En el cielo, el águila planea junto a su propia sombra que la sigue de cerca, incapaz de proyectarse sobre el nuberío; sale y entra en él a voluntad, y en el transcurso de su vuelo, unas cuantas plumas erectas por el aire helado, una mínima apertura del pico, un ágil parpadeo, apenas si delatan su condición de cosa viva. Imprecisa forma de inmovilidad, el águila parece el prendedor de un cuello azul y blanco.
De pronto cambia su curso, emite un escalofriante chillido. En su abrupto descenso al valle, lejos ya de toda la delicadeza que la distinguía, el águila impacta en las pencas de un nopal raquítico. En menos de lo que había durado aquel parpadeo suyo en las alturas, el águila devora una serpiente que rondaba las pencas del nopal.
Cansados, hambrientos, temerosos, cuantos contemplan la escena, camino a la tierra señalada por su dios, han detenido su marcha. Al remontar el vuelo, la serpiente, en boca literal del águila, ofrece a los nómadas las tunas regadas a sus pies. Pese a la advertencia de su dios, tentados por el hambre, comen aquellas rojas y olorosas tunas de sus manos sangrientas y espinadas.
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No puede ser más adecuado el mote de “tercer mundo” para la Ciudad de México. Valle de lágrimas, lugar de infundadas fundaciones, la capital ha acabado por sepultarse a sí misma, por hundirse en lo que fueran abundantes aguas y hoy es una nada de picachos, desierto subterráneo, fosa común. La Tercera Tenochtitlan es la vencida.
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Para los capitalinos que habitan esos lúgubres departamentos construidos sobre fallas sísmicas, su herencia es, como profetizara la Visión de los vencidos, una red de agujeros.
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“…hablamos lenguas muertas, pero a veces, como prueba fehaciente de nosotros, proferimos las cosas en español.
Mi nombre es Legión —dice— porque somos muchos. Este erial y esta piara, esta multitud de poseídos y desposeídos.”
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“No busques más, no hay taxis”, aconseja Gabriel Zaid en su poema “Teofanías”. De materializarse por el día, en horas pico y a la vista de todos, los taxis de la Ciudad de México harían que dudáramos sobre su condición fantasma. Como el anhelo inútil de un placer que olvidamos porque era irrealizable, la necesidad de un taxi es lo único que justifica la entera ficción de nuestro objeto de deseo.
– Hernán Bravo Varela
(Ciudad de México, 1979) es poeta, ensayista y traductor. Uno de sus volúmenes más recientes es Historia de mi hígado y otros ensayos (FCE, 2017).