Ilustraciones: Bela Renata

Su dolor y el nuestro

Para Wieseltier, las bases ideolรณgicas del candidato republicano a la vicepresidencia de Estados Unidos muestran el grado de autismo e individualismo exacerbado en que ha caรญdo la derecha norteamericana.
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“Al mal tiempo, buena cara.” Se atribuyen estas palabras, segรบn una desgarradora historia publicada en The New York Times el pasado invierno, a Isabella Rivera, que tiene 86 aรฑos y vive en Washington Heights. Isabella subsiste con los 688 dรณlares al mes de la Seguridad Social mรกs 148 dรณlares de la Seguridad de Ingreso Suplementario. Cuando un incendio destruyรณ su departamento, tuvo que seguir pagando durante el largo periodo de reparaciones la cuota de mantenimiento –153 dรณlares al mes–, ademรกs de otros 150 dรณlares por un cuarto que le ofrecieron unos amigos, tambiรฉn indigentes, mientras durara su exilio. Antes del incendio, un hombre atacรณ a la seรฑora Rivera con un cuchillo. (“Me retorciรณ el cuchillo en el cuello.”) Tras el incendio, su hijo muriรณ de cรกncer. Otro de sus hijos habรญa muerto de un ataque cardรญaco hacรญa dรฉcadas. Y lo que la seรฑora Rivera cosechรณ de sus catรกstrofes fue un amable estoicismo: “Al mal tiempo, buena cara.”

Aunque quizรก no sea exacto decir que esa respuesta a sus tribulaciones, esa callada resistencia, fue lo que obtuvo la seรฑora Rivera. Quizรก su particular disposiciรณn interna, su inusual capacidad de recuperaciรณn, fue un elemento que ella aportรณ a esas catรกstrofes. La nociรณn del sufrimiento como transfiguraciรณn es propaganda religiosa. Por lo general, las personas sufren y responden al sufrimiento en tanto ellas mismas, tal y como son. Rara vez se ven transformadas por la devastaciรณn y la pรฉrdida; mรกs bien las intensifican, las acentรบan: las personas se vuelven mรกs ellas mismas porque sus recursos previos, su psicologรญa y (si es el caso) su filosofรญa, es lo que poseen cuando el infortunio se cierne sobre ellas, y lo รบnico con lo que cuentan para salir. El hecho mรกs notable de la supervivencia es la continuidad del propio yo que se revela en la adversidad, no la discontinuidad: en efecto, la preservaciรณn del propio yo es una manera de medir la supervivencia.

Existen diversos mecanismos de defensa y es posible hacer distintas interpretaciones sobre la crisis y el dolor. En la estela del sufrimiento, la comprensiรณn que tenemos del mundo podrรญa parecer alterada o usurpada, pero se trata de un error romรกntico: la mayor parte de los creyentes no pierden sus creencias –y me refiero a sus creencias religiosas– a causa del dolor, aun cuando algunos pensadores insistan en que tal dolor deberรญa constituir un argumento metafรญsico (o antimetafรญsico) contrario, y muy pocos descreรญdos han encontrado a Dios en la ausencia de dolor o en el placer. Asรญ es como deberรญa ser: la convicciรณn no es simple hija de las circunstancias. La propia experiencia no basta para formular una visiรณn del mundo. Quienes no han compartido nuestra experiencia ciertamente no pueden adoptarla para validar nuestra visiรณn. Incluso los sobrevivientes pueden ser solipsistas. Existen muchas formas de encarar y de reflexionar acerca de la desgracia.

De acuerdo con la versiรณn canรณnica de su vida, la muerte de su padre le enseรฑรณ a Paul Ryan, a los diecisรฉis aรฑos, a despreciar la “dependencia” y a exaltar la “autosuficiencia”. “Fue una gran bofetada en la cara”, le dijo al periodista deThe New Yorker Ryan Lizza. “Lleguรฉ a la conclusiรณn de que, en la vida, o me hundรญa o nadaba.” Agregaba: “Me decรญa: ‘¿Quรฉ sentido tiene?’ Y leรญ mucho, hice mucha introspecciรณn. Leรญa todo lo que encontraba.” Entre otros muchos encontrรณ a Ayn Rand, y sucumbiรณ a su perverso hechizo. Las novelas de Rand son, sin duda, adecuadas para adolescentes, y cualquier ideologรญa puede considerarse el equivalente a una adolescencia estancada. La rebeliรณn de Atlas pudo haber sido un pecado de juventud, como Siddhartha y Asรญ hablรณ Zaratustra, pero Ryan nunca se arrepintiรณ del pecado. Ryan aprendiรณ de Rand que el camino hacia la moralidad pasa por la economรญa. (Marx habรญa prestado ya anteriormente el mismo servicio errรณneo a otros jรณvenes estadounidenses, pero con una finalidad antitรฉtica.) “El sentido” debรญa encontrarse en el capitalismo. El mercado era una alegorรญa de la vida. “El sรญmbolo moral del respeto a los seres humanos es el comerciante”, como instruye John Galt [personaje de la novela de Ryan]. La autosuficiencia, que Ryan interpretรณ falsamente como la caracterรญstica esencial del comerciante, se convirtiรณ en su ideal supremo. En uno de esos pasajes moralizadores estridentes titulado “Erosiรณn del carรกcter estadounidense” –de A roadmap for America’s future: Version 2.0 [Hoja de ruta para el futuro de Estados Unidos, versiรณn 2.0], el plan presupuestario que presentรณ en 2010 y que le otorgรณ renombre–, Ryan ataca la “red de seguridad” (las comillas sarcรกsticas son suyas) de la siguiente manera:

La dependencia drena el carรกcter individual, lo que a su vez debilita a la sociedad estadounidense. El proceso sofoca la iniciativa individual y transforma la autosuficiencia en un vicio y la dependencia del gobierno en una virtud.

 

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Es preciso decir varias cosas acerca de esta trayectoria mental antes de abordar su concepto central de autosuficiencia. La primera es que una inmersiรณn en Ayn Rand es una forma sumamente peculiar de guardar luto. El egoรญsmo no surge de la aflicciรณn, como tampoco la egolatrรญa, el desprecio por los dรฉbiles, ni la celebraciรณn de la crudeza de la existencia. Para el deudo es tambiรฉn plausible –incluso imperioso, segรบn las tradiciones religiosas– volver al mundo con una viva sensaciรณn de la fragilidad de la vida, con compasiรณn, generosidad, paciencia, y decidido a ayudar y a encontrar ayuda para las personas necesitadas. El luto puede conducir en distintas direcciones: estรกn el “Al mal tiempo, buena cara” y el “Hundirse o nadar”.

Es comprensible, quizรก, que el espectรกculo de la impotencia humana –y no hay un espectรกculo mรกs devastador de ella que la muerte de un ser querido– pueda provocar, especialmente en una persona joven, cierta fantasรญa de poder, pero el randismo no es mรกs que eso: fantasรญa de poder. “Un ser que no considere su propia vida como motivo y meta de sus acciones actรบa segรบn el motivo y el estรกndar de la muerte”, proclama John Galt en su interminable credo al final de La rebeliรณn de Atlas, un discurso que Paul Ryan lee a menudo (como declarรณ ante la Atlas Society en 2005) “para asegurarme de que puedo verificar mis premisas”. Pero ser testigo de la mortalidad no sirve de nada si sales de esa experiencia con una actitud tan egocรฉntrica. La pรฉrdida de su padre endureciรณ a Ryan, como sin duda ha endurecido a otros niรฑos huรฉrfanos; pero en el tiempo subsiguiente no dependiรณ menos de otras personas, dependiรณ mรกs. Sea como fuere, el endurecimiento es su problema, y no hemos de permitir que se convierta en problema nuestro. No pretendo negarle a Ryan su pathos; simplemente es รฉl quien se apresta a menospreciar el pathos de los demรกs.

Luego estรก el asunto del intelectualismo de Ryan. Sus promotores han hecho grandes aspavientos al respecto. “Es un tipo que, a diferencia del 98% de los miembros del Congreso, se puede sentar en una conferencia o en una mesa con seis o diez expertos de think tanks y de revistas y mostrarse mรกs que competente”, dijo William Kristol, dejando clara la definiciรณn del intelectual como una persona que sabe cรณmo hablar con William Kristol. Pero si se miran de cerca los textos de Ryan, sale a flote un estilo intelectual amateur y provinciano. Su pensamiento es un amasijo. En รฉl, la distinciรณn entre anรกlisis y manifiesto se pierde. Ryan ha obtenido sus grandes ideas de segunda mano, por medio de dispensadores ideolรณgicos: cuando cita a John Locke, es el John Locke que encontrรณ en Michael Novak (quien cree equivocadamente que, en el relato que hace el filรณsofo sobre la creaciรณn de la propiedad mediante la mezcla del trabajo y la naturaleza, aparecen fresas). Irving Kristol y Chales Murray son tambiรฉn fuentes de autoridad para Ryan; y por supuesto Rand, que era una demagoga grafรณmana con respuestas para todas las preguntas de la vida. La imagen que tiene Ryan del New Deal y de la Gran Depresiรณn estรก tomada –¿de dรณnde si no?– de Amity Shlaes. Cuando cita a Tocqueville, se trata de “Alexis-Charles-Henri Clerel de Tocqueville”, y cuando cita a Sorel, dice “Georges Eugene Sorรจl”, como es la costumbre de Wikipedia (excepto por el acento mal colocado, que es una contribuciรณn de Ryan). Cuando cita a Sorel, Ryan parece no darse cuenta de que estรก recurriendo a un pensador que admiraba a Lenin y a Mussolini y que defendรญa el uso de la violencia por parte de los sindicatos en huelga. (Scott Walker no tiene peor enemigo que Georges Sorel.) Del mismo modo, Ryan cita un encomio a Estados Unidos escrito por “Alexandr Isayevich Solzhenitsyn”, sin ninguna conciencia aparente de que tres aรฑos mรกs tarde el escritor ruso publicarรญa una virulenta denuncia de Estados Unidos y su “decadencia”.

La mente de Ryan no estรก oxigenada adecuadamente. Su universo intelectual es conformista y acomodaticio; Ryan no da seรฑal alguna de familiaridad ni de curiosidad hacia las ideas y tradiciones que difieran de las suyas. No estoy capacitado para evaluarlo en cuestiones de nรบmeros, pero no se requiere ninguna pericia en materia presupuestaria para darse cuenta de que sus conceptos morales y polรญticos son rudimentarios y a veces anรณmalos. El pasaje sobre “la red de seguridad … [que] transforma la autosuficiencia en un vicio” continรบa asรญ:

La Naciรณn se convierte en un gran Pueblo Potemkin, donde los elementos mรกs importantes –sus habitantes– son menoscabados por un gobierno que “se encarga” cada vez mรกs de ellos y que toma cada vez mรกs decisiones por ellos. Esos habitantes toman mรกs de la sociedad de lo que pueden proveer por sรญ mismos, lo cual corroe la sociedad misma desde dentro. El entorno tambiรฉn se vuelve maduro para la explotaciรณn y el control por parte de esos pocos que aรบn son “ambiciosos”.

¿Acaso es Ryan uno de esos “ambiciosos”? Es difรญcil saberlo. El significado de esa frase, ominosa al estilo Galt, se me escapa. Lo que queda bien claro es que Ryan no sabe lo que es un Pueblo Potemkin:[1]los derechos contra los que protesta no son ni artificiales ni ornamentales.

Ryan lanza el “individualismo” y el “colectivismo” a diestra y siniestra, como si fueran tรฉrminos absolutamente transparentes y evidentes, y como si estuviรฉramos en 1950. El pobre tipo naciรณ demasiado tarde para las emociones intelectuales de la Guerra Frรญa, asรญ que insiste en encontrarlas en su propia รฉpoca transponiendo apocalรญpticamente las viejas antinomias al debate contemporรกneo sobre el gobierno y los derechos. Con todo, la analogรญa entre el colectivismo totalitario de la Uniรณn Soviรฉtica y el papel del gobierno en el Obamacare es tan estรบpida que parece propia de una tertulia. “Con la desapariciรณn del experimento soviรฉtico marxista hace veinte aรฑos”, escribe Ryan en su Hoja de ruta, “el atractivo se ha desplazado a un socialismo de estilo europeo, con su redistribuciรณn de recursos”. ¿De quรฉ demonios estรก hablando? La redistribuciรณn de recursos es una actividad comรบn del gobierno, socialista o no; y el experimento soviรฉtico marxista no se resume en la redistribuciรณn de recursos: era maligno de una manera que el “socialismo de estilo europeo” nunca lo serรก. ¿Acaso la Ley Dodd-Frank es el fantasma de Lenin?[2]El hecho pasmosamente evidente es que, en Estados Unidos, en 2012, no vamos camino a la servidumbre. La libre empresa en Estados Unidos no se encuentra ni remotamente amenazada. Sucede tan solo que no es universalmente considerada la totalidad de la realidad estadounidense ni la preocupaciรณn primordial en toda discusiรณn estadounidense sobre cada una de las polรญticas estadounidenses. Vivimos en una era de capitalismo paranoide.

 

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¿Quรฉ es, entonces, lo terrible de la autosuficiencia? Nada, a menos que se la eleve a un absolutismo, a un culto al egocentrismo sagrado, una ilusiรณn del tipo Invictus. (He ahรญ otro clรกsico de la literatura adolescente para hinchar el ego.) Cuantas mรกs cosas haga la gente por sรญ misma, mejor. Cuanta mayor sea la responsabilidad que asume la gente sobre el curso de su vida, mejor. ¿Quiรฉn niega estas nobles banalidades? Nuestra capacidad de acciรณn es la expresiรณn mรกs clara de nuestra libertad. Poseemos poderes extraordinarios. Es milagroso lo que han logrado las manos humanas con su trabajo, excepto que eso es lo opuesto a lo milagroso porque no somos seres sobrenaturales.

Pero el concepto de autosuficiencia de Ryan, el evangelio de John Galt (“vosotros mismos sois vuestro mรกs alto valor […] del mismo modo que el hombre es un ser cuya riqueza logra รฉl mismo, es tambiรฉn un ser cuya alma se forma รฉl mismo…”), carece de toda humildad: es la pura vanagloria contra la cual la Biblia, el libro predilecto de Ryan, advertรญa. ¡Mi poder y la fuerza de mis manos me han otorgado esta riqueza! Ryan podrรก haber reprobado el ateรญsmo de Rand, pero no ha escapado a su revuelta contra la finitud humana, a su deificaciรณn del individuo. Este individualismo radical es un delirio de impotencia convertido en delirio de omnipotencia.

Analรญticamente, tambiรฉn es un error colosal. No existe la esplรฉndida soledad del comerciante, del constructor, del innovador, del empresario o del superhombre. Es una mรกs de las numerosas leyendas halagadoras que la gente exitosa de este paรญs ha ideado para sรญ. (Como la leyenda segรบn la cual el รฉxito es una prueba de virtud personal.) El individuo –incluso el individuo individualista– siempre estรก estrechamente situado entre las costumbres y convenciones de la sociedad. ¿Dรณnde estรก Burke cuando se le necesita? ¿Y dรณnde quedaron las ubicuas metรกforas de las redes? Si el mercado, segรบn los conservadores, puede servir como modelo de la sociedad, sin duda ocurre porque el mercado es una red tan amplia como la sociedad, es una entidad social, un zarzal de vรญnculos, de conexiones e influencias en la que florece la creatividad, entre otras cosas, porque la posibilitan e implementan otros que, con gratitud o con oportunismo, sรญ la reconocen. La competencia es en sรญ misma una suerte de pacto social y, en este sentido, una suerte de cooperaciรณn.

No sorprende que Ryan, y por supuesto Romney, salieran de inmediato a distorsionar eso de “Ustedes no lo construyeron”, que dijo Obama en Roanoke [el pasado 13 de julio], pues al complicar las causas de los logros econรณmicos y al dar una visiรณn mรกs correcta de las condiciones de la actividad empresarial, Obama horadรณ la mitologรญa individualista radical, el salvaje culto al sรญ mismo que yace en el corazรณn de la idea conservadora del capitalismo. Una lectura honesta del discurso muestra que Romney y Ryan, lo mismo que sus apologistas, simplemente mienten. El empresario construye su negocio, pero no construye el puente sin el cual no podrรญa construir su negocio. Eso es todo. Pero ¿ahรญ acaba todo? Sin duda el empresario queda indemne, mantiene las razones para estar orgulloso de su negocio. Pero Romney y Ryan no defienden el orgullo capitalista, sino la soberbia capitalista.

 

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En Estados Unidos, el ideal de la autosuficiencia siempre ha venido acompaรฑado por un corolario de indiferencia hacia los otros, de vileza. Ni siquiera Emerson, en su sublimidad, o a consecuencia de su sublimidad, fue inmune a esta cepa de egoรญsmo. “No me hablรฉis, como hizo hoy un buen hombre, de mi obligaciรณn de mejorar la circunstancia de todos los pobres”, afirmaba en Confรญa en ti mismo, en 1841.

¿Acaso son mis pobres? Os digo a vosotros, necios filรกntropos, que me incordia el dรณlar, la moneda, el centavo si lo doy a esos hombres que no me pertenecen y a quienes no pertenezco […] Vuestras mรบltiples caridades populares; la educaciรณn de tontos en los colegios; la construcciรณn de sitios de reuniรณn para el vano propรณsito para el que ahora se yerguen; las limosnas para borrachines; y la mirรญada de Asociaciones de Ayuda; aunque confieso con vergรผenza que en ocasiones sucumbo y entrego el dรณlar, es ese un dรณlar maldito que tarde o temprano tendrรฉ la hombrรญa de conservar.

Una lรญnea directa une esta rabieta con la proclama de John Galt en su testamento รฉtico (o, mejor dicho, su testamento falto de รฉtica) cuando afirma que “la primera precondiciรณn de la autoestima es […] ese radiante egoรญsmo del alma”, y tambiรฉn con su admoniciรณn en contra de adoptar “el papel de animales para el sacrificio, buscando la muerte en los altares de otros”. “Habรฉis sacrificado la justicia a la misericordia”, declara Grant atronadora y pseudoprofรฉticamente. “Habรฉis sacrificado la riqueza a la necesidad.”

Ryan tambiรฉn actรบa mรกs impulsado por la riqueza que por la necesidad. “Toman mรกs de la sociedad de lo que pueden proveer por sรญ mismos”: ¿Quiรฉnes? ¿Los desempleados? ¿Los viejos? ¿Los enfermos? ¿Los desesperadamente pobres? Claro que toman mรกs, financieramente hablando. Pero no lo hacen por diversiรณn, ni porque sean nefastos derrochadores que explotan taimadamente a un gobierno crรฉdulo. Preferirรญan tener un empleo, ser jรณvenes, estar sanos y sentirse seguros. Pero, ¿acaso no tienen, en sus flaquezas y sus quebrantos, un reclamo legรญtimo sobre nuestra conciencia, que justifica un sacrificio de la riqueza a la necesidad? La filosofรญa de Ryan representa la demonizaciรณn de la necesidad y la transformaciรณn de la flaqueza en algo diabรณlico. Requerir ayuda, solicitarla, recibirla… esto, en el mundo de ganadores de Ryan, es una desgracia.

El problema con la fรฉrrea visiรณn de Ryan es, por supuesto, que mucha gente sรญ necesita ayuda, y por lo general ellos no son responsables de las circunstancias que los han empujado a buscar asistencia. Sufren sin tener la culpa de ello. A veces sufren por culpa de gente que tiene mรกs dinero o mรกs poder que ellos. E incluso si sufren a causa de decisiones propias, ¿habremos de dejar que se hundan? Quizรก tengamos poderes extraordinarios, como sostiene el rico y guapo Ryan, pero ninguno de nosotros –ni siquiera en el capital de riesgo– es un dios. Todos somos vulnerables. Nunca nos bastamos a nosotros mismos. ¿Quiรฉn es mรกs autosuficiente, de hecho, que un pobre o un desempleado? Ese hombre, en realidad, solo se tiene a sรญ mismo, solo cuenta consigo mismo. Pero si un hombre rico manda hacer tantas cosas en su nombre es porque paga para que las hagan. ¿Eso es autosuficiencia o una onerosa impotencia? ¿Y por quรฉ no es vergonzoso o una “cultura de la dependencia” que un hombre rico, o su banco, soliciten ayuda, y que se la brinden?

Con la misma incomodidad con que Emerson confiesa que a veces entrega el dรณlar, Ryan admite en su Hoja de ruta que el gobierno “tambiรฉn debe apuntalar una red de seguridad, mantenida por el gobierno de ser necesario, para quienes enfrentan dificultades financieras o de otra รญndole”, y, como el dรณlar de Emerson, la red de seguridad de Ryan (esta vez sin comillas sardรณnicas) constituye una anomalรญa en su anรกlisis. Es una complacencia, no un escrรบpulo. Ryan preferirรญa seguir arrobado por John Galt y exagerar el impacto de nuestra voluntad sobre nuestro destino. Enfrentado al papel ineluctable que juega la contingencia en los asuntos humanos, prefiere responder con una alucinaciรณn del control humano: con una doctrina prometeica del American Enterprise Institute. Su dogma de la autosuficiencia es una descripciรณn fallida de la realidad. Ryan no acepta –y esta es una disensiรณn no solo respecto de las tradiciones religiosas, sino tambiรฉn respecto de gran parte de la teorรญa moral secular– que el hecho de nuestra vulnerabilidad es tan bรกsico para nuestra concepciรณn de la vida moral como el hecho de nuestra individuaciรณn, y que los males naturales e histรณricos que nos visitan a todos –el carรกcter igualitario de la calamidad– tienen implicaciones en nuestros deberes para con los demรกs. Ryan denuncia una y otra vez la merma de la responsabilidad individual, pero es รฉl quien merma una de las responsabilidades mรกs bรกsicas del individuo, que es la responsabilidad para con los otros.

“Juro por mi vida y por mi amor a ella que jamรกs vivirรฉ por otro hombre, ni pedirรฉ a nadie su vida por mรญ.” Asรญ concluye John Galt su testamento, ese que Paul Ryan exige leer a su equipo en el Congreso. ¡Quรฉ frรกgil conciencia de sรญ es esta que se siente tan expuesta frente a la existencia de otros! Este ideal de mรณnada no es heroico, es cobarde. Y es tambiรฉn peligroso porque solo se honra a sรญ mismo. En Hoja de ruta, el intelectual de la lista de candidatos republicanos sentencia que “los Fundadores veรญan a [Adam] Smith no solo como un pensador econรณmico, sino como un filรณsofo moral cuya otra gran obra fue laTeorรญa de los sentimientos morales”. Obviemos el hecho de que todo el mundo veรญa asรญ a Smith porque en verdad fue un filรณsofo moral, y porque realmente escribiรณ la Teorรญa de los sentimientos morales. ¿Alguna vez ha abierto Ryan la Teorรญa de los sentimientos morales? ¿Alguna vez ha leรญdo la primera frase de la primera pรกgina? “Por mรกs egoรญsta que quiera suponerse al hombre”, comienza Smith, “evidentemente hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros, de tal modo que la felicidad de estos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla.”[3]Esa es la frase menos galtiana, menos randiana, menos ryaniana que jamรกs se haya escrito. Y a partir de ella, la deidad de los conservadores se lanza a un profundo anรกlisis de la “simpatรญa mutua”. ¡Ahรญ quedรณ la ficciรณn de Ryan sobre el individuo aislado con tarjeta de crรฉdito! Si algo defiende Adam Smith es que el capitalismo y el sentimiento fraterno son reconciliables, lo mismo que la economรญa de mercado y la decencia social. Pero Ryan es un pรฉsimo estudiante de Smith, porque le gusta su capitalismo aderezado con crueldad.

A Ryan lo anima lo mismo una teorรญa del gobierno que una teorรญa de la vida; pero su teorรญa del gobierno se alza en parte sobre su teorรญa de la vida. Para el gobierno hay lรญmites; para el individuo no los hay. Un miedo terrible a la dependencia lo ha llevado a una terrible exageraciรณn de la independencia. El yo en la autosuficiencia de Ryan es un monstruo. Yo nunca educarรญa a un niรฑo, mucho menos diseรฑarรญa un presupuesto, a partir de este ideal atrofiado. Recientemente, en un nuevo libro sobre la crianza de los niรฑos, leรญ lo siguiente: “Tendemos a estimular la autosuficiencia (un buen atributo), pero la iniciativa es incluso mejor. ¿Por quรฉ? Porque la iniciativa es la capacidad de resolver independiente y รณptimamente los problemas cotidianos y, a la vez, de buscar la ayuda de los otros cuando no podemos resolver los problemas por nuestra cuenta.” No es precisamente poesรญa, pero es de una sabidurรญa precisa. No somos solo una naciรณn autosuficiente, somos tambiรฉn una naciรณn con iniciativa. Pero el plan que Paul Ryan tiene para Estados Unidos amenaza con truncar esa magnรญfica inclinaciรณn hacia la comunidad y dejarnos insolventes no solo en tรฉrminos econรณmicos, sino tambiรฉn en tรฉrminos morales. ~

 

© The New Republic (13 de septiembre de 2012)

Traducciรณn de Marianela Santoveรฑa



[1]Potemkin Village, o Pueblo Potemkin, es una expresiรณn en lengua inglesa que designa aquello que en apariencia resulta imponente, pero que de hecho carece de sustancia. La expresiรณn proviene de una historia que afirma que el ministro ruso Grigori Potemkin mandรณ construir falsas fachadas a las orillas del rรญo Dniรฉper para impresionar a la emperatriz Catalina II durante su visita a Crimea en 1787 [nota de la traductora].

[2]La ley Dodd-Frank –que debe su nombre al congresista Frank y al senador Dodd– es una reforma financiera refrendada por el presidente Barack Obama el 11 de julio de 2010 y cuyo objetivo es devolver a los inversores la confianza en  el sistema financiero. Entre otras cosas, la ley instituye protecciรณn a los inversores, una fuerte regulaciรณn de las firmas financieras y una supervisiรณn global de los mercados financieros mediante estรกndares regulatorios internacionales. Vรฉase http://www.sec.gov/about/laws/wallstreetreform-cpa.pdf [nota de la traductora].

[3]Adam Smith, Teorรญa de los sentimientos morales, traducciรณn de Edmundo O’Gorman, Mรฉxico, FCE, 2004, p. 29.

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(Brooklyn, 1952), crรญtico, editor y, desde 1983, editor literario de The New Republic. Es autor de Kaddish (Vintage, 2009), entre otros libros.


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