Arthur Miller con su esposa, Marilyn Monroe
Es curioso que una de las primeras obras de Miller se ubique en la Gran Tenochtitlan, centro del Imperio Azteca. Se titula The Golden Years y fue escrita hacia 1939, cuando su autor contaba con sólo veinticuatro años. La propuso al Group Theatre y permaneció olvidada en un archivo muerto. El texto renació hasta los años ochenta.
Un destino semejante tuvo su primera obra, El hombre que tenía toda la suerte. Se estrenó en 1944 sin suerte alguna duró en cartelera sólo cuatro funciones. El descalabro orilló a Miller al cambio de género: Focus (1945), su única novela, explora la responsabilidad del individuo frente a los otros que aparentemente le son ajenos.
Después de sesenta años de escritura teatral, los primeros textos llaman poderosamente la atención, pues tienen muchas semejanzas con los últimos y dan cuenta de la característica que une toda la obra de Miller: la dimensión moral y social del drama, los conflictos que surgen "cuando nos vemos en la encrucijada de elegir entre lo correcto y lo incorrecto".
Moctezuma se paraliza frente a la destrucción general que desata un puñado de conquistadores. De fondo, nuestra historia le sirvió a Miller para hacer una metáfora sobre el fascismo y la incapacidad de respuesta frente a la infamia. "Estamos paralizados. Sabemos perfectamente lo que está mal y no podemos movernos", diría Miller años después a propósito de Bosnia. El trasfondo moral y existencial, la creencia en la carga histórica y en los deberes del individuo con su sociedad, identifican a Miller con el teatro europeo de impronta trágica: la herida de Filoctetes no es una herida física y personal; afecta, por el contrario, a todo el universo. Como buen moralista, empieza con la autoacusación y va ampliando los círculos: la familia, la sociedad y, finalmente, la raza humana.
Sólo alguien de su temple, todo un anecdotario vivo que atraviesa su segundo matrimonio con Marilyn Monroe y llega al Premio Príncipe de Asturias, podía cuestionar el mito de la inocencia, el culto al optimismo y al éxito material, tan propios de su país, y confrontar el sueño americano con la noción de fracaso. William Styron, su vecino y amigo, ha dicho de Miller que es una especie de "Abraham Lincoln judío, si es que algo así como un Lincoln judío pudiera vestirse de pronto con la rudeza de un gentil granjero".
La muerte de un viajante, Todos eran mis hijos, Panorama desde el puente o El último Yankee se llevan a escena una y otra vez. Pero en estos tiempos de confrontación entre Occidente y el Islam, cuando se ha puesto al demonio en el centro de la retórica política, Las brujas de Salem parece uno de sus textos más vigentes.
En el Evangelio según San Marcos, 5, 1-20, Jesús encuentra a un "ser inmundo", un geraseno que se agita y aúlla con gran aparato. Cristo le pregunta: "¿Cuál es tu nombre?" "Mi nombre es Legión, porque somos muchos", le responde. Los defensores del dogma, las concepciones cerradas y los misterios que debemos creer aunque no los podamos comprender, sienten pavor frente a la ambigüedad, la contradicción y la multiplicidad, posturas que se han atribuido, desde tiempos inmemoriales, a la representación del mal. Miller explora un caso de histeria colectiva que desata una persecución destructora. Las Brujas de Salem es un clásico no sólo para interpretar la política del mundo bipolar de otros años, sino para adentrarnos en los mecanismos sociales para perseguir al diferente, al que atenta contra la unidad del Estado, la Familia, la Ideología, la Raza o la Religión…
El Príncipe de Asturias quedó en manos de un clásico vivo. Darle ese premio, sin importar su nacionalidad y el idioma en que escribe, habla de una visión de patrimonio general. Lo ajeno es propio. Arthur Miller afirma al final de Timebends, su libro de memorias: "No sé de quién son estos campos que son míos. Los coyotes me miran en la noche. Se preguntan por mí. Todas las cosas del universo se preguntan unas por otras. Hasta los árboles." ~