Son difรญciles de observar algunas de estas imรกgenes. Unas sorprenden, otras repugnan y muchas estremecen. Fueron captadas en el sector indonesio de Borneo por el joven fotรณgrafo Philip Blenkinsop durante una oleada de enfrentamientos รฉtnicos entre indรญgenas dayak y la poblaciรณn inmigrante originaria de la isla de Madura. Las fotografรญas son excepcionales. Cadรกveres abiertos en canal por sus asesinos para robarles el corazรณn y el hรญgado, cuerpos decapitados, cabezas exhibidas como trofeos maltratados en ritos de un odio que ni la muerte calma y hombres primitivos posando en actitudes que se pretenden solemnes y orgullosas y en realidad sรณlo son tristes y desasistidas.
Y sin embargo, todo este horror aquรญ reflejado tiene un origen bien trivial y muy comรบn que es la crisis de convivencia รฉtnica.
Indonesia cuenta hoy, todavรญa, con unos quinientos pueblos indรญgenas distintos repartidos por 17 mil islas. ¿En quรฉ pueden ser tan distintos entre sรญ esos quinientos pueblos, muchos de los cuales comparten costumbres, incluso lengua, comercio, pasado colonial y dictadura y miseria bajo Suharto? Las diferencias no pueden ser mayores que las similitudes.
¿Por quรฉ logran generar tales niveles de odio los choques entre pueblos cuando entran en conflicto las etnias? Todos los implicados saben que "el otro" es igual de pobre que uno mismo, que tiene las mismas inquietudes de sobrevivir a esa larga cadena de dรญas de penurias y angustias que es su vida, construir un futuro mejor para sus hijos, orar a un Dios o a varios o a ninguno y esperar una muerte lo mรกs lejana y menos dolorosa posible. ¿De quรฉ se compone el odio? Desde luego del agravio y del miedo instalados en la memoria y el imaginario colectivo.
En todas las guerras balcรกnicas hasta nuestros dรญas, en el Cรกucaso, en Oriente Medio y tambiรฉn en Indonesia, se da la caracterรญstica comรบn de que las comunidades, nacionales, รฉtnicas o tribales, se tenรญan o tienen miedo mutuamente y consideraban que su suerte era peor —y eso de forma inmerecida— a la de su rival. Eso exige medidas cautelares que suelen consistir en adelantar el ataque propio al que se supone prepara el "otro", distinto, ya elevado a la categorรญa de enemigo. Es el crimen "preventivo" que no sรณlo impedirรก al "otro" su propia agresiรณn sino repararรก ademรกs las injusticias pasadas, reales o supuestas.
Pero a estos dos sentimientos bรกsicos del odio colectivo debe aรฑadirse otro que es รญntimo y que transforma las oscuras pupilas de los jรณvenes dayak en pozos brillantes que revelan algo parecido al รฉxtasis o al trance.
El etnรณlogo noruego Carl Bock escribiรณ hace mรกs de un siglo sobre "los cazadores de cabezas de Borneo". Decรญa que para este pueblo una boda, un nacimiento o un entierro carecรญan de la dignidad necesaria si no acudรญan con cabezas de sus enemigos. Son muchos los pueblos del mundo que se comรญan partes del cuerpo del enemigo abatido para arrebatarle su รบltima condiciรณn humana, como hace en una imagen un joven dayak masticando los restos de una pierna humana mientras dirige su mirada hacia un punto que se sospecha estรก en el interior de sรญ mismo.
Escenas parecidas se vieron en Ruanda y Burundi hace unos aรฑos.
Ese odio inoculado por tradiciรณn, religiรณn o ideologรญa no es por supuesto patrimonio de paรญses tan lejanos a los nuestros. El odio generado en la Guerra Civil espaรฑola emponzoรฑรณ —y castrรณ— a amplios sectores de algunas generaciones de espaรฑoles. Y aunque ya no se quemaba aquรญ a los infieles, no eran pocos los que perseguรญan a los enemigos muertos mรกs allรก de la tumba y sentรญan ese placer รญntimo, cuasi religioso, extรกtico, del poder total de infligir daรฑo incluso cuando la vรญctima ya no puede sufrirlo.
Generar odio es fรกcil.
Basta muchas veces con la palabra. Lo vimos en los Balcanes, en Indonesia, en Oriente Medio y tambiรฉn diariamente en el Paรญs Vasco. Pero la vivencia รญntima de ese odio que no es rechazo ni resentimiento personal, sino una experiencia profunda de satisfacciรณn y plenitud por la aniquilaciรณn de un ser humano, sigue siendo un enigma en el pozo profundo del alma humana. –