Armagedón interruptus

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Pues bien: llegamos al primero de enero del año 2000 sin excesivos contratiempos. Ni marcianos ni ángeles; ni parusías ni cataclismos. Salió el sol, lloró un niño, vimos un árbol, pasó un hombre en bicicleta, lo apachurró el microbús. Lo de siempre.
     Entre el suspiro de alivio no dejó de captarse cierta decepción. Más de uno lamentó que el anunciado bang saliera whimper. Más de uno alzó la mirada hacia el vulgar cielo cotidiano, tan indiferente a su carácter de estreno, ostentosamente desprovisto de cuatro jinetes, anillos flamígeros o una segunda luna, y le masculló un discreto reclamo al Cácaro Pantocrátor.
     Un día como cualquier otro. Quizás con menos gente en la calle, recluida en sus casas desveladas, recuperándose de celebrar que no se acabara el mundo. Un chisporroteo aquí y otro allá; leves cortos circuitos. Algunos incidentes debidos al previsto error de algunas computadoras, obstinadas en interpretar los dos ceros finales del 2000 como pertenecientes a 1900. (En lo personal, confieso que abrigué esperanzas de que, por orden de la virtualidad, despertara en 1900. Hubiera corrido al Zócalo, y a La Merced y al Relox. Hubiera ido a buscar a Tablada. Hubiera…)
     Pero ni llovieron aviones ni explotaron bombas atómicas ni llegó el maremoto terminal. O sea que ya ni en los cataclismos se puede confiar. Y la gente que sí anduvo en la calle, qué espectáculo: los concursos no convocados de pequeñas proezas redimibles sólo por su oportunidad: "¡Soy el primero del milenio en pasarse un alto!", "¡Soy el primero en bautizar a su hijita Melania Milenia!", "¡Soy el primero en comerse una pizza jagüayana a domicilio!". (Previsible temporada de debuts: el primer libro, la primera beca, la primera toma de la rectoría…)
     En todo caso, quizás no haya razón legítima para cantar victoria: el carnaval que ofrecimos ante el posible fin del mundo fue a tal grado degradante que bien nos lo hubiéramos merecido. O quizás sí se acabó el mundo después de todo y, noveles en la materia, ni siquiera nos dimos cuenta de que les parecimos tan patéticos a los encargados de acabar mundos, que nos condenaron a vivir nuestra ilusión de perpetuidad.
     Qué decepción para las multiplicantes tribus de seres amparados por la hospitalaria "ideología de la catástrofe", como la llama Eugen Weber (Apocalypses, Cambridge, 1999). Los entenados de Nostradamus que lanzan advertencias a diestra y siniestra con particular y redoblado arrojo sobre todo en los últimos meses del siglo pasado ("¡Fui el primero en referirme al XX como el siglo pasado!"). La mejor prueba de que las profecías de Nostradamus son una farsa es que en ningún lado profetizó que Nostradamus iba a ser reciclado, famoso e imitado en 1999.
     Qué decepción para quienes se aprovisionaron de amaranto, miel, sopas maruchan y garrafones de gatorade y ahora se los van a tener que consumir en el cataclismo de la rutina diaria. Cómo se atarearon en advertirnos de los pesares que nos aguardaban en el filo del segundero; qué cantidad de horrores prestos a desatarse por la sutil membrana de una medianoche.
     ¿No sabes que alguien (siempre es alguien) descubrió que El manual de Carreño es en realidad un libro profético en clave, y que en la sección "La sobremesa" dice clarito que "el Águila que cae, nacida del Resucitado, se va a caer siete veces"? ¿O que "Aquel encapuchado derrumbará las bardas del neoliberalismo"? ¿Supiste que los monitos Pokémon son en realidad los espermatozoides reprocesados de Hitler que se les meten a las vírgenes por los ojos? ¿Leíste el misterioso libro que anuncia que va a resucitar Fidel Velázquez y va a llevar a México hacia la definitiva hecatombe? ¿Has oído hablar de la secta que busca por todo el mundo al niño en el que reencarnó Rubén Darío? ¿Que hay un científico llamado Arkadiusz Jadezik que explica en Internet que en la constelación de Casiopea vivimos los humanos del futuro convertidos en "Seres de Luz de Pensamiento Unificado a la Sexta Densidad", y que mandan decir que si no les podemos mandar el último disco de Enya? ¿Que hay un comando secreto internacional antivacas que anda por el mundo destruyendo vacas porque las vacas son unas extraterrestres que quieren destruir la ecología mundial? ¿Que… (póngale copyright y coloque aquí su ocurrencia)?
     El único Apocalipsis fue el que nos deparó el abuso de lenguaje apocalíptico. Cualquier hijo de vecino se infectó de esta retórica de hablar como Juan de Patmos en noche de relámpagos. Desde el taxista que preguntaba "¿Y si floto por Insurgentes hasta el Lomo de Satán y de ahí agarro pal Círculo de Los Siete Dragones?" hasta las operadoras nocturnas vendiendo tarjetas de crédito ("Y entonces los Siete Gerentes dijeron cosa portentosa que causó gran alivio; y eran como ángeles dorados que rompían el sello inmemorial de los intereses; y los deudores oyeron las Tres Mensualidades y vencieron sus udis…") y los mensajes del encendido profeta del sureste ("Y entonces abrió su boca. Y su boca tenía lengua. Y su lengua dijo su palabra. Y su palabra era verdadera. Y su verdad era antigua. Y su antigüedad era mucha. Y su mucha era abundante. Y…").
     Tumultuaria religiosidad light. Espiritualidad con código de barras y empacada en celofán. Dogmas de valet parking. Cristianismo convertido en Kitschianismo. La larga última cena finisecular con un Cristo de paspartú y once mil apóstoles baba-cools. Budistas de Buenavista que cantan hare hare krishna krishna a ritmo de cumbia norteña; vegetarianos que adoran al brócoli de oro; energistas que predican la buena nueva de que dormir bajo sábanas de cuarzo produce inmortalidad; homeopatómanos que quieren echarle una tonelada de chochitos de nux vomica (a la treinta) al edificio del pri, para que agarre la onda; movimientos estudiantiles seguros de acabar con el orden económico mundial mostrando culo y oyendo rocanrol marxista hecho en Los Ángeles. ¡Y los ángeles! ¡Andan por todos lados! Oí decir a alguien en la mesa de junto, con toda solemnidad, que los cilindreros son ángeles. (¿Quién decía que los ángeles volaban porque se toman muy a la ligera? ¿Chesterton? ¡El primero del milenio en citar a Chesterton!)
     ¡Ah, la proliferante prole del new age (que hace tres días amanecieron old age) y sus "alternativas" institucionalizadas!: aromaterapios que curan la depresión con el olor del cilantro; cromoterapios que quitan convulsiones con untadas de verdemar; aztecaterapios que renuevan los fluidos vitales con batido de xoconostle; taichís transmutados para siempre en estatua de grulla; fengshuis cuya felicidad depende de que su cabecera dé al noreste; reikis que curan úlceras con el aura de la mano; qi gongs imitando al "sapo que sale del estanque"; ayurbedas que se duchan en té de gordolobo y masajean el pulgar del pie derecho donde radica el secreto de una vida sexual forever; polaridadistas que quieren ser una pila duracell humana; bachfloristas que descubrieron que la esquizofrenia se cura con agüita de gardenias; gingkobilobas que recuperarían la memoria si se acordaran de dónde dejaron su frasco de gingkobiloba; rolfings cuyos masajes producen tal cantidad de dolor que uno queda estructuralmente integrado al big bang; bebedores de su orina que purifican sus tejidos (y ahorran agua); moxibustiones que fuman artemisa por las sienes para templar el alma y alejar el pecado; echadores de cartas astrales, y de mah-jong, y de tarot, y de iching, y de turista y…
     ¡Un superama de opciones; un aurrerá de alternativas! ¡Lo sagrado y lo profano en baratillo! ¡En el tianguis fini/neosecular hay un "tigre que baja del monte", una hierba, un chochito, un masaje, un aura, un vidrio, una florcita, una melodía para todos y cada uno de los males y carencias! ¡Todo es espíritu, energía, cuerpo y equilibrio y serenidad y purificación! ¡Funde su religión! ¡Invente su terapia! ¡Proponga el cataplasma hecho de puré de acumulador! ¡Invente el famoso supositorio Inca! ¡Sugiera la píldora hecha con discos de acetato de los Beatles! ¡Concite la secta que prescribe que escuchar doce veces diarias "El Bikini Amarillo" acarrea la "harmonía" con lo que haya que harmonizar! ¡Levántele un templo al dios Pachuli!
     Basta arraigar la ocurrencia en una etnia en proceso de desaparición, o en un territorio de prestigio arcaico, sostener el carácter vetusto del asunto y poner un ejemplo de relieve: los sumerios bebían soya por los oídos y sobrevivieron la plaga verde; el Dalai Lama duerme con una bolsita llena de gomas de lápiz y no tiene insomnio; Bruce Willis toma té en una tasa hecha con escroto de yak; los huicholes usan ropa interior de maguey y nunca les da priapismo; Mick Jagger va a escondidas cada año a Real de Catorce; mi nana tiene cien años porque desayuna lodo de su natal Zempoala.
     Lo explicó Nietzsche: todo fanatismo es pintoresco. Y uno se pregunta de qué demonios sirvió la Ilustración y si no será por pura explosión demográfica que la superstición gana terreno, y si temer de ese modo el fin del mundo no será una manera de precipitarlo, y por qué estas oleadas incontenibles de sentimentalismo oficial. ¿Cómo es posible que el partido que se supone heredero de Hegel y Marx, que se supondría ateo o al menos agnóstico, apenas llegue al poder oficialice el "Día de muertos" y llene el Zócalo de unos ataúdes horribles, y que los antiguos marxistas caminen entre ellos sacudiendo su ollita de copal? ¿No se suponía que el agnosticismo conduce a los hombres hacia la razón, la filosofía, el sentido común, la "piedad natural" y las leyes? ¿No aceptábamos que la superstición es, como decía Bacon, "la monarquía absoluta en las mentes de los hombres"? ¡Bienvenidos a la primavera de la Edad Media!
     Y no es extraño: un curioso apocalipticismo charanguero repta en los discursos marxistas de Latinoamérica, y desde luego en la teología de la liberación, que explota el sedimento catequístico y sus expectativas de un milagro de orígenes cristianos: los ataúdes del Zócalo apelan a las fantasías escatológicas en las que La Muerte irriga con sangre de mártires los campos latinoamericanos fertilizando un milenio de libertad, abonado con teorías para escapar de la historia y sobre el establecimiento de una nueva trascendencia.
     Qué manera tan extraña de ingresar a la mayoría de edad. Porque se podría pensar que en el primogénito día de este enero, al cumplir su siglo XXi, la historia ingresó a la mayoría de edad. Si habíamos confiado en que sus XXi primaveras seculares supondrían una cierta madurez, y que saldría de esa larga adolescencia que fue la modernidad, más vale censurarse el optimismo. Si el equivalente de las espinillas en el cuerpo adolescente de la historia fueron las guerras mundiales, y si Hitler y Stalin fueron sus reventones, más vale prepararse para lo que será capaz de hacer ahora que ya tiene credencial de elector. ¡Oh, humanidad pigmea!
     En fin, que no hubo Apocalipsis. ¿Nos sentiremos ridículos de haberlo temido o deseado? No: seguiremos atareados con su inminencia, explotando la industria de su víspera. Lo único distinto es que ahora sabemos que una de las características del Apocalipsis es su impuntualidad. Y que esta impuntualidad es sólo una triquiñuela que utiliza para darse aún más importancia. No cabe duda de que Dios —ese bromista— creó al universo con la obsolescencia incluida. Seré, el primer día de enero del 2000, el primero en citar a Borges: "En este largo día que no pasa,/ me siento duradero… y desvalido".

 

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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