Leyendo Autobiografía de la piel, el libro valiente de Ana Clavel, no pude evitar acordarme de aquella novela de Balzac, La piel de zapa. Traducido al español, ese título no nos dice mucho, pero la palabra en francés para nombrar esta piel trabajada de manera que resulta áspera es chagrin, que también significa pena, tristeza. El protagonista de Balzac sale una noche de la Ópera con un solo y último franco en el bolsillo; entonces es atraído a una tienda de curiosidades exóticas en la que el dueño le ofrece un pedazo de piel de zapa que tiene cualidades mágicas: si se los pide, le puede conceder toda clase de deseos, pero por cada deseo que le cumpla, la piel se irá reduciendo hasta desaparecer.
La piel es el vehículo del deseo, pero a diferencia de aquella piel de zapa que se va reduciendo y acabando, el desarrollo del libro de Clavel se centra en la piel propia y su memoria “oceánica”, como ella misma la describe; es una piel que se abre y se extiende al mundo. Por ello el deseo, el anhelo de tocar y ser tocada, es también una percepción del exterior: es la identidad. La autora habla de su piel como un “nosotras”. Dice en un fragmento: “Mi naturaleza es dual. Adentro y a la vez afuera. Siempre volcada hacia el interior, siempre en contacto con el mundo. Una dermis que se reconcentra, cual capullo sensible, y una epidermis cual coraza, que percibe la vida más allá de nosotras. ¿Será por eso que me atraen tanto la ambigüedad y los límites?” Esa “nosotras” es la que narra la historia; a veces la piel, a veces la autora, a veces hablan ambas. Es la historia de Ana, su autobiografía, una autobiografía del deseo que va trenzando en un tejido muy fino con los temas de sus propios libros. De manera muy acertada, Ana nos permite ver la transmutación de la vida y los deseos en literatura y cómo se retroalimenta ese mismo periplo existencial.
Dejar que la piel hable por sí misma es también una manera de abordar temas que en nuestra época no solo resultan provocadores sino incluso conflictivos, como el tabú del incesto y la sexualidad infantil. La piel –una piel niña; de ninfa, diría Ana– vive el gozo “sin adjetivos” al estar sentada en las rodillas del padre cuando es muy pequeña y al recibir las caricias del primo cuando es un poco mayor, y para ella esas caricias representan una puerta de entrada a un mundo difícil de expresar si no es a través de la fantasía y la ficción; pero un mundo de plenitud y gozo. Un tema, quizá el tema que se desarrolla de manera sutil y persistente a lo largo del libro, es el del deseo por el padre –fallecido cuando tenía cuatro años– y su búsqueda en la piel y el placer. “Vivimos tan poco tiempo en el paraíso, que cada experiencia sensible se grabó en la memoria de nuestra piel con el fulgor de un tesoro escondido: los recuerdos son piedras preciosas grabadas en la corriente de agua, y al sacarlas una y otra vez, resplandecen todavía más.” Sin embargo, no todas las experiencias son de gozo; la piel también registra los oscuros episodios de acoso en los que un límite terrible está a punto de ser cruzado, y otros que resultan un poco picarescos.
Sin embargo, no es este un libro testimonial a la vieja usanza, ni un libro de denuncia a la usanza contemporánea; sus capítulos están estructurados a manera de ensayos y en ellos Ana Clavel nos va develando cómo, a partir de la experiencia, han ido apareciendo los personajes de sus libros: cómo surgió la mujer transmutada en hombre en Cuerpo náufrago durante la lectura de Las mil y una noches en una cama que se movía y dejaba escuchar jadeos; de qué experiencia curiosa, por decir lo menos, surgió la imagen del pubis de niña en Las ninfas a veces sonríen; de dónde aquellas muñecas de Las Violetas son flores del deseo; de qué lobo aquella Caperucita de El amor es hambre, entre tantos libros suyos. Anécdotas encantadoras como la del modisto Yves Saint Laurent que decía que el mejor traje para una mujer son los brazos de un hombre; “para todo lo demás estoy yo”, añadía. Entre las experiencias, historias, anécdotas y libros se entremezclan, a manera de ensayo literario, muchos otros escritores que han alimentado la literatura de Ana Clavel como Felisberto Hernández o Anaïs Nin, así como también fotografías, cuadros, películas –la imagen y la historia de Marilyn Monroe, por ejemplo–; todo un mundo de referencias exquisitas que son marca de la autora como revelando el cuaderno de trabajo de una escritora que escribe en su propia piel.
Con qué gracia y delicadeza entrevera y teje Ana Clavel las fuentes de la memoria, los libros y la escritura. Este tejido que va fluyendo a lo largo de las páginas nos conmueve, nos sorprende, nos interesa de mil maneras. Muchas cosas nos ocurren leyendo esta Autobiografía de la piel, un libro a ratos descarnado, a ratos suave y sugestivo, a ratos perturbador o amenísimo y gozoso, como toda la obra de Ana Clavel. Este que podríamos llamar compendio es quizá uno de sus libros más entrañables. ~