Mi espada, mi lanza, mi casco, mi caballo, mi perro, mi fe en Dios, mi castillo donde mi mujer me espera, toda ella en fuego de amor ardiendo. Soy el paradigma de caballero cristiano que ilustra ese grabado que veis, el del gran artista Albrecht Dürer que me ha hecho inmortal. Soy el soldado de Dios para todos los tiempos, y por donde mi caballo siga pisando no crecerá más la mala hierba. He combatido en guerras santas, he castigado a hierro y a fuego a los reacios a la Fe Correcta, fuesen hombres o mujeres o viejos o niños. En mi aquilino perfil leed la fuerza de alma de un hombre de estirpe superior, forjado y templado en combates de la guerra infinita, la vocación de los fuertes. Montado en mi fiel caballo, y aureolado de polvo, sudor y hierro, vengo de la guerra e iré hacia todas las guerras de fe y de conquista, que son y serán también las de Dios.
He vivido mañanas de estruendo y furia y noches de crispada vigilia. He sufrido heridas y agonías y las he vengado. He sobrevivido a batallas y escaramuzas y emboscadas, apostando la vida en el universal tablero de la guerra. Por el solo esfuerzo de mi corazón, de mi brazo y de mis armas, he ganado tierras y he ido a hacerme señor de otras más. La armadura es mi segunda piel, la caparazón de mi voluntad, la extensión de mi condición de guerrero.
Si me veis un tanto cansado he de confesaros que lo estoy, pues llevo cabalgados muchos caminos. No he dormido desde no sé cuantas noches, no he cerrado los párpados en esta sola y larga noche, esta noche de enfiladas noches en que he debido atravesar el vasto bosque donde la noche es aún mas densa. Este bosque y esta noche de los que parece que al fin estoy saliendo para poder avistar mi castillo entre peñascos y breñales. Pero…
Pero, mi castillo, ay, qué lejano lo entreveo. ¿Llegaré a él? ¿Estará allí mi dama deseando mi llegada? ¿Estará ella, el merecido reposo del guerrero, esperando el chirrido de la llave que abra el cinturón de castidad y libere su ansioso coño? ¿Y la poseeré yo como a una ciudad vencida, incendiada por el deseo? Pero…
¿Pero quiénes son éstos innobles y malignos seres que no sé desde cuándo me acompañan, ¿o me custodian? Quién sino la Muerte de collar de zumbantes serpientes, de rostro de barbada calavera, que me enseña el reloj de arena profetizándome la última de mis horas y que me dice Omnes Feriunt, Ultima Necat: Todas Hieren, la Última Mata. Quién más sino el bizco Demonio entre perruno y porcino que viene a la zaga de mi cabalgadura a la que no ha dejado de hostigar con su propia lanza, como un innoble picador al noble toro…¿Cómo, yo hablando de tauromaquia?, anacronismo se llama esta figura.
Acaso más triste que yo está el fiel y noble bruto que monto: mirad su mirada casi humana que se pierde más allá de la estrechez del paisaje grabado. ¿Presiente mi caballo que me encamino hacia mi última hora? ¿Acaso este retorno es un final, y va a acabarse la que creía la inacabable fiesta de la cabalgata, del ataque, del asalto y el alarido y la lanza y la espada? ¿Será que está venciéndome el tiempo medido en los granos de arena que caen en el seno inferior de ese reloj? ¿Será que la Muerte ya me tiene cantado el final y el Diablo no tardará en presentarme la cuenta por haber sido mi cómplice en el pecado, la depredación y el crimen? ¿Será que en ese ahora tan lejano castillo, que ya no sé si fue mío, si sólo será una ilusión, o al menos si podré llegar a él, me esperan la Muerte y el Demonio, de los cuales este viejo desdentado al lado mío y esa babeante hocicona bestia a mis espaldas quizá solo son simbólicas figuras de anticipación?
No sé, pero, sabedlo, hombres flojuchos y mujeriles de un lejano siglo futuro, hombres que ya no sabréis bien matar pero delegareis esa misión en aparatos y bombas y ejércitos altamente tecnificados. Sabedlo: aunque me veais fijado en este grabado del año 1513 (¡hace cinco siglos!), yo soy el Guerrero Eterno.
(Publicado previamente en el periódico Milenio.)
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.
