De guiones, guionistas e indios

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Ser guionista de cine en México equivale a ser un maestro del multitasking. Dedicarse a los más variados trabajos para poder sobrevivir implica el desarrollo de diversas habilidades que se deben malabarear con precisión. Pero cada actividad exige dedicación, tiempo y energía, y para lograr los mejores resultados se necesita de total concentración, disciplina y constancia. ¿Cómo lograr, entonces, la excelencia en la escritura de guiones si la persona tiene que dedicarse a un mar de cosas antes de ejercer el oficio del guionismo? Generando una industria cinematográfica estable y productiva. Tal vez entonces los escritores dejen de ir y venir; tal vez tengamos entonces más y mejores guionistas cinematográficos de carrera. Pero ésta es la consecuencia final a la que debemos aspirar. Existen además otras razones para nuestras grandes carencias guionísticas.

México es un país de imágenes. Vivimos enamorados de ellas, subliman nuestra realidad. El arte prehispánico fue rico y vasto en este sentido. La narrativa que se desarrolló fue oral o pictórica, como lo fueron los códices. Sin lugar a dudas, a lo largo de nuestra historia hemos tenido gran cantidad de artistas visuales de calidad. Proporcionalmente, han sido menos los narradores que usan el lenguaje escrito como herramienta. Por supuesto que tenemos y hemos tenido grandes escritores, pero no creo equivocarme al decir que han sido más los grandes pintores. Octavio Paz, nuestro único premio Nobel de literatura, fue un poeta de imágenes inolvidables y un poderoso pensador y ensayista , pero no era narrador. La tradición muralista, que puso a México en el mapa del arte en el siglo xx, es ejemplo claro de la continuidad de la narrativa pictórica. Por alguna razón, nos acomoda más pintar nuestra realidad o contarla a brochazos o expresarla de viva voz que contarla con palabras escritas. A lo mejor nos aferramos a ser un país iletrado en distintos grados y por ello las estaciones del Metro en la ciudad de México son símbolos, la devoción se vierte en la imagen de la Virgen de Guadalupe, el poder de la televisión es absoluto. No es casual que, en el cine, los reconocimientos mayoritarios sean para tres o cuatro directores (narradores con la imagen por definición) y que los Óscares ganados este año pertenezcan a un fotógrafo y a un director de arte. Las imágenes, para nosotros, lo son todo.

Algunos terapeutas piensan que para superar los traumas lo primero que hay que hacer es aceptarlos. ¿Por qué no aceptar de entrada que nuestra fortaleza está en la creación de imágenes y que todavía tenemos mucho que trabajar en términos de narrativa, al menos de guionismo cinematográfico? Me parece liberador. Sería el primer paso para combatir la profunda ignorancia que existe sobre lo que es un guión y lo que hace un guionista de cine. Hace años, en un taller de narrativa literaria, uno de mis compañeros criticó mi texto diciendo que mi uso de los guiones era pésimo (y tenía toda la razón) y que le sorprendía mucho por ser yo un guionista. La verdad, no tuve ni el corazón ni la energía de explicarle que si algo se usa muy poco en los guiones son los guiones. Durante la gira promocional de Y tu mamá también, me tocó ir a varios programas de televisión (es rarísimo que se incluya al guionista en esto). En uno de ellos, la bella conductora nos recibió con energía chispeante:

–Están con nosotros los culpables de la maravillosa y controvertida película Y tu mamá también. Tenemos en el estudio al talentosísimo director Alfonso Cuarón y a nuestros adorados Diego Luna y Gael García Bernal. También nos acompaña…– buscó desesperada un nombre que nunca encontró en sus papeles. Alfonso sonrió y salió al quite: 

–Carlos Cuarón. 

–Ay sí, claro, perdón: Carlos Cuarón, que es…– volteó los mismos papeles en vano. Diego y Gael suspiraron y la ayudaron a coro: 

–El guionista de la película. 

–Por supuesto, el guionista. Qué interesante ¿verdad?– y entonces se metió de lleno a entrevistar al director y a los actores. 

Más allá de la ignorancia de la conductora, la anécdota simboliza el lugar que el mundo le ha dado a los guionistas o que los guionistas hemos aceptado tener. Si queremos aspirar a tener un mejor cine, debemos comenzar por educar e informar a la gente sobre lo que es un guión, crear una verdadera “cultura guionística” que dimensione y le dé un lugar al oficio y por el cual se interesen los jóvenes de manera natural, así como les interesa llegar a ser actores, fotógrafos o directores. Desgraciadamente, hoy en día, la mayor parte de la gente cree que las películas se escriben solitas. Y tengo que aceptar que hace muchos años, antes de que me dedicara a esto, yo pensaba exactamente lo mismo.

Como todas las actividades creativas, el guionismo es un oficio difícil, frecuentemente ingrato. Mucha gente cree equivocadamente que es la forma más fácil de escritura narrativa y acaba pegándose contra la pared cuando se sienta a escribir uno y descubre lo complejo que resulta. Grandes escritores de literatura han fracasado rotundamente como guionistas, entre ellos F. Scott Fitzgerald y William Faulkner. La razón de esto reside en que para escribir un guión, además de conocimiento dramático y de construcción de tramas y de personajes, se requiere de un conocimiento profundo del medio cinematográfico, de su naturaleza audiovisual, del manejo de las imágenes en el espacio y el tiempo. Por supuesto que tener gusto literario y “escribir bonito” ayuda a que un guión se lea mejor y pueda ser mejor, pero la finalidad de un guión no es leerse; es filmarse y convertirse en película. La lectura es sólo el medio.

A esto debe sumársele que en general los demás escritores están acostumbrados a recibir pocas opiniones sobre sus textos. Un guionista recibe la opinión de todo dios en la cadena de producción de una película. Tiene que escuchar las buenas y las malas opiniones, las experimentadas y las estúpidas, las inteligentes y las frívolas. Para ser un buen guionista hay que saber conciliar con los colaboradores más importantes, sobre todo con el director. Hay que hacer a un lado el ego y ofrecerse con humildad. Un guionista es un escritor a prueba de balas.

En la industria cinematográfica mundial existe un cierto desprecio hacia el escritor, una noción perversa de que es un mal necesario. Habrá quien piense que soy víctima del síndrome de “pobrecito yo” y que necesito urgentemente algún libro de autoayuda. Y posiblemente tenga razón. Pero un chiste de uso frecuente en Hollywood es: “Era una actriz tan pero tan tonta, que se acabó acostando con el escritor.” Una joyita. En la novela inconclusa que Fitzgerald escribió sobre Hollywood, The Last Tycoon, el narrador menciona que confundía el galerón de los guionistas con el de las secretarias y que la única diferencia que encontraba era que uno olía a barniz de uñas y el otro a tequila. También recuerdo a cierta productora (la cual ojalá se dedique ahora a limpiar letrinas) que me hizo pasar a su oficina justo cuando, mascando un chicle de cereza, le decía a alguien al teléfono: “No te preocupes, manita. Yo consigo el guión de a gratis.” Qué gozo vivir de la miseria ajena. Y qué decir de la novela prototípica sobre el odio a los guionistas, The Player, de Michael Tolkin, adaptada por él mismo a la pantalla en la película dirigida por Robert Altman, en donde Griffin Mill, ejecutivo de estudio, suelta la memorable frase: “Estaba pensando en lo interesante del concepto de eliminar al escritor del proceso creativo.” ¿Se podrá?

Parte fundamental de la generación de una “cultura guionística” es dignificar el papel del escritor de películas. En nuestro país urge que los guiones sean bien remunerados económicamente. Es muy frecuente que gran parte del equipo técnico en una producción gane más que un guionista que, en el mejor de los casos, dedicó varios meses a la escritura de su texto, el cual es la columna vertebral de la película. En lo posible, debería ser considerada la aportación que un escritor puede dar en el set de filmación, aunque no debe ser regla que acuda a él; su presencia debe ser producto de una estrecha colaboración con el director y de la confianza mutua. También sería crucial que se reconociera públicamente el aporte creativo del guionista: que se incluya el nombre del escritor junto al del director y los actores en la promoción de una película y que también pueda formar parte de la campaña de promoción de la misma. El guionista debe tomar un nuevo lugar en la industria y la industria debe saber dárselo.

Dignificar el papel del escritor en el cine no significa traicionar la esencia colaborativa del medio. Es imposible que el guión sea una “obra completa o terminada”. Si así fuera, iríamos al cine a ver la proyección de ciento veinte páginas de texto en la pantalla. Guión viene de “guía” y eso es lo que es: un plano maestro necesarísimo e irremplazable para hacer una película específica. En el cine, hablar de “obra” (término por demás pedante) es hablar de la película terminada. Indignarse por la semántica de las palabras me parece pueril. Guionista es sinónimo de escritor de películas, como guión es sinónimo de texto cinematográfico. Ninguno es un término peyorativo. Da igual cómo se diga. Además, si la obra es el producto de obrar, prefiero seguir haciendo guiones.

Es absurda la postura del Congreso de Guionistas Europeos al considerar como autor único de una película al escritor. O se trata de un exabrupto megalómano o demuestra una profunda ignorancia acerca del medio cinematográfico. El guionista, definitivamente, es el autor del guión, en donde crea la historia y los personajes, genera un universo, describe atmósferas y movimientos de escena, escribe diálogos y evoca una multitud de cosas, pero no escoge a los actores ni los dirige, no llama al músico ni le da el concepto a seguir, no selecciona al fotógrafo, ni al director de arte, ni al editor, ni al diseñador de vestuario y los invita a compartir una visión, no grita dos palabras cruciales en el cine: “acción” y “corte”. El guión es pieza medular en una producción cinematográfica, pero no es la única. Un mismo guión dirigido por dos personas distintas daría como resultado dos películas muy diferentes, a lo mejor opuestas. Se quiere ver al director como enemigo del escritor y eso es un error. La autoría de las películas, que tradicional y sindicalmente se le adjudica a los directores, es un asunto banal. Lo importante son las películas.

En un cine donde lo que proliferan son directores de industria y guionistas formulaicos –ambos genéricos intercambiables–, el concepto de autoría está profundamente devaluado. Es admirable el cine personal; es lamentable el cine de autor. En todo caso, lo que debería desaparecer es el llamado “crédito de vanidad”, ese que dice “una película del director”, porque resulta una reiteración: es obvio que creativamente el director orquestó toda la producción para lograr su visión, pero las películas son de todos los colaboradores. De cualquier manera, al final lo que el público acaba diciendo es: “Voy a ver la película del Gael.”

Como en la Biblia, las películas empiezan con el verbo, la palabra: el guión. En un país como el nuestro es necesario revalorar y dignificar el papel del guionista si queremos tener más y mejores películas, si queremos consolidar una industria incipiente, si queremos generar una tradición, y con ella, una escuela. Los guionistas no pueden ir y venir; necesitan permanecer. Queda claro que, a quinientos años de la Conquista, doscientos de la Independencia, cien de la Revolución, setenta y tantos del priismo, trece del neozapatismo y seis de una dizque transición democrática, el país necesita enormemente de los indios –de nuestros indígenas–, pero no los quiere. Ojalá que esto no se repita con los guionistas. ~

Marzo de 2007

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