general.

El otro elemento sorprendente es que haya sido la salida del aire de un canal privado de televisión lo que ha disparado la protesta. A simple vista, y según cierta sabiduría convencional, los problemas de un consorcio de comunicaciones privado no suelen ser motivo de la solidaridad contestataria estudiantil de las universidades públicas. Pero las consignas que vocean y las declaraciones que brindan estos muchachos a los reporteros de radio y televisión hablan del innegable valor que otorgan a la libertad de expresión.

Anteriores amenazas del régimen chavista, aún vigentes, contra el sistema educativo en general no habían generado tan virulenta repulsa entre quienes habrían de ser sus primordiales afectados: los estudiantes. Muchos de ellos han dado en llamarse genéricamente a sí mismos “la nueva generación del 28”, en alusión a los estudiantes que, en 1928, iniciaron las protestas contra el régimen dictatorial del general Juan Vicente Gómez.

Aquella generación dio a la política partidista venezolana los nombres más señalados de su vida democrática durante el siglo xx: fundadores de los modernos partidos y diarios, y figuras importantes de la vida cultural y académica como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni (ambos presidentes de Venezuela, andando el tiempo), Gustavo Machado (fundador del Partido Comunista), Miguel Otero Silva (escritor de izquierdas y fundador del influyente diario El Nacional) fueron sólo algunos de ellos.

La mención que hoy se hace del número 28 remite también a la fecha en que estos chicos nacieron a la vida política venezolana: el lunes 28 de mayo, un día después de haberse cumplido la arbitraria medida de Chávez contra RCTV.

El otro elemento que acompaña esta irrupción –largamente esperada por muchos– es la astucia desplegada en el curso de las escaramuzas, caracterizadas por un patrón de agrupamiento, “sentadas” y voceo pacífico de consignas.

La policía de las alcaldías oficialistas y la Guardia Nacional han incurrido en excesos que sus jefes justifican con los presuntos ataques con arma de fuego de que se dicen objeto. Ha habido, sin duda, exaltación opositora, pero igualmente, en muchos casos, agentes provocadores del oficialismo, cuando no bandas de motorizados que han disparado a quemarropa contra las manifestaciones estudiantiles.

Con todo, y hablando con justicia, estas manifestaciones se organizan invocando consignas de no violencia, se repliegan velozmente ante las arremetidas policiales y se reagrupan para hacer jubilosas marchas forzadas que les permiten reaparecer en los lugares más remotos e inaccesibles de esta ciudad rodeada de colinas, obligando a la policía y la Guardia Nacional a constantes desplazamientos vehiculares por entre el tráfico automotor más endemoniado del continente.

Los excesos han sido registrados por innumerables “videorreporteros” aficionados. Algunos muestran como, exasperada por la ubicuidad estudiantil, la policía ha llegado a penetrar en edificios residenciales, disparando sus armas de fuego contra las fachadas en respuesta a que ahí se brindó refugio a los manifestantes.

Chávez no sólo ha felicitado a su aparato represivo, sino que ha hecho un llamado a que “bajen los cerros”, refiriéndose a las barriadas pobres caraqueñas donde, hasta ahora, se ubica su base de apoyo social. Se trata de una “peligrosa incitación a la confrontación violenta –como afirma el editor Teodoro Petkoff–, una irresponsabilidad de marca mayor. A quien se está dirigiendo el teniente coronel, en verdad, no es al pueblo, sino a las bandas paramilitares y parapoliciales, fuertemente armadas, que el gobierno ha promovido a lo largo de estos años. Algunas de ellas ya han dejado su huella brutal en estos días en Caracas y en Valencia [Petkoff se refiere a un chica herida de bala en Valencia]. Eso significa sustituir a los cuerpos regulares de orden público por cuerpos irregulares, no sólo no entrenados para esa tarea, sino dados a la violencia más irracional”.

Para colmo, la reacción estudiantil venezolana ocurre apenas días después de que, en uno de sus actos en recinto cerrado –el temor al magnicidio mantiene a Chávez alejado de las grandes plazas abiertas–, el Presidente urgió a un contingente de jóvenes inscritos en su novísimo Partido Socialista Unido a ponerse al frente de una lucha “contra la autonomía universitaria” (!), a la que describió como una añagaza oligarca para perpetuar una educación “elitista”. No sé qué puedan pensar de esto en el PRD de México, pero la defensa de la autonomía universitaria ha sido, históricamente, una de las más señaladas banderas de la izquierda latinoamericana.

El hecho subyacente es que, en casi nueve años de gobierno, y aun contando con ingentes recursos económicos, las facciones universitarias de Chávez no han podido ganar una sola elección rectoral ni de directorio estudiantil en ninguna universidad autónoma pública.

Este cronista estima que, con el paso dado contra RCTV –no sólo arbitrario e ilegal, sino sobre todo imputable por completo a la voluntad personal del máximo líder–, Chávez no ha logrado sino “calentar” la calle y justo cuando más necesitaba de un clima de normalidad ciudadana, así fuera falaz y socarrón, para promover la reforma constitucional que busca darle a Venezuela un régimen socialista de partido único. Chávez no solamente no ha logrado convocar los necesarios militantes para el aparato electoral que, con dineros del Estado y desde el poder, deberían permitirle ganar el referéndum que sancionaría dichos cambios constitucionales: ahora el Comandante tiene frente a sí a los estudiantes. Un cuadro que ya comienza a quitarle “originalidad” a la revolución bolivariana para asemejarse, cada vez más, a una dictadura militar latinoamericana a secas.

Muchos piensan aquí que, de persistir el clima de agitación estudiantil, la realización, durante el mes de junio, de la Copa América de futbol, que Chávez quisiera usar como vitrina de las excelencias de su “revolución”, podría más bien resultar, en pequeño, lo que las Olimpiadas del 68 en México resultaron para Gustavo Díaz Ordaz: una ocasión para la protesta y la represión generalizadas. ~

Caracas, 30 de mayo de 2007.

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(Caracas, 1951) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es Oil story (Tusquets, 2023).


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