El Museo Rufino Tamayo presenta la exposición "Arte abstracto del Río de la Plata / Buenos Aires y Montevideo / 1933-1953". De insoslayable importancia y con impecable museografía, esta colectiva muestra un período fundamental en el arte de esa región conosureña: nada menos que la gestación de una serie de grupos cuya actitud estética consumó el abstraccionismo llevado a su máximo nivel minimalista para la época. No se trató de una propuesta simplemente artística, sino, más bien, de una investigación formal que establecía relaciones, siempre mediadas, por supuesto, nunca directas, con los cambios producidos en el campo político social.
Una de las figuras precursoras y simultáneamente protagónicas de dicha gestación, fue el uruguayo Joaquín Torres García. De este autor, la exposición presentada por el Tamayo sólo incluye tres obras muy ad hoc con el resto. Se trata de superficies en las que no se observan elementos neofigurativos como los que aparecen en otras obras del oriental. Torres García volvió a su país en 1934, después de dos décadas de estadía en Europa. Allí conoció a Piet Mondrian, creador del neoplasticismo, a los constructivistas y a los suprematistas rusos, con Malevich a la cabeza. En el Río de la Plata Torres García instaura el constructivismo universal, concretando un manejo iconográfico donde predomina la línea recta y estableciendo, al mismo tiempo, relaciones sutiles con las conformaciones visuales indoamericanas.
Pero volvamos a la escena europea. Las vanguardias nacidas a principios del siglo XX ejercieron una abstracción que tendía a un nutrido despliegue formal. Provocaron un cambio radical, aunque persistía cierta leve continuidad respecto al despliegue realista de la pintura de los siglos pasados. Asimismo, no eliminaban la línea curva, en cuyo seno habitaba un vestigio de la figura humana. En la misma época, nacían nuevas búsquedas de organización social: la abortada revolución rusa de 1905 fue un signo de ello.
Malevich impulsó un desalojamiento extremo de todo aquel despliegue antes nombrado con sus cuadrados rojo negro y blanco; Lissitzky compuso diagramas análogamente reductivos; Rodchenko, también ruso, pinta lo que él llama el último cuadro. Mondrian organiza sus obras mediante puras líneas rectas. Alrededor de 1910 Duchamp ejecuta sus primeros ready made. ¿Resultan casuales estos cuestionamientos de las formas pictóricas, y del cuadro mismo, en plena formación de un nuevo sistema social como el emprendido por la Revolución Rusa del 17? No: las realidades particulares no son insulares. Malevich, Rodchenko, Lissitzky, Tatlin, Mondrian simbolizaron la disolución (o el intento en tal sentido) de todo un mundo. Y los artistas que ahora están en el recinto de Chapultepec, con sus alteraciones del formato del cuadro, entre otros rasgos, continúan esta tendencia.
En efecto, en las décadas que abarcan a los años cuarenta y cincuenta, los miembros de la revista Arturo, el Movimiento Madí y la Asociación Arte Concreto-Invención recogieron estéticamente la herencia de las vanguardias políticas y visuales internacionales. Tuvieron también su legítimo grado de autonomía y de "invención" para la zona, pusieron al Cono Sur a tono con las vanguardias extranjeras. Y constituyeron un antecedente importantísimo del conceptualismo de los años sesenta, que cundió en Buenos Aires en torno al Instituto Di Tella y que, según algunos, fue simultáneo al conceptualismo neoyorquino del mismo período. La exposición del Museo Tamayo reúne, de los años treinta, a los precursores Juan del Prete, Joaquín Torres García y Esteban Lisa. Lisa fue un pintor que mantuvo una irrenunciable soledad automarginal y me parece valioso que se lo exhiba aquí, pero sus formas corresponden a maneras organizativas de la imagen que no coinciden totalmente con los planteos de los demás. Usa mucho la línea curva y es proclive al nutrimiento de las formas antes que a la reducción. ¿Cómo es posible que se lo incluya con seis obras mientras que de Torres García sólo se presentan tres?
En cambio, Alfredo Hlito, Tomás Maldonado, Carmelo Arden Quin, Rhod Rothfuss, Raúl Lozza, Juan Melé, Lidy Prati, Martin Blasko, entre otros, están adecuadamente representados. No así una figura central como Gyula Kosice, de quien se exhiben sólo dos obras. Precursor del cinetismo, Kosice intentaba vincular el arte con la ciencia y la tecnología. Fue el primero de la región que usó la luz del neón, el movimiento y el agua en sus obras volumétricas. Otra gran ausencia es Lucio Fontana, quien en 1946 publicó en Buenos Aires el Manifiesto Blanco, que propugna ideas semejantes a las de sus colegas. –