Al leer estos apuntes de José Vasconcelos (1882-1959), realizados entre 1901 y 1903, quien conozca los avatares de la más turbulenta de las inteligencias mexicanas se sorprenderá de cómo en las lecturas de un joven de 20 años estaban ya, más que delineadas, sus obsesiones vitales y religiosas. Encontramos la apelación a la fe –y sobre todo al amor evangélico– junto a la confianza en los intereses prácticos de la vida; el odio al militarismo y una desconfianza a vencer frente a la democracia. El joven Vasconcelos creía en que ésta era el gobierno de los tontos, pero que el camino era fascinarlos mediante el talento: no otra cosa pretendió hacer durante su desdichada campaña presidencial de 1929. Su búsqueda, a la postre fracasada, de un verdadero cristianismo, a la manera tolstoiana, está presente en estos apuntes juveniles, que riman, en sus mejores momentos, con la sentencia. Otras de sus opiniones demuestran su precoz, platónico y duradero desdén por la literatura, mal entendida como esa distorsión artística de la virtud: “No deben leerse novelas sino pasada la juventud…” Pero el lector adolescente nos regala sus impresiones de lectura de Paul Bourget, aquel feble epígono del romanticismo, cuya posterioridad quedó en ser uno de los modelos del novelista Bergotte en la hazaña de Proust. Y quizá lo más sobrecogedor en estas lascas de la prehistoria vasconceliana sea su necesidad urgente, nunca realizada pero que fue el motor de su existencia, de “formar la síntesis […] esa generalización magna, bóveda y base de todas nuestras hipótesis”. Vasconcelos buscó esa enormidad durante la Convención de Aguascalientes, como educador de los mexicanos y mitógrafo de la Raza Cósmica, maestro de América y redentor de la nación. Al fracasar, el estudiante positivista de 1900, enamorado del vitalismo de Bergson, volvió a ser el niño fascinado por la magna y terrible bóveda de la catolicidad. En la no muy fiable Vida de Constantino, de Eusebio de Cesarea, se dice que es propio de los grandes hombres nacer formados en toda su fuerza y su debilidad.
—Christopher Domínguez Michael
La selección de textos que se presenta a continuación corresponde a los cuadernos II (1901) y III (1902-1903). Se omitieron los del I debido a que son anotaciones de direcciones, cuentas, algunas fórmulas matemáticas, conceptos de física, etcétera.
Un pueblo sin fe sí puede ser uno bueno con tal de que junto con la fe no pierda el corazón. Porque no ha de poder ser sustituida la coerción [sic] con el convencimiento. [Ca. 1901]
La verdad en los grandes intereses prácticos de la vida es sobre todo una cuestión de combinación y de conciliación de extremos. En el estado actual del espíritu humano toda la verdad no puede abrir se paso sino por la diversidad de opiniones. [Ca. 1901]
El militarismo, esta terrible calamidad de los pueblos que se creen civilizados. Esta odiosa institución cuyo mejor timbre [de] gloria es la defensa [que] de ella hacen los tiranos y los retrógrados, los sangradores [de los] pueblos que se llaman reyes y emperadores y los opresores [de las] conciencias, católicos romanos, cristianos del César, etcétera. [Ca. 1901]
El yugo más terrible de los pueblos y el más inevitable es el del gobierno. Sólo podría sacudirse si todos tuviéramos una noción exacta y completa de la justicia y del derecho ageno [sic]. La felicidad es la satisfacción de sí mismo. El amor es la intelectualización de un instinto. [Julio 1901]
Tratar con tontos es la peor de las desgracias. No ser comprendido es una desesperación. [Julio 1901]
No sé dónde he oído hablar de la “tiranía de las mayorías”, el voto popular, el sufragio. En verdad es una tiranía de los tontos siempre más numerosos sobre los inteligentes. Por fortuna queda el recurso (no del todo satisfactorio) de fascinar a los tontos por el talento. [Ca. 1901]
Todo se puede transformar por el amor; no hay odio que le resista, siempre se puede abrigar compasión por el enemigo y la compasión es un principio de amor. [Agosto 1901]
A veces me parece esta vida un juego de insensatos en que más que maldad hay mucha torpeza. Hay un constante desequilibrio de energías, de emociones, de voluntades, de pareceres. Si todas las simpatías fueran correspondidas, si todas las fuerzas
semejantes se unieran en vez de dispersarse; si el amor no se equivocara tantas veces en la persona; si fueran más inteligentes nuestros sentimientos, muy distinta sería nuestra vida emotiva y nuestras condiciones sociales. [Agosto 1901]
No se siente la libertad ni se tiene idea recta de la justicia y el bien. Hay muchos vociferadores y muy pocos liberales. Muchos católicos sin alma y muy pocos cristianos discípulos de Jesús. Muchos brutos pretenciosos y muy poca gente cuerda. [Septiembre 1901]
Hay un gran dique, contenedor de muchos entusiasmos, que impide muchas veces confesar sinceramente el bien y la virtud; es la burla de la sociedad, la risa de los imbéciles, y el insulto de las medianías envidiosas, la gritería de la canallada. Hay que saber despreciar la estupidez. [Ca. 1901]
Hay dos clases de incrédulos: aquellos cuya incredulidad está fundada en la ignorancia de toda religión, en la falta de sentimiento religioso, y aquellos que por un exceso de análisis y una gran intelectualización han perdido toda fe o no han podido creer en ninguna. Los primeros son hombres incompletos, de talento siempre mediano y muchas veces de malos instintos morales. Los segundos son hombres que sufren y que no se rebajan por no creer. [Ca. 1901]
El hombre que no conoce sino su propia opinión conoce muy poco. Sus razones podrán ser buenas; pero lo mismo podrían ser malas, no ha habido elección. No puede refutar a sus adversarios. [Ca. 1901]
Acabo de leer Duquesa Azul, estudio de P. Bourget, en que se saca la desconsoladora conclusión de que los verdaderos artistas han de despojarse de su corazón, han de imaginar mucho a expensas de sus sentimientos; han de jugar con sus propias emociones, y sólo ver escenas y cuadros aprovechables para su arte, en todas las peripecias de sus pasiones. Mucho me seduce esta idea; en efecto, no encuentro en ella la explicación de por qué todo lo que yo escribo me disgusta tanto y se queda tan abajo de lo que siento, y de lo que querría decir.
¿No se explica así mi incapacidad de describir lo que me conmueve profundamente? ¿Por qué es malo lo que escribo? ¿Por qué nunca he podido pasar al papel mis ideas con la fuerza de pasión con que nacen dentro de mí? ¿Por qué siento tan frío lo que escribo con el ardor más grande de mi entusiasmo o la locura indefinible de mi amor? [Ca. 1901]
Los pueblos que viven bajo un gobierno despótico no son veraces. Ya no se tratan de asegurar la libertad de pensar asegurándola contra gobiernos arbitrarios sino contra la opinión pública y el poder del pueblo. [Ca. 1901]
Hay confusión de criterios para considerar la moral de los actos: para unos es la obediencia a los mandatos de lo alto; para otros lo que causa la dicha; para los ascetas es el arte de interrogar la conciencia y obedecerla; para muchos es la obediencia a la ley y a las costumbres, y por último, para otros, la moralidad de un acto de vivo del conocimiento de sus consecuencias [sic]. [Ca. 1901]
Trabajamos y sufrimos por conquistar un aplauso, por merecer una sonrisa de una mujer querida, todos desearíamos en la ancianidad vernos rodeados del respeto general, algunos soñamos con sentir los aleteos de la gloria sobre nuestras frentes… todos desearíamos como premio a tanta fatiga y tanta dureza como encierra la vida, que siquiera una generación se inclinara con reverencia ante nosotros el día de nuestra muerte. ¿No sería más dulce la vida si aspiráramos a hacer el bien sólo porque es bien, sin esperar nada de nadie, desinteresadamente; sólo siguiendo el impulso tiernísimo de la simpatía, obedeciendo la divina tendencia del amor? [Ca. 1901]
Formamos parte de un gran todo incomprensible. Somos átomos inconscientes de la gran fuerza que domina la naturaleza. [Ca. 1901]
El despotismo de la costumbre es el perpetuo obstáculo del progreso humano porque luchan con el espíritu de libertad y de mejoramiento. [Ca. 1901]
No deben leerse novelas sino pasada la juventud, cuando ya se tenga un conocimiento exacto de la bajeza del mundo real, para admirar luego lo que puede el talento humano y evitar aprender a conocer la vida por el lado falso, imaginario. Los personajes de novelas son mucho menos imperfectos que los hombres del mundo, por ellos juzgamos después a las gentes y sufrimos decepciones al encontrarlas inferiores. Principalmente a los talentos superiores es nociva esta lectura, porque quieren después arreglar su vida conforme a alguna novela y en vano buscando la compañía deseada. Los hombres vulgares no tienen peligro en esto porque ni ellos mismo [sic] podrán sentirse idealizados. [Ca. 1902-1903]
Cuando se habla de que el fin de la ciencia es desinteresado y noble, ese desinterés sólo debe entenderse en el sentido de que no se persigue un fin concreto, mediato, cuyo valor ya se ha
medido, sino que el fin por lo lejano, por lo desconocido puede parecer hasta inútil a las inteligencias vulgares, pero una vez alcanzado resulta casi siempre fecundo en consecuencias prácticas viendo premiado los esfuerzos humanos de una manera mucho más liberal. [Ca. 1902-1903]
Derecho es la facultad de restringir las libertades agenos [sic] conforme a las necesidades de la libertad individual. [Enero 14, 1903]
Cuando más se palpa la imperfección humana es cuando se estudia el derecho, las leyes, no hay nada más vacilante más injusto ni más inconsciente. [Enero 14, 1903]
No ha llegado la hora de formar la síntesis (y a veces se pregunta uno con temor si llegará alguna vez). Estamos en la época de las explicaciones parciales y de las teorías aisladas, compadecerlas todas, unificar sistemas, formar un cuerpo de segura doctrina que abarque siquiera un gran conjunto, ya no todos los conocimientos, es obra del porvenir. Ni los datos con que contamos ni los trabajos realizados por más que serán muchos y muy penosos, ni las inteligencias actuales quizá son suficientes para alcanzar esa generalización magna, bóveda y base de todas nuestras hipótesis. [Ca. 1903]
¡oh! ¡Naturaleza, eterno misterio! ¡Eterna belleza! Despliegas tu armonía magnífica y tus paisajes espléndidos en medio del silencio que provoca asombro y convida a la reflexión. Amo tus cielos profundos y hermosos, a veces sombríos, a veces serenos.
Amo esos picos que se elevan en el vacío tranquilo, coronados de blanco, empujados por no sé qué anhelo de indagar y de subir –como una pregunta, como un deseo indefinible de todo lo que piensa y calla en el alma profunda del universo.
Amo las torres sencillas que suben como plegarias: así silenciosas, habláis al corazón más que todos los labios, más que todas las voces… quién como vosotras pudiera vivir en reposo con la frente muy cerca del cielo.
Amo la pálida luz de la tarde, la hora dulce en que vibra en las campanas el lento toque de los muertos y se abate la tristeza sobre las almas, como cae la sombra sobre las cosas y los ojos se eleven ansiosos de fe, buscando el temblor de las primeras estrellas.
Todos los ruidos, todos los seres y todas las cosas se unen entonces en una inmensa plegaria y los hombres recuerdan que han de morir. Calla el cielo, callan las campanas, callan todos los ruidos y entonces los hombres abaten las frentes, pero algo consolador queda en las almas.
Nuestras pasiones y nuestras penas son a veces reflejo de tus [ilegible] misterios y tus tristezas. En las noches serenas parece el cielo lejano: un gran cerebro indiferente que medita.
Y cuando el sol calienta [ilegible] tus venas, sacudes todos tus nervios y haces mover la vida febril que quema y colora cuanto existe. No me molestes entonces, hazme dormir, me espanta tu energía: aguarda al crepúsculo, cuando cantes, cuando llores: yo despertaré: entregaré mi alma a tu gran melancolía y toda la noche soñaré contigo. Mas cuando llegue la aurora hazme de nuevo dormir. Sólo quiero en tu silencio descansar mis dolores. Ahí naturaleza, madre misteriosa dame reposo, dame sueño, dame consuelo. [Ca. 1902-1903] ~