Viaje alrededor de Chéjov

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     Janet Malcolm, Leyendo a Chéjov, traducción de V. Gallego Ballestero, Alba, Barcelona, 2004, 187 pp.

 
     Contradiciendo su condición de clásico, hay en Chéjov algo inherente a su obra que denota fragilidad. En Rusia y en los Estados Unidos suscita una especie de piedad enfermiza. “Basta pronunciar el nombre de Chéjov para que la gente adopte una expresión como si un cervatillo hubiera entrado en la habitación”, escribe Janet Malcolm (Praga, 1934) en Leyendo a Chéjov. Malcolm intentará averiguar qué es lo que hace de él un gran escritor, ofreciendo para ello algunos argumentos en contra de consideraciones prefijadas por la crítica y las biografías.
     Malcolm, redactora de The New Yorker, demuestra con sus libros creer muy poco en verdades objetivables. Títulos como el polémico In the Freud Archives (de próxima publicación en Alba), El periodista y el asesino, La mujer en silencio: Sylvia Plath y Ted Hughes y el último publicado en España, Leyendo a Chéjov, coinciden en dar al lector la impresión inequívoca de estar leyendo algo no objetivo. A la hora de escribir sobre los demás, Malcolm nunca se sustrae como autora, de modo que el lector tiene ante sí los hechos narrados y lo que otros dicen de ellos, pero también la mirada de la propia Malcolm repartiendo juego, abriendo posibilidades, dudando. Viaja a Inglaterra para escribir una biografía de Sylvia Plath y el resultado es un libro que trata tanto sobre los problemas de Plath como sobre los problemas de escribir biografías. La mujer en silencio muestra el carácter fallido de la biografía como género porque toma partido asumiendo la subjetividad de la voz narrativa con el respaldo de todos los elementos propios de la estructura novelística. Sin un ápice de ficción, conforma un documento fiable precisamente desde la admisión de un punto de vista. Malcolm se apoya en la tesis de Anne Stevenson, autora de otra biografía sobre Plath: “Escribir no es algo que se pueda hacer en un estado de ausencia de deseos. La pose de la imparcialidad, la charada de la ecuanimidad, lo notable de una actitud de distanciamiento, nunca pueden ser más que tretas retóricas; si son auténticas, si al escritor no le importara de verdad que las cosas pasen de un modo u otro, no se sentiría movido a representarlas”.
     Desde tales premisas, Malcolm no lleva a cabo ningún trabajo de investigación biográfica al uso en Leyendo a Chéjov. Una vez más, equipara lo que cuentan los distintos biógrafos y recrea la vida de Chéjov basándose en una investigación singular que combina la lectura de sus cartas y obras con las impresiones recogidas en su viaje a Rusia para visitar las casas en que vivió y los lugares sobre los que escribió. El tipo de viaje, por cierto, que proyectaba hacer Raymond Carver poco antes de que un tumor cerebral le dejara sin tiempo para ello. La versión de la muerte de Chéjov reconstruida por Carver en Tres rosas amarillas es objeto de análisis por parte de Malcolm junto a otras versiones de la escena ocurrida el 2 de julio de 1904 en una habitación del balneario de Badenweiler. Malcolm somete a un interesante ejercicio comparativo las distintas versiones originadas a partir del relato de la actriz Olga Knipper, esposa del autor ruso, y le achaca al relato de Carver su carácter híbrido al mezclar acontecimientos reales e históricos con otros inventados, de modo que el lector no especialista sea incapaz de saber dónde empiezan unos y acaban otros. Malcolm quizá no repara en que Tres rosas amarillas forma parte de un volumen de relatos de ficción y por tanto Carver sitúa su versión en ese terreno como simple homenaje personal. De todos modos, lo importante en este caso es que un libro de carácter biográfico como Leyendo a Chéjov no sólo no falte a la verdad sino que se acerque a ella del único modo posible, es decir, mostrando puntos de vista distantes, integrando datos biográficos y reflexiones propias, relacionando convincentemente sus experiencias durante el viaje con la obra de Chéjov.
     Malcolm inicia el relato de ese viaje en Oreanda, una aldea cercana a Yalta, en el banco junto a la iglesia desde donde contemplaban el mar Gúrov y Anna Serguéievna, la dama del perrito. Tras el extravío de su equipaje en el aeropuerto de San Petersburgo, inicia su itinerario chejoviano a través de un viaje físico, acompañada de guías que se convierten también en personajes del libro, y un viaje mental, acompañada de los personajes de Chéjov. El sentido de la vida cotidiana de éste encaja muy bien con la tradición ensayística británica a la que pertenece Malcolm, de carácter pragmático, atenta a lo específico, lo concreto, lo sólido, ajena a las ideas abstractas y teorías del pensamiento. Por ello, una de las fuentes constantes de indagación serán las cartas que dejó escritas el autor ruso: “Las cartas y diarios que dejamos y la impresión que causamos en muchos contemporáneos son la simple cáscara del meollo de nuestra vida esencial. Cuando morimos, ese meollo es enterrado con nosotros. En eso consisten el horror y el dolor de la muerte y la razón de la inevitable trivialidad de la biografía”. Sobre los personajes de Chéjov planea siempre la sombra de la mortalidad, la certeza de que la vida no se concede dos veces. Malcolm va descubriendo a lo largo de su viaje que Chéjov, como si fuera un personaje de sí mismo, preservaba los secretos de su trabajo literario con tanta tenacidad como los de su vida personal: “Guardó silencio sobre sus métodos de composición y destruyó la mayoría de sus borradores”. Nos recuerda, de todos modos, que el menos mesiánico de los escritores rusos, el menos visionario, el que más detestaba las ideologías y la grandilocuencia, aconsejaba siempre a los escritores que le enviaban manuscritos que acortaran su obra. Como le dice a su hermano Aleksandr en una carta fechada en 1893: “Abrevia, hermano, abrevia. Empieza en la segunda página”. –

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