Dos veces Einstein, dos veces Einstein

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1. Einstein, anciano, monologa ante una pareja de hámsters.

2. Resulta más fácil desintegrar un átomo que pulverizar el culto a Einstein.

3. Frente a los roedores, se quita los calcetines y los tira a la basura. Al mismo tiempo se dirige a ellos: "¿Para qué usar calcetines? Sólo producen agujeros."

4. Pensemos en Albert Einstein joven, antes de materializar el monumento a la inteligencia. El que parecía haber recibido un cerebro por equivocación. El judío sin futuro. El hijo vergonzoso. Escribe su tesis: Una nueva determinación de las dimensiones moleculares, y es tachada de irrelevante. Newton, la autoridad intacta, sonríe desde su tumba. Einstein, solo frente a la angustia. Detrás de la cortina de angustia, la duda. Esboza preguntas, las responde: el cuanto de luz y su efecto fotoeléctrico, el movimiento de las partículas y la teoría atómica, la teoría de la relatividad (teoría de dos pisos: relatividad restringida y relatividad general) y la equivalencia de la energía. De esto resulta una serie de trabajos publicados en 1905, en Annalen der Physik. Sentencia que el espacio y el tiempo son relativos, dependen del punto de referencia desde el que sean medidos. Con ello los conceptos fundamentales de recta y plano de la geometría euclidiana pierden su lugar en la física. Nadando contra la mecánica clásica, encerrándose en su cuarto después de diferir con las teorías de Newton, a los veintiséis años pavimenta la base del monumento que encarnará. Era difícil notar dónde había más alboroto: en la cabellera de Einstein o en la reacción de la gente ante sus revolucionarias aportaciones. Aparece en los periódicos, la academia lo abraza, recibe el Premio Nobel de Física, los ideales bélicos saben aprovecharse de sus aportaciones, su imagen aparece en los carteles antimilitaristas. Inicia la carrera del físico que también se dedicó al modelaje.

5. Se sabe desmedidamente admirado. Su celebridad le parece, como todas, un malentendido. Mejor el parpadeo de los hámsters que los elogios. El anciano saca un bizcocho de su abrigo. Mastica, sin deglutir, mientras continúa disparando palabras a los animales. Les ofrece un trozo, uno de ellos lo arrebata, lo mete a la jaula y se lo lleva al hocico.

6. Pensemos en 1905. La noción del cronotopo no se crea ni se destruye, se transforma. Las implicaciones de este cambio no pasan inadvertidas para la literatura. La naturaleza de esta investigación seduce a las letras. No es que la literatura sea el espejo de la ciencia, es afectada por ella. No tomará demasiado aclimatar la ficción al nuevo entendimiento del tiempo y el espacio. Junto con la ficción, la crítica. La literatura cuenta con nuevas posibilidades de narrar. El narrador, por ejemplo, se despliega. Aplausos. Einstein saca la lengua.

7. Es difícil. No sabemos bien quién está contando esto, si soy yo o es el hámster de laboratorio. Por el momento, mastico con rapidez un trozo de bizcocho.

8. Pensemos en las consecuencias bélicas. Con los estudios publicados por Einstein ocurre lo mismo que con la literatura: el texto se desprende del autor. Nada pudo hacer Einstein por detener los efectos prácticos de sus teorías. Necesitada de sodomía, la literatura, por su parte, no podía excitarse más. Estallan los ataques, impera el abuso de poder. La literatura quita las trincheras y las bombas estallan en sus temas. Pensemos en la lista de autores de la primera mitad de siglo influidos por el nuevo cronotopo y la guerra. De manera que Einstein hizo, indirectamente, dos aportaciones a las letras: una estructural y otra temática. Aplausos y ovaciones. Einstein, sonrojado, mira al piso.

9. Les platica que por la noche, mientras su mujer dormía, además de haber comido a escondidas unos bizcochos como ése, había cortado los puños de todas sus camisas pues, como los calcetines, tampoco tienen función. Sólo almacenan pelusas. Él había augurado la bomba nuclear pero jamás intuyó que, por la mañana, su mujer se percataría de los bizcochos. Sabía que los ataques comenzarían cuando notara los puños en el cesto.

10. Para Einstein el sentido de vivir radicaba en servir a los demás, buscando el bien social. Veía perdido el sentido de comunidad y añoraba un idioma como eje unificador. Soñaba con ser un científico del siglo XVII; por ello insistía en que los hombres se liberaran del yo, en miras de la paz. Deseaba un futuro mejor, estaba dispuesto a argumentar su esperanza. Einstein, peinado de raya en medio, terminaba con el cabello revoltoso tratando de comprender la necesidad de odio y destrucción de la psique. Le habría tomado menos tiempo contar sus canas que entender la naturaleza del mal. Mandó una breve carta a Freud que fue respondida con 37 páginas. Einstein asume que puede enseñarlo con su ejemplo. Al poco tiempo de Hiroshima, funda la Sociedad para la Responsabilidad Social en la Ciencia. Ante el caos de opiniones políticas, algo relevante: Einstein creía en Dios, en el Dios de Spinoza. Dios y la naturaleza son uno. Pensemos en el Einstein religioso: se mantuvo fiel a su objetivo pacifista. Pese al lugar común de la irreconciliable relación entre ciencia y religión, fue esta religiosidad un estimulo innombrable para su investigación científica. Sencillo: el motor de la ciencia es la duda. De manera que Einstein era profundamente religioso.

11. Le preocupaba que su mujer remendara las mangas o, peor aún, que zurciera los calcetines. Pero algo le alegra esa tarde: Einstein había comido helado unas horas atrás. Un momento de felicidad: una joven se sentó en la misma banca a conversar con él y ella desconocía la trayectoria de su interlocutor. Le preguntó a qué se dedicaba. Albert respondió que estudiaba física.

12. ¿Será que de la ficción actual pueda surgir una novedosa teoría científica? Quizá esto sea pedirle a un ratón que resuelva un teorema. El motor de la literatura es la incertidumbre, no la duda. De modo que la literatura le copia las respuestas del examen a la ciencia. Se necesita una generación de científicos que avergüence a la de Einstein. La ciencia debe dejar a un lado el culto a la persona y dar territorio teórico a lo inscrito por alguien más. Ni Einstein habría querido vivir en una época con semejantes características, no en una donde se le rindiera culto. Conmemoren los cincuenta años de su muerte: despéinense.

13. La joven, desconcertada por el anciano, dice que ella aprobó la materia de física en el bachillerato, que podría ayudarlo a acreditarla. Einstein sonríe nuevamente al recordarlo.~

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