Angus Deaton
El gran escape. Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad
Traducción de Ignacio Perrotini
Ciudad de México, FCE, 2015, 404 pp.
Este libro es el resultado de la incursión del Premio Nobel en Economía 2015 Angus Deaton en disciplinas como la demografía y la historia. Con la película El gran escape, de Steve McQueen, como metafórico telón de fondo, Deaton explora las grandes tendencias en materia de progreso en los ámbitos de la salud y el ingreso. La pregunta que recorre todo el volumen es por qué, a pesar del acelerado desarrollo que han experimentado muchos países, una parte considerable de la población mundial no ha podido salir de la pobreza y la muerte prematura.
El libro está dividido en tres grandes apartados: “Vida y muerte”, “Dinero” y “Ayuda”. En el primero, Deaton (Edimburgo, 1945) indaga los factores que explican el espectacular progreso en materia de salud en los países avanzados y la desigualdad aún prevaleciente entre ellos y el llamado mundo en desarrollo. La esperanza de vida, concluye Deaton, ha variado a través de la historia de la humanidad y su mejora no ha sido ni continua ni universal. Enfocándose en el bien documentado caso de Inglaterra, hubo periodos en que los indicadores de salud eran similares para aristócratas y la población en general porque las causas de muerte estuvieron más vinculadas a las enfermedades infecciosas que a la desnutrición. Sin embargo, la introducción de innovaciones médicas (medicamentos y tratamientos) generó desigualdad dado que la población más rica era la única que podía cubrir esos costos. El progreso, afirma el autor, “rara vez se distribuye equitativamente”. Los enormes avances observados en siglo y medio a partir de 1850 estuvieron asociados principalmente al descenso de la mortalidad infantil. Al contrastar sus posibles causas, Deaton concluye que existe una sólida evidencia para atribuirlo al control directo de las enfermedades por encima de las innovaciones médicas y los progresos en nutrición y vivienda. La acelerada migración de zonas rurales a ciudades insalubres y las falsas teorías sobre los mecanismos de transmisión de enfermedades (como la teoría del miasma) contribuyeron a que los contagios por contaminación del agua crecieran apresuradamente. El control directo de las enfermedades –mejoras en la sanidad y suministro de agua y, posteriormente, la vacunación y las buenas prácticas de salud personal– puso eventual fin a los mecanismos más comunes de contagio. La disminución de las enfermedades infecciosas condujo, a su vez, a un desarrollo en materia de nutrición y con ello al aumento en la estatura, la fortaleza y la productividad. Deaton arguye que la mejora en salud pública “requirió de la acción de las autoridades, lo que a su vez requirió de la concertación y la acción política”. Así, la extensión del voto a los trabajadores por las Leyes de Reforma en Inglaterra contribuyó a que se instalara infraestructura para agua limpia.
En lo referente al llamado mundo en desarrollo, el análisis de Deaton no es menos minucioso. Según los datos disponibles, las campañas internacionales impulsadas por unicef y otros organismos y los mayores niveles de educación de las mujeres han dado como resultado que la esperanza de vida en los países en desarrollo sea superior a la que existía en los países ricos cuando tenían niveles similares de producto por persona. Sin embargo, a pesar de la difusión y acceso al conocimiento, el mundo en desarrollo –sobre todo en el África subsahariana y el sur de Asia– presenta todavía altas tasas de mortalidad infantil por causas prevenibles. Deaton documenta cómo el crecimiento económico por sí solo no puede resolver esta gran desigualdad. Si la disponibilidad de mayores recursos no va acompañada del desarrollo de las instituciones del Estado que garanticen servicios de salud más efectivos y del cambio de actitudes de la población para ser más exigentes, el progreso podría ser sumamente lento. Por otra parte, la ausencia de recursos adicionales puede dificultar la acción estatal incluso si los gobiernos tienen las mejores intenciones.
En “Dinero”, Deaton indaga el notable aumento en el ingreso promedio de todos los habitantes del mundo desde principios del siglo XIX hasta finales del XX y la consecuente reducción de la pobreza extrema. El gran progreso estuvo acompañado de una exacerbación de la desigualdad, sobre todo entre países. Con refrescante franqueza, el autor reconoce que no es fácil explicar las causas de esta disparidad. En un gran número de países, el progreso también estuvo acompañado de un incremento en la concentración del ingreso. Un caso emblemático es Estados Unidos, que experimentó un sostenido crecimiento del producto por persona pero también un aumento de la desigualdad del ingreso laboral y la concentración del ingreso y la riqueza en el 1% más rico. Este contexto le permite a Deaton desarrollar la idea de que a menudo el progreso está acompañado de un aumento de la desigualdad y la manera en que esta desigualdad puede impulsar o dificultar el progreso.
Finalmente, en “Ayuda” Deaton analiza si la transferencia de recursos brindada a través de la cooperación internacional es capaz de acelerar el progreso de los países y poblaciones rezagados (aquellos que no experimentaron “el gran escape”). A pesar de que la aritmética indica que la cantidad de recursos por habitante de los países ricos necesarios para eliminar la pobreza extrema en el mundo es baja, dicha pobreza persiste. Deaton argumenta que esto ocurre porque la redistribución de recursos a nivel internacional de gobierno a gobierno o de organismos multilaterales a gobierno no puede resolver los obstáculos al desarrollo. “Si la pobreza no es el resultado de la ausencia de recursos o de oportunidades, sino de instituciones pobres, un gobierno pobre y una política tóxica, es probable que dar dinero a los países pobres […] perpetúe y prolongue la pobreza, en lugar de eliminarla.” Si bien el autor reconoce que la ayuda internacional ha tenido algunos éxitos en el ámbito de la salud, es tajantemente crítico: “la ayuda no funciona como la inversión y, en realidad, la idea en su conjunto no tiene sentido, dado el acceso que tienen varios países pobres a los mercados de capital privado”. Se trata, a mi parecer, de una interpretación excesivamente crítica. Dada la magnitud de la desigualdad, me parece que vale la pena seguir buscando formas y mecanismos en que la redistribución a nivel global pueda acelerar el progreso de los países rezagados.
Escrito en un estilo accesible incluso para el lector no especializado, El gran escape dibuja una historia del progreso y la manera desigual en que este se ha presentado en el mundo. A partir de un análisis lúcido y meticulosamente documentado, Deaton nos invita a reflexionar sobre las causas profundas de esta desigualdad y los obstáculos para superarla. Sin duda, se trata de una obra importante para entender el estado actual de nuestro mundo. ~
Es profesora de economía de la Universidad de Tulane y fellow no residente del Centro para el Desarrollo Global y el Diálogo Interamericano