Vidal loco

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Hace mรกs de diez aรฑos participรฉ en una conversaciรณn pรบblica que se celebrรณ en Nueva York y pretendรญa examinar la vida y obra de Oscar Wilde. Me acompaรฑaba el heroico gay Quentin Crisp, tal vez el รบnico hombre que ha interpretado satisfactoriamente el papel de Lady Bracknell en La importancia de llamarse Ernesto. Surgiรณ la pregunta inevitable: ¿existe un Oscar Wilde de nuestro tiempo? El moderador propuso a Gore Vidal y, despuรฉs de que se mencionara su nombre, no parecรญa existir ningรบn rival evidente.

Como Wilde, Gore Vidal combinaba la severidad con el ingenio subversivo (La importancia de llamarse Ernesto es una sรกtira muy mordaz de la Inglaterra victoriana), y tuvo el raro don de ser divertido cuando trataba asuntos serios, asรญ como de ser serio cuando abordaba asuntos divertidos. Como Wilde, fue capaz de combinar opiniones polรญticas radicales con un estilo de vida que era cualquier cosa menos solemne. Y, tambiรฉn como Wilde, casi nunca estaba “apagado”: su conversaciรณn privada era tan entretenida y sorprendente como sus apariciones pรบblicas mรกs preparadas. Los admiradores de los dos hombres, y de su perversidad polimorfa, podrรญan discutir alegremente si eran mejores en la ficciรณn o en el ensayo.

Tuve la suerte de conocer un poco a Gore en esa รฉpoca. El precio de conocerlo era la exposiciรณn a algunos de sus rasgos menos adorables, entre los que se encontraban una memoria de paquidermo para los deslices u ofensas mรกs leves y una levรญsima tendencia a sacar la cuestiรณn judรญa en contextos inapropiados. Yo tambiรฉn era consciente de que Vidal sospechaba que Franklin Roosevelt habรญa jugado sucio para provocar el ataque a Pearl Harbor y seguรญa admirando al gallardo Charles Lindbergh, lรญder de la derecha aislacionista de Estados Unidos en la dรฉcada de 1930. Sin embargo, esos tics y manรญas, que critiquรฉ por escrito, parecรญan estar mรกs o menos bajo control y, mientras tanto, Vidal seguรญa diciendo cosas que uno querrรญa haber dicho. Sobre un escritor espiritual y sentimentaloide llamado Idries Shah: “Estos libros son mucho mรกs difรญciles de leer que de escribir.” Sobre un pรกrrafo de Herman Wouk: “No estรก nada mal, salvo como prosa.” De Teddy Kennedy, que atravesaba una mala รฉpoca –con la cara roja e hinchada y aspecto de irlandรฉs abandonado–, me dijo que tenรญa “todo el encanto de ciento cincuenta kilos de ternera podrida”. ¿Quiรฉn si no Gore podรญa iniciar un debate diciendo que las tres palabras mรกs desalentadoras del idioma inglรฉs son “Joyce Carol Oates”? En una entrevista, me dijo que el trabajo de su vida era “hacer frases”. Habrรญa sido mรกs exacto decir que construyรณ una carrera a base de pronunciarlas.

Sin embargo, si es parcialmente cierto que el 11 de septiembre de 2001 nos cambiรณ a todos, probablemente es mรกs cierto decir que a Vidal lo hizo mรกs como era y acentuรณ una cepa chiflada que poco a poco se convirtiรณ en el elemento dominante de su personalidad. Si se fijan en sus textos de esa รฉpoca, agrupados en un par de libros baratos titulados Soรฑando con la guerra y Guerra perpetua para la paz perpetua, encontrarรกn las ideas mรกs estรบpidas de Michael Moore o de Oliver Stone expresadas en un lenguaje que se queda un poco lejos del ideal de Wilde. “Mientras tanto, a los medios se les asignรณ la tarea familiar de incitar a la opiniรณn pรบblica en contra de Osama bin Laden, aunque todavรญa no se ha demostrado que fuera el cerebro.” Vidal firmรณ esa frase, pรฉsima en muchos sentidos distintos, en noviembre de 2002. Una pequeรฑa antologรญa de piezas medio argumentadas y medio escritas, destinada a escandalizar, insinuaba o afirmaba que la administraciรณn conocรญa de antemano los atentados de Nueva York y Washington, y buscaban un pretexto para construir un gasoducto largamente deseado que debรญa atravesar todo Afganistรกn. (No hay muchos signos de ello, por cierto, aunque quizรก les vendrรญa bien a los desdichados afganos.) Como autoridad acadรฉmica para esta empresa conspirativa, Vidal se basรณ en gran medida en el hombre que segรบn รฉl habรญa producido “el mejor informe, el mรกs equilibrado”, del 11-S: un tal Nafeez Mosaddeq Ahmed, del Institute for Policy Research & Development, cuyo libro La guerra contra la libertad  habรญa llegado hasta nosotros por medio de lo que Vidal llamaba “una editorial pequeรฑa y local, pero de buena reputaciรณn”. Tras inspeccionarlo un poco, Ahmed resultรณ ser un individuo ridรญculo con la compulsiรณn de vocear rumores a medio cocinar; su “Instituto”, un circo de una habitaciรณn en una ciudad costera de Inglaterra, Brighton; su editor, un grupo llamado Media Monitors Network, vinculado al รrbol de la Vida, cuya pรกgina web (ahora cerrada) ofrecรญa consejos sobre el asunto siempre incรณmodo de la autoediciรณn. Y pensar que una vez hubo un momento en el que Gore Vidal podรญa recrear a Lincoln en las pรกginas de una novela o discutir asuntos de estrategia con Henry Cabot Lodge…

Se hizo cada vez mรกs difรญcil hablar con Vidal (y tambiรฉn menos divertido), pero despuรฉs descubrรญ algo mรกs en su รบltimo libro de memorias, Navegaciรณn de cabotaje  [Point to point navigation], que cuenta la historia de su vida hasta 2006. A pesar de que incluรญa una buena raciรณn de insultos dirigidos a Bush y Cheney, no tenรญa ni siquiera un gesto hacia la materia delirante que el seรฑor Ahmed le habรญa suministrado. Eso podรญa significar dos cosas: o bien Vidal ya no pensaba eso o bien no estaba preparado para poner esas bobadas tristes y siniestras en un volumen publicado por Doubleday, leรญdo por sus pares literarios e intelectuales, y dedicado a la fallecida Barbara Epstein. La segunda interpretaciรณn, aunque algo despreciable, era mejor que nada y sin duda mucho mejor que la primera.

Pero acabo de leer una larga entrevista de Johann Hari en The Independent  de Londres (Hari es un admirador bastante devoto), donde Vidal decide volver por los viejos barrios para complacer los instintos mรกs bajos de รฉl mismo y de sus seguidores. Dice abiertamente que la administraciรณn Bush “probablemente” estaba en el ajo de los ataques del 11-s, una complicidad criminal que “sin duda encajarรญa muy bien con ellos”; que Timothy McVeigh era “un muchacho noble” y que no fue un asesino peor que los generales Patton y Eisenhower, y que “Roosevelt se encargรณ de que entrรกramos en la guerra, incitando a los japoneses a atacar Pearl Harbor”. Acercรกndose a la actualidad, Vidal dice que el experimento estadounidense puede considerarse “un fracaso”; el paรญs se encontrarรก pronto “en algรบn lugar entre Brasil y Argentina, que es su sitio”; el presidente Obama serรก enterrado entre los escombros –destruido por “la casa de locos”– despuรฉs de que Estados Unidos sea humillado en Afganistรกn y los chinos emerjan como lรญderes supremos. A continuaciรณn, seremos la “carga del hombre amarillo”, y Pekรญn “nos harรก tirar de los coches de coolies, o lo que sea que utilicen como transporte”. Los temas asiรกticos no parecen producir el mejor Vidal: en otro tiempo decรญa que Japรณn dominaba la economรญa mundial y que ante ese peligro “solo queda una salida. Ha llegado el momento de que Estados Unidos haga causa comรบn con la Uniรณn Soviรฉtica”. Eso fue en 1986: acaso no el aรฑo ideal para proponer un abrazo a Moscรบ, y sin duda no tan bueno como 1942, cuando Franklin Roosevelt uniรณ fuerzas con la URSS contra Japรณn y la Alemania nazi en una guerra que Vidal nunca deja de decir que fue (a) culpa de los Estados Unidos y (b) una contienda en la que no merecรญa la pena luchar.

Para redondear la entrevista, Hari, obviamente sorprendido, cambiรณ de tema y preguntรณ a Vidal si querรญa decir algo acerca de sus rivales recientemente fallecidos: John Updike, William F. Buckley, Jr., y Norman Mailer. No pudo terminar su pregunta. “Updike no era nada. Buckley no era nada pero tenรญa olfato para la publicidad. Mailer tambiรฉn era un publicista fallido, pero al menos de vez en cuando daba seรฑales de tener un cerebro en funcionamiento.” Uno descubre con tristeza, como en los ladridos y derrames anteriores, la absoluta falta de elegancia o generosidad, asรญ como la ausencia de ingenio o profundidad. Una ligereza sarcรกstica y cansada ha robado el lugar de las primeras, y el resentimiento lรบgubre ha depuesto a los segundos. Ah, para terminar, entonces, ya que Vidal se encontraba en Londres, ¿tenรญa algo que decir acerca de Inglaterra? “Esto no es un paรญs, es un portaaviones estadounidense.” Santo cielo.

Desde hace algunos aรฑos, el papel habitual del viejo ha sido el del รบltimo romano: la eminencia estoica que con ojos limpios prevรฉ el fin prรณximo de la noble repรบblica. Ese papel no requiere una toga, pero exige un poco de dignidad. Las frases de Vidal solรญan tener cierta rotundidad y extravagancia, pero ahora ha descendido directamente a lo barato e incluso a la falsificaciรณn. ¿Quรฉ pinta este patricio en los mercados del sensacionalismo, donde los paranoicos farfullan y toda suerte de vulgaridades degrada la expresiรณn novedosa?

Si Vidal lee esto alguna vez, creo que sรฉ lo que va a decir. Hace poco, cuando le preguntaron por nuestras diferencias en una reuniรณn pรบblica en Nueva York, respondiรณ: “¿Sabe?, รฉl se considerรณ durante muchos aรฑos mi heredero. Y, desafortunadamente para รฉl, no me he muerto. Sigo dando la matraca.” (Un relato del acontecimiento decรญa que esta respuesta no tan afilada habรญa dejado a la gente riendo “a mandรญbula batiente”: en su declive, Vidal tiene fans  como David Letterman, que se rรญen en todos los momentos equivocados porque les da miedo sospechar que no lo estรกn pasando bien.) Pero su primera frase, en concreto, invierte la realidad. Hace muchos aรฑos me escribiรณ espontรกneamente –tengo la correspondencia– y se ofreciรณ libremente a designarme su sucesor, su dauphin  o delfino, como dicen los italianos. Amablemente me dedicรณ varios libros de este modo y le pedรญ permiso para usar la frase de su carta en la solapa de uno de los mรญos. Dejรฉ de utilizar la cita despuรฉs del 11-S, como รฉl bien sabe. No tengo ningรบn deseo de cometer parricidio literario o de asesinar al personaje de Vidal: un personaje que, en cualquier caso, parece haberse suicidado.

No me importa lo mรกs mรญnimo su intento torpe y desagradable de reescribir su relaciรณn conmigo, pero sรญ me opongo a la versiรณn chiflada, revisionista y negacionista de la historia que estรก vendiendo sobre todo lo demรกs, asรญ como a la forma terrible, rencorosa y miserable –“dando la matraca”, de verdad– en la que ha terminado por hacerlo. Oscar Wilde nunca fue mezquino, y tampoco se convirtiรณ en un Anciano Marinero. ~

 

Publicado en Vanity Fair  en febrero de 2010.

Traducciรณn de Daniel Gascรณn

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(Portsmouth, Reino Unido, 1949-Houston, Texas, 2011) fue escritor, periodista y uno de los intelectuales mรกs brillantes de su generaciรณn. Debate publicรณ en 2011 el volumen de memorias Hitch-22.


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