Sorpresa

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     Marielenita me ilustraba sobre los milagros obrados por Mao, con sólo
             salir al balcón. Los cojos oían, los ciegos hablaban (¿o a la
             bisconversa?). Acto seguido, franca como de costumbre:
     —Quiero acostarme con un negro —me declaró Marielenita—,
     pobrecillos, los discriminan tanto.
      
     Me retraje a mi madriguera.
     ¿Cómo suplantar a un tipo atlético formidable? —pensaba yo,
     pingüino depilado envuelto en piel crudelia
     que tanto atraía, en cambio, a Lilia.
      
     Pero a las amigas de amiga les debo muchos servicios, y sin escarbar.
     Una: —Tu adorada trompuda quiere acostarse con un negro,
     por razones filantropicoideológicas,
     pero la atormenta, confesó ayer, que los negros le den asco.
      
     (Nada recabdé a fin de cuentas, cual de ordinario,
     ni conocí aquel producto interno tan bruto como apetecible,
     tampoco me embijé cada mes lunar con el Libro Rojo del Timonel;
     sólo fue una enseñanza desdeñable, sin acabar nunca de aprender.)
      
     Marielenita se casó más tarde con un italiano, supe,
     ojalá siquiera pardusco —para aplacar tu racismo, dulce mía.
      
     Ustedes, europitos, vengan a visitar el trópico, hasta nueva moda,
     y admirar supremos especímenes humánicos. Ojalá entendieran la risa
            que nos dan. Ambos. –
      
      
     Del libro inédito Fosa escéptica, de próxima aparición en Ave del Paraíso.

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