Damasco parece una ciudad tranquila. En Siria han muerto unas tres mil personas desde que empezó la revuelta a mediados de marzo, pero en la capital la vida sigue como si nada. Llegué a Damasco un domingo. En el hotel solo había un par de extranjeros más: "Siempre solemos tener las 36 camas llenas", me dijo el recepcionista. En mis seis días allí, vi solo a cuatro turistas occidentales.
Las tiendas, las calles y los bares vivían un domingo normal. Todo lleno, como si nada. Al día siguiente fui a dar una vuelta por Midan, el barrio que ha vivido más protestas. No había nada raro: ni más policía (con uniforme) en la calle, ni más tensión.
Cuando hablé con un activista, me dijo: "Has venido en días malos". Las fuerzas de seguridad habían aumentado, según parece, su represión. Ese activista está ya fuera del país porque iban tras él (sus padres viven en el extranjero y apoyan la revuelta; el régimen sirio no duda en acechar a la familia para asustar a los comprometidos). Otro joven sirio me dijo que él no estaba en la lista de los buscados. ¿Cómo lo sabes?, le pregunté. "Si estuviera en esa lista, ya habrían ido a casa a buscarme y por ahora nadie ha ido, pero ya no vivo allí", me dijo.
Damasco vive una tranquilidad aparente. En seguida se siente que en Siria ocurre algo. El modo más rápido para verlo es hablar con la gente. En seguida salen los "problemas", la "situación", los "hechos", palabras que evitan admitir que hay una revuelta contra el régimen. La gente que más habla son los defensores del régimen: "Aquí no pasa casi nada, solo algunos problemas en Homs y Idlib". En Homs los tanques están por las calles y, junto a Rastan –justo al norte–, es el lugar donde el ejército sirio procura estos días terminar con el levantamiento.
Hay mucha gente en Damasco que aún apoya al régimen por intereses políticos o económicos. Pero tras meses de represión salvaje, el apoyo al gobierno se complica. Cada vez es más difícil mirar a otro lado y disimular ante la dureza y torturas de las fuerzas de seguridad. Pero muchos aún lo hacen con el argumento de que les defienden de islamistas.
Otro modo para confirmar que algo ocurre en Siria es salir de Damasco. Fui a Dumeir, a unos 40 kilómetros de la capital. Para llegar allí, hay que pasar por Duma, el suburbio más agitado de Damasco. El bus público que tomé no pasaba por el centro de Duma, pero sí por las afueras. Se veían los puestos de control militares en las calles que accedían al barrio y bases del ejército en varios puntos de la carretera.
En Dumeir el ambiente es distinto a Damasco. Pasé por delante de unas treinta tiendas; en ninguna había una foto del presidente sirio, Bashar al-Asad, colgada en la pared. En la capital, en cambio, los retratos del líder son constantes. Los habitantes de Dumeir se permitían también bromas sobre los soldados que controlaban la entrada al pueblo, algo inimaginable en Damasco, donde todos piensan que cualquiera puede ser un espía del régimen.
A la salida de Dumeir, me pararon en un puesto de control para saber qué hacía allí. Miraron mi cámara de fotos para asegurarse de que fuera un turista. Solo me retuvieron unos minutos. Cuando me dejó ir, el soldado me dijo: "Sorry".
Pero el momento en que realmente se ve que en Damasco ocurre algo es los viernes. Los viernes allí son como los domingos en occidente. Hay poca gente en la calle y muchos van al rezo semanal en las mezquitas. La presencia de miembros de las fuerzas de seguridad se distingue más. A pesar de ir de paisano, son fáciles de reconocer: llevan los fusiles y palos a la vista y tienen cara de matones.
Hablé con seis activistas. Todos coincidían en que la situación en el centro de Damasco era atípica. El régimen tiene aún un porcentaje de la población a favor, unos por convicción, otros por miedo. Es imposible de saber el apoyo real –los sondeos están prohibidos en Siria. La situación es difícil que cambie a corto plazo.
Los jóvenes activistas creen que si el movimiento pierde fuerza el gobierno iría a por ellos: "Nos matarían uno a uno", me dijeron. Así que no van a parar. El régimen tampoco caerá en breve. ¿Qué pasará?, pregunté varias veces. Todos coincidían: "Mejor no lo preguntes. Solo podemos pensar en hoy".
(Barcelona, 1976) es periodista, licenciado en filología italiana. Su libro más reciente es 'Cómo escribir claro' (2011).