Deshabitado por el recuerdo
del dios que necesito.
En la hornacina, la virgen
desnuda orina temblorosa.
Los trece apóstoles
cenan reposadamente
en el refectorio.
Mis ojos están llenos de murales.
Suplico en vano. Suplicio en vano
con las manos vacías en la cruz.
Me escupen los creyentes.
Antes amaba a Dios,
luego dejé de amar.
Busco un confesionario
cerca de la niña que tirita
aterida por la culpa.
Le ha crecido el vello
humedecido por la humedad
del deseo. Yo no amo.
No deseo. No puedo pecar.
Me confieso. Me absuelven
de lo que no he pecado.
Soy feligrés, peregrino,
alma en pena.
Me busco entre las monjas
de las bragas hediondas.
Camino con la cruz a cuestas.
Soy, entre los hombres,
el peor de los hombres. Lleno
de pústulas morales.
Regreso a la fuente de la vida:
Mi madre entregada,
jadeando. Nazco
de la lascivia de dos cuerpos
que no saben amar.
Y soy un sapo en un país
de príncipes. Soy el ínfimo,
el que no puede reencarnarse,
el que nació en el siglo XX,
el peor de los siglos
de esta larga historia
de roedores que roen
el sexo de sus madres,
de mi madre, la diosa
de la vida. ~