Como el buen Luser me escribió que sólo me conocéis bajo dos conceptos, creo deber informaros bajo qué otros verdaderos conceptos podréis reconocerme en adelante.
Mas pensándolo bien, y como no quiero, con la enumeración de dichos conceptos, dar pie a la acusación de fatuidad, pienso obrar bien al pintarme o definirme con indicaciones negativas, a la manera de los teólogos, cuando condescienden a explicarle a alguien lo que es el diablo.
1. Nunca fui educado en un cuartel.
2. Nunca he recibido palizas, sino en Dux, por órdenes de vos.
3. Nunca he tenido cargo en lo militar, en virtud del cual, cuando un superior lo ordena, hay que favorecer a todos.
4. Nunca fui bebedor.
5. Jamás he sido visto acompañado por gente infame, ni comiendo con ella, a no ser desde que me forzasteis a ello en Dux.
6. Jamás he mandado hacer falsos certificados para conservar una pensión que sin ello habría perdido.
7. Nunca he tolerado que se le falte al respeto a un hombre con el que me hallaba en la mesa.
8. Nunca he rehusado batirme en buen duelo con alguien que podía tener algún motivo para pedirme que satisficiese algún perjuicio dudoso.
9. Nunca en mi vida he perdonado una injuria que un tunante puede haberme dirigido deliberadamente, antes de verlo a
mis pies.
10. Jamás he calumniado a nadie.
11. Jamás he dado fe a un libelo difamatorio.
12. Jamás he faltado al respeto que se le debe a la vejez, y jamás he olvidado el que un hombre educado le debe a uno que, sin ser gentilhombre de nacimiento, se ha vuelto tal con el estudio de las ciencias y de la literatura.
13. Jamás he sido adúltero por costumbre.
14. Jamás he colocado ni hecho que se coloque en el retrete la efigie de quien sea.
15. Jamás he tolerado que uno de mis comensales viniese a besarme la mano al levantarse de la mesa.
16. Jamás he sido forzado a ir a los cabarets para pasar el tiempo, en mala compañía, con el objeto de sustraerme al tedio, pues la literatura siempre me protegió de esta enfermedad.
17. Jamás he forzado puertas ni roto cerraduras en lugares que no me perteneciesen, para complacer a los ladrones y dudar de la probidad de alguien, cuyo honor podían perjudicar esas infracciones.
18. Jamás he ordenado que se asesinara en la calle a un anciano indefenso.
19. Jamás he interceptado cartas.
20. En fin, jamás he usado mi mente para buscar el modo de herir a mi prójimo.
Estas veinte cualidades negativas, que se refieren a mí, pueden facilitaros las deducciones para reconocerme unas positivas; pero preveo que eso os resultará difícil, ya que para deducir un hecho de otro hecho, un principio de otro principio, hay que conocer el método para razonar, lo cual supone estudios; en fin, se necesita educación, razón y juicio, y eso es lo que os falta. ¿Cómo haréis entonces para entenderme, pobre subteniente? ¿Os dirigiréis al verdugo Viderol? “Es fino. Tiene un talento prodigioso”. Lo habéis dicho el día en que habéis tolerado malvada y neciamente que ese bribón remedara en la mesa al señor, conde de Waldstein, su amo y el vuestro.
¡Vaya pues!, deberíais avergonzaros y ruborizaros, Faulkircher, e ir a ocultaros.