El mago de Viena y de nuevo Hamlet

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I. El mono mimรฉtico
ย ย ย ย ย La lectura de Alfonso Reyes me descubriรณ, en el momento adecuado, un ejercicio recomendado por uno de sus รญdolos literarios, Robert Louis Stevenson, en su Carta a un joven que desea ser artista, consistente en un ejercicio de imitaciรณn. ร‰l mismo lo habรญa practicado, y con รฉxito, durante su periodo de aprendizaje. El autor escocรฉs comparaba su mรฉtodo con las aptitudes imitativas de los monos. El futuro escritor debรญa transformarse en un simio con alta capacidad de imitaciรณn, debรญa leer a sus autores preferidos con atenciรณn mรกs cercana a la tenacidad que al deleite, mรกs afรญn a la actividad del detective que al placer del esteta; tenรญa que conocer por quรฉ medios se logran determinados resultados, aprender la eficacia de algunos procedimientos formales, estudiar el flujo del tiempo narrativo y el empleo de los detalles para aplicar esos descubrimientos a su propia escritura, una novela digamos, con trama semejante a la del autor elegido como modelo, con personajes y situaciones parecidos, donde la รบnica libertad permitida es el empleo de un lenguaje propio: el suyo, el de su familia, tal vez el de su regiรณn.
ย ย ย ย ย Me parece un mรฉtodo perfecto, siempre y cuando aquel escritor aรบn en rama supiera saltar del tren en el momento preciso, romper el estrecho vรญnculo que lo ligaba con el estilo elegido como punto de partida, por intuir que ha llegado el tiempo de extraer de sรญ mismo sus propios temas, personajes, ritmo y demรกs. Para entonces habrรก ya de saber que el lenguaje es el factor decisivo, que de su manejo dependerรก su destino. Y serรก el estilo, esa emanaciรณn del idioma y del instinto, quien a fin de cuentas crearรก y modularรก la historia.
ย ย ย ย ย Cuando a mediados de los aรฑos cincuenta comencรฉ a esbozar mis primeros cuentos, dos lenguajes ejercieron un poder sobre mi incipiente visiรณn literaria: el de Borges y el de Faulkner. El esplendor de ambos era tal, que por un tiempo oscureciรณ a todos los demรกs. Esa subyugaciรณn me permitiรณ ignorar los riesgos telรบricos de la รฉpoca, la grisura costumbrista y tambiรฉn la falsa modernidad de la prosa narrativa de los Contemporรกneos, a cuya poesรญa, por otra parte, era adicto. En ese grupo de grandes poetas algunos sobresalรญan tambiรฉn por sus ensayos. La prosa en que Villaurrutia escribรญa los suyos era sumamente eficaz, segura, ligera e irรณnica; la de Cuesta era el vehรญculo ideal para su inteligencia en llamas; y las columnas periodรญsticas de Novo constituรญan un modelo de ritmo, de malicia, inteligencia y modernidad. Todos ellos habรญan aprovechado en sus inicios la lecciรณn de Alfonso Reyes y de Julio Torri. Pero cuando incursionaban en el relato, al igual que sus compaรฑeros de grupo, inexorablemente fracasaban. Creรญan repetir los efectos brillantes de Gide, Giradoux, Cocteau y Bontempelli como un medio para escapar del rancho, y lo lograron, pero al precio de desbarrancarse en el tedio y, a menudo, en el ridรญculo. El esfuerzo era evidente, las costuras resaltaban demasiado, la estilizaciรณn se convertรญa en vacua caricatura del ingenio de los autores europeos a cuya sombra se amparaban. Si alguien me conminara hoy dรญa, pistola en mano, a releer Proserpina rescatada, de Jaime Torres Bodet, probablemente preferirรญa caer abatido por las balas que sumergirme en aquel mar de estulticia.
ย ย ย ย ย Debรญ haber tenido 18 aรฑos cuando leรญ por primera vez a Borges. Recuerdo la experiencia como si hubiera ocurrido pocos dรญas atrรกs. Viajaba a la Ciudad de Mรฉxico despuรฉs de pasar unas vacaciones en Cรณrdoba. En Tehuacรกn, el autobรบs hizo una escala para comer. Comprรฉ el periรณdico para leer el suplemento cultural y la cartelera de espectรกculos, lo รบnico que me interesaba de la prensa en aquella รฉpoca. El suplemento era el legendario Mรฉxico en la Cultura, sin duda el mejor de Mรฉxico en este siglo, dirigido por Fernando Benรญtez. El texto principal de ese nรบmero era un ensayo sobre el cuento fantรกstico latinoamericano, firmado por el escritor peruano Josรฉ Durand. Para ejemplificar los conceptos del ensayista, aparecรญan dos cuentos argentinos: “Los caballos de Abdera”, de Leopoldo Lugones, y “La casa de Asteriรณn”, de Jorge Luis Borges, escritor para mรญ en absoluto desconocido. Comencรฉ con el cuento fantรกstico de Lugones, una muestra de modernismo elegante, y pasรฉ luego a “La casa de Asteriรณn”. Fue, quizรกs, la mรกs deslumbrante iluminaciรณn en mi vida de lector. Leรญ el cuento con estupor, con gratitud, con infinito asombro. Al llegar a la frase final me quedรฉ sin aliento. Aquellas simples palabras: “ยฟLo creerรกs, Ariadna? โ€”dijo Teseoโ€”, el minotauro apenas se defendiรณ”, dichas como de paso, casi al azar, revelaban de golpe el misterio que ocultaba el relato: la identidad del enigmรกtico protagonista, su resignada inmolaciรณn. Jamรกs habรญa imaginado que nuestro idioma pudiese alcanzar semejantes niveles de intensidad, levedad y rareza. Al dรญa siguiente, salรญ a buscar otros libros de Borges; encontrรฉ casi todos, empolvados en los anaqueles traseros de una librerรญa. En aquellos aรฑos, los lectores mexicanos de Borges se podรญan contar con los dedos. Aรฑos despuรฉs leรญ los relatos escritos por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, firmados con el seudรณnimo de H. Bustos Domecq. Penetrar en esos cuentos escritos en lunfardo suponรญa un arduo reto. Habรญa que agudizar la intuiciรณn lingรผรญstica y dejarse llevar por la cadencia sensual de las palabras, la misma de los tangos bravos, para no perder demasiado el hilo de la historia. Se trataba de enigmas policiacos desentraรฑados desde la celda de una cรกrcel argentina por un amateur del crimen, don Honorato Bustos Domecq, hombre de pocas luces pero saludable sentido comรบn, lo que lo emparentaba con el padre Brown de Chesterton. Nos encontramos con un lenguaje lรบdico, polisemรกntico, un goce para el oรญdo, como el del Borges strictu sensu. H. Bustos Domecq le permite a su idioma expandirse por una cercanรญa eufรณnica entre las palabras, en un cauce torrencial y farragoso; un flujo cuyo caudal parecรญa trazado por la inercia, donde poco a poco se esbozan los trazos de un enigma, hasta llegar invertebrada, secreta y chabacanamente a la ansiada soluciรณn. En cambio, el orden verbal de los libros del Borges de a deveras es preciso, obediente a la voluntad del autor; esos adjetivos harรญan pensar en alguna tristeza, pero de ella lo salva una deslumbrante adjetivaciรณn y una ironรญa contenida. He leรญdo y releรญdo los cuentos, la poesรญa, los ensayos literarios y filosรณficos de este hombre genial, pero jamรกs lo concebรญ como una influencia directa en mi escritura, como lo fue Faulkner, aunque en una relectura reciente de mi Divina garza, sentรญ a momentos ciertos repiques semejantes a los de Bustos Domecq, algo de su ritmo, de sus juegos.
ย ย ย ย ย Para lograr la simetrรญa, deberรญa de escribir algo sobre el lenguaje de Faulkner, de su influencia voluntariamente aceptada en el periodo iniciรกtico. Su sonoridad bรญblica, su grandeza de tono, su complejรญsima construcciรณn, en donde una frase puede cubrir varias pรกginas ramificรกndose vorazmente, dejรกndonos a sus lectores sin aliento, es inigualable. La oscuridad proveniente de esa espesa arborescencia, cuyo sentido sรณlo se revelarรก muchas pรกginas o capรญtulos despuรฉs, no es un mero procedimiento narrativo, si no la carne misma del relato. Esa oscuridad nacida del cruce inmoderado de frases de diferente orden es su manera de potenciar un misterio que por lo general los personajes ocultan.
ย ย ย ย ย Pero para los fines de este texto aquella influencia de la que siempre fui consciente en mis primeros cuentos, o, aรบn mรกs, de la que me aprovechรฉ sin el menor remordimiento para abandonarla despuรฉs casi sin despedirme, equivale al mรฉtodo de Stevenson. Fui un mono aplicado que por cierto tiempo intentรณ mimetizarse con el autor de El sonido y la furia. Advertรญ desde el inicio que intentar ser un segundo Faulkner implicaba de antemano un suicidio. La alquimia de su estilo es de tal manera individual, a pesar de que sus fuentes puedan ser mรบltiples, que seguir cerca de รฉl convertirรญa a un novelista en un mal copista, en una mala sombra. Tambiรฉn la radical especificidad de la lengua de Borges ha acabado con muchos escritores deslumbrados a los cuales, en el mejor de los casos, fue convirtiendo paulatinamente en fantasmas.
ย ย ย ย ย Acabo de leer un viejo texto relacionado con mis lecturas de pรบber y adolescente y me asombra la incompatibilidad de gรฉneros y niveles. Leรญa los poemas homรฉricos y al mismo tiempo Las llaves del reino de A.J. Cronin; las Memorias de ultratumba de Chateaubriand y las novelas de Lin Yutang; La guerra y la paz de Leรณn Tolstoi y Llegaron las lluvias de Louis Bromfield, o Gran Hotel, de Vicky Baum. Menciono allรญ una novela con ribetes libertinos que disfrutรฉ intensamente: Forever Amber, de cuyo autor no recuerdo ni el nombre, sobre las peripecias de una lujosa cortesana inglesa en los alegres dรญas de la restauraciรณn de Carlos II. La frecuentaciรณn al mismo tiempo de libros de alta cultura y novelas populares, lo que ahora llaman literatura light, no parece haberme hecho demasiado daรฑo; por el contrario, ha reforzado el carรกcter hedรณnico que para mรญ reviste la lectura, y una marcada indisposiciรณn a reverenciar en extremo los cรกnones vigentes.
ย ย ย ย ย II.Algunas variaciones sobre la lectura
ย ย ย ย ย El libro realiza mรบltiples tareas, soberbias y deplorables; distribuye conocimientos y miserias, ilumina y engaรฑa, libera y manipula, enaltece y rebaja, crea o cancela opciones de vida. Sin รฉl, esto estรก claro, ninguna cultura serรญa posible. Desaparecerรญa la historia y nuestro futuro estarรญa cubierto por nubarrones siniestros. Quienes odian los libros, odian tambiรฉn la vida. Por terribles que sean los tratados del odio elaborados por el hombre, en su casi totalidad la letra impresa hace inclinar la balanza hacia la luz y la generosidad. Don Quijote triunfarรก siempre sobre Mein Kampf. En cuanto a las humanidades, a las artes, a las invictas bellas letras, los libros seguirรกn siendo su espacio ideal, sus columnas, su apoyo.

Hay quienes leen para matar el tiempo. Su actitud ante la pรกgina impresa es meramente pasiva: se afligen, sollozan, se divierten, se retuercen de risa. Buscan los espacios donde el lector primario suele refocilarse siempre. Para satisfacerlos, las tramas deberรกn producir la mayor excitaciรณn a un costo de mรญnima complejidad; los personajes serรกn unรญvocos: รณptimos o pรฉsimos, no hay posibilidad de una tercera vรญa; los primeros serรกn en exceso virtuosos, magnรกnimos, laboriosos, observadores cumplidos de las normas sociales y legales, aunque su filantropรญa desdore a veces el conjunto con efectos melosos demasiado cargantes. En cambio, la perversidad, cobardรญa y mezquindad de los infaltables villanos no conocerรก lรญmites, y aunque รฉstos de cuando en cuando se esfuercen en regenerarse, su instinto se impondrรก sobre su voluntad y nunca los dejarรก en paz; acabarรกn destrozando a quienes los rodean y luego se volverรกn contra sรญ mismos en un afรกn de destrucciรณn incesante. Los lectores adictos a ese combate de buenos vs. malos acuden al libro para entretenerse y matar el tiempo, nunca para dialogar con el mundo, con los demรกs ni con ellos mismos.
ย ย ย ย ย En las novelas populares, a partir de los folletines decimonรณnicos de Ponson du Terrail, de Eugenio Suรฉ, de Paul Feval, las huรฉrfanas comienzan a aparecer a granel, indefensas todas, porque a la tragedia de la orfandad la literatura aรฑade sรกdicamente otras inconveniencias: la ceguera, la mudez, el mal genio, la parรกlisis y la amnesia. Cuando las huรฉrfanas han perdido la memoria y son ademรกs ricas se convierten para los cazadores que las persiguen en verdaderos tesoros. Es evidente que la amplia fauna que deambula en ese tipo de narraciones se ha doctorado en el mal. Una especialidad es fingirse esposos o amantes abandonados, quienes al tropezar con una de aquellas frรกgiles criaturas y conocer sus circunstancias comienzan a reclamar hijos inexistentes que salieron con ellas de sus casas muchos aรฑos atrรกs; y las amenazan con delatarlas por haber asesinado a esos niรฑos a quienes tanto detestaban; les informan que durante las semanas previas a su desapariciรณn ellas no hacรญan sino hablar del odio enfermizo que sentรญan por la maldita prole que saliรณ de su vientre e imploraban a Dios con ferocidad de panteras que las librara de aquellos hijos detestables, y de ese modo, aprovechando el horror que ellas sienten de sรญ mismas y el pรกnico que les introducen, las obligan a vivir con ellos, las esclavizan carnalmente, se apoderan de sus haberes, las conminan a firmar ante un notario una resma de papeles donde se comprometen a entregar los bienes inmuebles, las joyas depositadas en cajas de seguridad, sus cuentas bancarias, los documentos de inversiรณn esparcidos en docenas de bancos nacionales e internacionales a aquellos lobos y hienas insaciables, que no eran sino eso los tales maridos y amantes fingidos tan sospechosa y repentinamente encontrados.
ย ย ย ย ย Algunas, a quienes consideraban las mรกs crรฉdulas, las convencรญan de que en su pasada encarnaciรณn โ€”tรฉrmino con que aludรญan a la vida anterior a la amnesiaโ€” habรญan sido monjas, y en esa condiciรณn habรญan cometido sacrilegios inenarrables, perversidades sin cuento, hasta llegar un dรญa a estrangular a la portera del convento, al jardinero o hasta a la madre superiora para luego, durante largos aรฑos, andar perdidas hasta ser ulteriormente reconocidas y colocadas en posesiรณn de la cuantiosa fortuna que las esperaba en una instituciรณn bancaria.
ย ย ย ย ย En El mago de Viena, esa espectacular novela que navega hoy dรญa con la bandera de “literatura light“, se nos introduce en una laboriosa colmena con un centro de poder monolรญtico y mรบltiples dependencias; como es natural, cada sector estรก incomunicado con los otros. Salvo unos cuantos miembros, todos los demรกs se sorprenderรญan inmensamente si llegaran a conocer a los demรกs. La base alberga a los peores rufianes de los barrios mรกs broncos; en cambio, la cรบspide, cuyo papel es servir de fachada protectora al imperio del mal, ostenta a las anfitrionas perfectas, las bellezas supremas del momento, los tรญtulos nobiliarios, los grandes modistas y sus modelos, los deportistas mรกs cotizados, el mundo de las finanzas y del espectรกculo. Y entre aquellos extremos, trabaja un tejido de profesionistas geniales: un multicerebro cuya funciรณn es perfeccionar la realidad. En fin, una pirรกmide perfecta, comandada por un enigmรกtico chamรกn, convertido en leyenda por las miles de historias circulantes en torno suyo. Su casa estรก ubicada en la calle de Viena, delegaciรณn Coyoacรกn. Auxiliado por su equipo, ese ser portentoso ha logrado rastrear el paradero de centenares de mujeres extraviadas, ha estudiado sus antecedentes familiares y econรณmicos, sus trรกgicas circunstancias; mujeres a las cuales no persigue truculentamente como en las novelas de folletรณn, sino que las convence con notable eficacia al presentarles a supergalanes brasileรฑos, italianos, cubanos o montenegrinos, que para el caso es lo mismo, y revelarles que son los antiguos maridos o ex novios con quienes se casaron o estuvieron a punto de hacerlo dรญas antes de salir de casa para no volver a saber de ellas durante siglos.
ย ย ย ย ย Es sorprendente que ninguna de aquellas damas se sobresaltara ni tuviera luego la mรกs mรญnima duda de la identidad de aquellos hombres; todas afirmaban, hasta las monjas, dรญgame usted, haber reconocido al hombre de su vida por el aroma de la lociรณn, del desodorante, de la vaselina, corroborando asรญ la tesis tantas veces sostenida por el chamรกn sobre el poder mnemotรฉcnico de los perfumes.
ย ย ย ย ย Maruja Lanoche-Harris, la ensayista, hizo una apologรญa total del libro. Sostuvo la tesis peregrina de que era una parรกbola de la virginidad, la de la memoria por supuesto, ese flagelo impuesto a nuestra รฉpoca por la informรกtica. La memoria, ya lo sabemos, se ha vuelto artificial; podemos depositarla en un aparato cualquiera, y volver a recobrarla cuando se nos antoje con sรณlo oprimir un botรณn, de modo que si una joven mujer, romรกntica y soรฑadora como tantas, sale a la calle y se pregunta algo para disipar el tedio que por lo general le provoca el paseo, no logra orientarse pues sus respuestas han quedado en la computadora. Ahรญ yacen las fechas de nacimiento de sus hijos, sus nombres, sus signos zodiacales, la fecha tambiรฉn en que llegaron los aztecas al sitio donde mรกs tarde se erigiรณ la gran Tenochtitlรกn, los nombres y caracterรญsticas de los mรกs soberbios hoteles de Cancรบn, Puerto Vallarta, Ixtapa-Zihuatanejo y Cartagena de Indias en Colombia, los de las carabelas de Colรณn y de sus capitanes, las aรฑoradas lecciones de don Vladimiro Rosado Ojeda sobre la transfiguraciรณn de la arquitectura del romรกnico al Bauhaus a las que asistiรณ de niรฑa, los vicios de los emperadores romanos, la lista de las pelรญculas en donde apareciรณ Tyrone Power, las calles pintorescas de Londres… ยกTodo! ยกDefinitivamente todo! Y en el momento en que descubre que nada puede responder por carecer de memoria, sucumbe por fuerza al pรกnico. Hace un esfuerzo casi mortal para plantearse algunas preguntas filosรณficas cuya respuesta nadie puede evadir: ยฟQuiรฉn soy?, ยฟde dรณnde vengo?, ยฟa dรณnde voy?, y cae al suelo. Cuando vuelve en sรญ, estรก en una clรญnica, no recuerda su nombre, mucho menos las seรฑas de su casa, ni el sitio al que se dirigรญa. Para colmo, alguno de los curiosos que dificultรณ el pronto socorro debiรณ robarle el bolso con sus documentos de identificaciรณn. En ese momento nace otra mujer, sin nombre, familia, ni domicilio, carente de recuerdos, desempleada, y, lo peor, educada para no hacer nada.
ย ย ย ย ย La Lanoche-Harris deduce de la lectura de El mago de Viena una vuelta a los antiguos tiempos de la memorizaciรณn, ya que un cerebro con recaรญdas frecuentes en la nada queda bajo el dominio absoluto de las instituciones, los dogmas, el poder pรบblico y el privado, el eclesiรกstico, el familiar, y, sobre todo, el peor de todos, el de los sentidos, alusiรณn elegante si la hay a la abundancia de proxenetas y lenones en el mundo del libro.
ย ย ย ย ย Un severo distanciamiento tal como lo exige Sklovski, una disoluciรณn inteligente del pathos y un tratamiento generosamente parรณdico de los recursos de la novela rosa contribuyen a la arquitectura del notable final: del bรบnker habitado por el chamรกn en la calle de Viena, sale cada tres o cuatro meses un convoy de pesados camiones de carga, automรณviles y motociclistas en direcciรณn a pistas de aterrizaje y puertos marรญtimos clandestinos. Ademรกs de mercancรญas prohibidas, contienen cargamentos de mujeres hermosas que viajarรกn a Arabia Saudita, Kuwait, los emiratos del golfo, Japรณn y Nueva Zelanda. Allรญ un escuadrรณn de la expedita y eficaz mafia al servicio del mago de Viena las repartirรก, como en los servicios de puerta a puerta, en domicilios palaciegos o en lupanares tan fastuosos que podrรญan parecer palacios de Las mil y una noches. No es necesario aรฑadir que ademรกs de las huรฉrfanas de familias pudientes, aquellas muรฑecas lujosas que al recobrar la memoria recuperaron sus fortunas, para cederlas luego a los hombres del chamรกn, eran enviadas otras varias docenas de bellezas lujuriosas, nacidas evidentemente en cunas mรกs modestas. No es cortรฉs revelar todos los detalles del final, basta sรณlo decir que narra la estruendosa revuelta de aquellos galanes multinacionales adiestrados como objetos sexuales, peor: como robots fornicatorios, que tuvieron que actuar como maridos o amantes de una cadena de amorosรญsimas mujeres a las cuales cada cierto tiempo se veรญan obligados a perder. De la conciencia de su degradaciรณn surgiรณ la rebeliรณn. Sus corazones demostraron no estar blindados del todo y dieron cabida a las flechas de Cupido. Lenta, pero ineludiblemente, los hombres se aproximaron a la luz: su instinto pagano, su naturaleza romรกntica y su congรฉnita caballerosidad los indujeron al combate. Una noche lincharon al chamรกn y a sus secuaces, incendiaron la inmensa casa de la calle de Viena, liberaron a las mujeres amadas de sus celdas, y tambiรฉn a un centenar de desconocidas, declararon su hazaรฑa en una mesa de prensa y revelaron los turbios negocios internacionales que allรญ se cocinaban. El juicio no fue complicado, en unas cuantas semanas aquellos valientes fueron absueltos por un juez, muy decente por cierto, quien comprendiรณ que no se trataba de un simple y sรณrdido crimen sino de una sana liberaciรณn de energรญas impulsada por el amor. En efecto, ese mismo juez que los absolviรณ celebrรณ poco despuรฉs sus nupcias con las santitas que los idolatraban.
ย ย ย ย ย Maruja Lanoche-Harris declarรณ en la presentaciรณn del libro que considerar a El mago de Viena como novela light producรญa un efecto reductor. Podรญa ser light si sรณlo se pensaba en su absoluta y deliciosa amenidad, pero por su tema pertenecรญa a la estirpe literaria mรกs digna de nuestro siglo: Kafka, Musil, Broch. La prensa publicรณ algunos de sus conceptos al dรญa siguiente:
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ย ย ย Como todo gran libro, podemos leer El mago de Viena por lo que se propone decirnos. Su superficie nos encanta; seguimos con interรฉs el destino de los innumerables personajes ya sea al entrar en un salรณn, o sufrir la pasiรณn del amor, visitar el cuartel general, en el acto de conocer los desastres e insensateces de la guerra de los sexos, disfrutar las alegrรญas del irรณnico final feliz, a travรฉs de una lectura horizontal infinitamente meticulosa. Pero ademรกs, podemos considerar la superficie novelesca como un velo detrรกs del cual se esconde una verdad secreta: entonces concentramos nuestra atenciรณn en ciertos puntos que nos parecen esconder un espesor mayor.

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La lectura de ese pรกrrafo confundiรณ a cuantos en otras ocasiones habรญan por desdicha tropezado con la prosa abrupta y mรกs bien cuartelaria de Lanoche-Harris, pero en fin, enterarse de que alguien logra perfeccionarse en un oficio no deja de producir alegrรญa. Dos dรญas despuรฉs, un periodista comprobรณ que aquel pรกrrafo correspondรญa a una biografรญa de Tolstoi escrita por Pietro Citati. Lanoche-Harris habรญa aplicado a El mago de Viena palabras que el biรณgrafo italiano dedicaba nada menos que a La guerra y la paz. La aportaciรณn de la crรญtica fue mรญnima, cuando Citati escribe “los desastres e insensateces de la guerra”, ella amplรญa el concepto de esta manera: “los desastres e insensateces de la guerra de los sexos”, lo que, me parece, contagia todo el pรกrrafo de un jovial aleteo de locura.
ย ย ย ย ย No logro saber si El mago de Viena pueda considerarse como el mejor ejemplo de un producto industrial, pero es muy probable que al menos se le aproxime. Por lo pronto ha bonificado holgadamente a las editoriales, a las librerรญas y a su autor. Nada tiene eso de preocupante: tal tipo de narraciรณn ha existido siempre. Desde que hay novela, los subgรฉneros han logrado cobijarse bajo sus faldas. Balzac, Dickens, Tolstoi, autores portentosos si los hay, coexistieron tambiรฉn con narradores inmensamente leรญdos, pero ayunos de prestigio. Escribรญan y publicaban historias semejantes a las que produce la actual literatura light, y tenรญan por consumidores a multitudes รกvidas de un tratamiento que alternara los escalofrรญos con rachas de sentimentalismo blando. El lenguaje tendrรญa que ser mรกs bien rudimentario, puesto que el analfabetismo era entonces espectacular, y habรญa que favorecer a quienes tenรญan aรบn problemas con la letra impresa. Aquellos autores se hacรญan ricos pero no alcanzaban la fama, la prensa apenas los mencionaba, circulaban en รกmbitos distintos a los de I litterati. Su vida era anรณnima y eso a nadie, ni siquiera a ellos, le parecรญa irregular. Durante mucho tiempo la relaciรณn, o mรกs bien la falta de relaciรณn entre ambos grupos fue transparente. Por lo general, se sentรญan satisfechos del lugar en que estaban situados. Ahora las cosas son diferentes, lo que tiene mucho de ridรญculo, y algo de antipรกtico. Los creadores de literatura light exigen el trato que serรญa normal dar a Stendhal, a Proust, a la Woolf. ยฟQuรฉ tal?
ย ย ย ย ย A pesar de los complejos intereses que se mueven en torno al libro, de los sofisticados mecanismos mercadotรฉcnicos, de la salvaje competitividad de algunos cรญrculos, sigue existiendo un pรบblico sensible a la forma, lectores exigentes cuyo paladar no tolerarรญa historias tan truculentas ni la lacrimosa salsa del folletรณn, un pรบblico que se enamorรณ de la literatura desde la adolescencia, y contrajo ya antes, en la niรฑez, la adicciรณn a viajar por el espacio y el tiempo a travรฉs de los libros.
ย ย ย ย ย Y entre ese pรบblico que sรญ sabe leer, se encuentra un grupo minรบsculo, pero que es en verdad un supergrupo, el de los escritores, o los adolescentes y jรณvenes que van a ser escritores en un futuro prรณximo.

Para ellos, la lectura es uno de los mayores placeres que les depara la vida, pero tambiรฉn la mejor escuela que cursรณ cualquiera de esos pรบberes en vรญsperas de publicar en un suplemento cultural, en una revista modestรญsima o en una plaquette de suprema elegancia, los poemas, cuentos o ensayos con que debutarรกn en el mundo de las letras. Las lecturas iniciales son decisivas para el destino de un futuro escritor. Y รฉl, aรฑos mรกs tarde, descubrirรก la importancia que tuvieron esas horas en que debiรณ prescindir de todo para quedarse a solas con Ana Karenina, La cartuja de Parma, El conde de Montecristo, Madame Bovary, Grandes esperanzas, hasta llegar a Ulises, ยกAbsalรณn, Absalรณn!, Al faro, Pedro Pรกramo, donde mรกs o menos uno se da de alta.
ย ย ย ย ย Gracias a esas lecturas y a las muchas que aรบn le faltan, el futuro escritor podrรก concebir una trama tan imposible como la de El mago de Viena, exasperar hasta lo imposible su chabacanerรญa, su vulgar extravagancia, transformar su lenguaje en un palimpsesto de ignorancia y sabidurรญa, de majaderรญa y exquisitez, hasta lograr un libro absurdamente refinado, una delicia, un relato de culto, un bocado para los happy few, parecido a los de J. Rodolfo Wilcock, Cรฉsar Aira, Enrique Vila-Matas, Francisco Hinojosa, Mario Bellatin o Jorge Volpi.
ย ย ย ย ย No sรฉ cuรกl sea hoy la formaciรณn de los jรณvenes. La imagino muy diferente a la de los escritores de mi generaciรณn debido a la revoluciรณn visual y electrรณnica. Me entretuve hace poco en repasar los varios volรบmenes de magnรญficas entrevistas publicadas por la Paris Review. Son entrevistas de poetas y novelistas de distintos paรญses e idiomas. Se publicaron durante tres dรฉcadas, a partir de los aรฑos cincuenta. La mayorรญa de los autores tendrรญa hoy entre ochenta y cien aรฑos, o aun mรกs, si vivieran. Casi todos participaron en la transformaciรณn de la literatura y el arte de nuestro siglo. Hablan con insistencia de sus lecturas, en especial de las del periodo de formaciรณn, y todos, sin excepciรณn, fueron lectores precoces, insaciables, omnรญvoros y por lo mismo se refieren con pasiรณn a los antiguos, desde el legado helรฉnico y los clรกsicos de su idioma hasta las figuras indispensables de la literatura universal. Cervantes estรก casi siempre presente. William Faulkner leรญa sin tregua el Quijote, por lo menos una vez al aรฑo. Otros nombres mencionadรญsimos: Flaubert, Baudelaire, Stendhal, Tolstoi, Dostoievski, Chรฉjov, Poe, Conrad, Dickens y Sterne. Cada uno de los entrevistados sostiene haber leรญdo con especial interรฉs las obras surgidas en los periodos de mayor floraciรณn de su lengua y por lo mismo de la literatura de su paรญs. Mi generaciรณn, en Mรฉxico, se alimentรณ con los clรกsicos, los espaรฑoles, que son tambiรฉn los nuestros, y los de otras literaturas hasta el siglo XIX, y mรกs tarde con la gran expresiรณn literaria inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial: Kafka, Joyce, la Woolf, Faulkner, Scott Fitzgerald, Pavese, Svevo, Moravia, Vittorini, Gide, Malraux, Sartre, Camus, y los hispanoamericanos, Borges, Onetti, Carpentier.
ย ย ย ย ย La amplia comunidad de intelectuales exiliados en Mรฉxico despuรฉs de la Guerra Civil Espaรฑola, fue fundamental en nuestra formaciรณn. Fuimos alumnos de ellos, leรญmos sus libros y sus colaboraciones en la prensa literaria; asistimos a algunas de sus tertulias. Ellos ratificaron nuestra fe en el idioma, e intensificaron nuestra deuda con la cultura espaรฑola y la europea en la que se formaron. La generaciรณn de 1927 fue galdosiana de modo natural. La obra del gran novelista canario anuncia buena parte del ideario de los hombres de la Repรบblica. En la conversaciรณn con mis maestros aparecรญa constantemente su nombre y referencias a su obra; y algunos de los mejores textos sobre el viejo maestro fueron escritos en Mรฉxico: en especial los de Bergamรญn, Cernuda, Marรญa Zambrano. En Espaรฑa, por el contrario, la generaciรณn que corresponde a la mรญa, nutriรณ en su juventud y lo mantiene hasta hoy, me parece, un intenso desdรฉn por Galdรณs y, en general, por la literatura espaรฑola que estudiรณ en la escuela.
III. La lectura en sรญ: la relectura: Hamlet
ย ย ย ย ย Hay de lectores a lectores, lo tendremos que aceptar. Nadie lee de la misma manera. Me abochorna enunciar semejantes trivialidades, pero no desisto: la diversa formaciรณn cultural, la especializaciรณn, las mรบltiples tradiciones, el temperamento individual y mil otras razones pueden decidir que un libro produzca impresiones diferentes en lectores diferentes. Acabo de leer un relato de Eudora Welty, una maravillosa narradora del sur de los Estados Unidos cuya lectura desde hace muchos aรฑos me produce una fascinaciรณn prรณxima al delirio. La leo con la mayor atenciรณn; en sus narraciones las cosas parecen muy sencillas, insignificancias de la vida cotidiana o momentos terribles que parecen insignificancias; sus personajes son excรฉntricos, y al mismo tiempo modestos como es todo el entorno. Uno puede pensar que estรกn desesperados en el mundo que habitan, pero es posible que ni siquiera hayan reparado en la existencia de ese mundo. Son autรฉnticamente “raros”. Provincianos, sรญ, pero excรฉntricos de pura raza. Otra notable escritora del sur, Katherine Ann Porter, seรฑalรณ en alguna ocasiรณn que los personajes de Eudora Welty eran figuras encantadas que para bien o para mal estรกn rodeadas de un aura de magia. Pero en sus pรกginas esos pequeรฑos monstruos humanos no aparecen en absoluto como caricaturas sino que estรกn retratados con gran naturalidad y dignidad.
ย ย ย ย ย He comentado en varias ocasiones con amigos escritores las virtudes de esta dama; la conocen poco, no les interesa; dicen haber leรญdo algรบn que otro cuento suyo del que recuerdan poco. Estรกn en lo cierto cuando de inmediato, como a la defensiva, afirman que carece de la grandeza de William Faulkner, su cรฉlebre coterrรกneo y contemporรกneo, cuyas tramas y lenguaje han sido parangonados tantas veces con las historias y el lenguaje de la Biblia. Los libros de la seรฑorita Welty estรกn muy lejos de ser eso, es mรกs, son su revรฉs: un desfile de presencias diminutas, parรณdicas, trรกgico-grotescas, que se mueven como marionetas trepidantes en algรบn pueblo o pequeรฑa ciudad de Mississippi, de Georgia o de Alabama durante los aรฑos treinta o cuarenta de este siglo. Los lectores de esta autora no son legiรณn. Para los happy few โ€”y en casi todos los lugares donde he vivido he encontrado a algunos de ellosโ€” leerla, hablar de ella, equivale a un perfecto regalo. Todos ellos estรกn vitalmente relacionados con el oficio literario, son escritores, traductores, editores, gente de esa especie desapacible y exigente.

Para los participantes de esos minรบsculos nรบcleos de entusiastas de Eudora Welty, tambiรฉn los de Ronald Firbank, Ivy Compton-Burnett, Flann O'Brien, del Borges anterior a los cincuenta aรฑos, de Giorgio Manganelli o Carlo Emilio Gadda, dispersos por el amplio mundo, encerrados en refinadas torres de marfil o en inclementes estudios de bajo precio, basta que un entusiasta mencione el nombre de alguno de esos รญdolos de culto para que otro se convierta en su aliado. Les resulta un misterio inexplicable el que algunos de sus amigos, escritores como ellos, sensibilizados por el estudio y la prรกctica diaria de la literatura, no logren compartir su fervor por aquellas figuras de excepciรณn, y en cambio rindan culto a escritores que parecerรญan serlo sรณlo por caprichos de la รฉpoca o por una determinada operaciรณn publicitaria.
ย ย ย ย ย Para ellos, como para mรญ, resulta tambiรฉn desconcertante que escritores hoy del todo ilegibles hubiesen gozado hace cinco o seis dรฉcadas de una excepcional celebridad. No eran fabricantes de best sellers, sino que representaban la sabidurรญa y la moral del siglo; cualquier pensamiento suyo, apenas emitido, creaba jurisprudencia en el mundo entero. Uno de ellos serรญa Giovanni Papini. En el mundo de habla castellana fue un Dios. Ahora, en ninguna parte, y mucho menos en Italia, se le tolera; hasta mencionarlo resulta de mal gusto, como si se hiciera alusiรณn a una enfermedad vergonzosa. Borges defendiรณ con tenacidad hasta el fin de su vida la “grandeza” de aquel autor desprestigiado, y agradeciรณ la influencia que la farragosa prosa del florentino habรญa ejercido en la suya. Uno sรณlo puede contemplar azorado los dos polos irreconciliables, el petulante estruendo de Papini y la perfecta transparencia del argentino.
ย ย ย ย ย Con el tiempo, cada lector reconoce pertenecer a una determinada familia literaria. A partir de entonces difรญcilmente cambia, aunque puede darse el caso de que en ciertas ocasiones alguien confunda los rasgos de su estirpe. En la adolescencia o la primera juventud, cuando todo lector es aรบn un venero de generosidad, alguno pudo leer con placer, con entusiasmo y hasta copiar en su cuaderno รญntimo pรกrrafos enteros de un libro que releรญdo aรฑos despuรฉs, cuando su gusto se ha afinado, descubre con asombro, con escรกndalo, quizรกs hasta con horror, aquella equivocaciรณn imperdonable. ยกAdmirar como una obra maestra ese bodrio repugnante! ยกConsiderar fuente de vida ese torpe lenguaje que sin duda habรญa nacido muerto! ยกQuรฉ vergรผenza!
ย ย ย ย ย Hay circunstancias en que la decapitaciรณn de una gloria se ve refrendada, casi de inmediato, por los lectores que hasta hacรญa poco la veneraban, y no sรณlo los de su paรญs e idioma, sino en los del mundo entero, lo que no deja de ser otra rareza. En mi adolescencia, en mi juventud, Aldous Huxley era una eminencia internacional, un cruzado decidido a luchar por que el gรฉnero narrativo estuviese regido por una suprema inteligencia. Contrapunto y sobre todo el profรฉtico Un mundo feliz se leรญan como best sellers, lo que era un disparate. Huxley llegรณ a significar la exigencia estรฉtica mรกs rigurosa. Era tambiรฉn un paladรญn de la libertad, pero su prรฉdica poseรญa tal soberbia que lo hacรญa parecer mรกs bien un hombre de la Contrarreforma. Llegรณ hasta hacernos dudar de las virtudes literarias de Charles Dickens, a quien trataba con desprecio inaudito, al grado de considerar La tienda de antigรผedades como una novela rosa, la mรกs plaรฑidera y deplorable del mundo; se lanzรณ tambiรฉn contra Edgar Allan Poe, al que consideraba un versificador de medio pelo, vulgar y efectista. Hoy dรญa el nombre de Huxley se ha eclipsado, pertenece mรกs bien a la historia literaria, pero en la literatura propiamente dicha su lugar es modesto. En cambio, Dickens y Poe continรบan su fascinante marcha hacia las estrellas.
ย ย ย ย ย Un libro leรญdo en distintas รฉpocas se transforma en varios libros. Ninguna lectura es igual a las anteriores. Al descubrir, como en el caso de Papini o de otros mรกs, que esa escritura nada tiene que ver con nuestras preocupaciones o nuestros sueรฑos, que nos resulta รกtona y hueca, deducimos que debiรณ de haberse impuesto sรณlo por circunstancias morales, religiosas, y bastรณ que cambiara la plataforma para descubrir que estaba desprovista de forma, destinada irremediablemente a perderse en el vacรญo.
ย ย ย ย ย Aun la revisitaciรณn a obras aseguradas por varios siglos de indiscutible excelencia puede proporcionar sorpresas. Como el baรฑo en el rรญo de Herรกclito, la relectura de un clรกsico jamรกs serรก la misma, a menos que el lector sea un autรฉntico papanatas. El Hamlet que un estudiante atรณnito y deslumbrado leyรณ en la adolescencia, inmediatamente despuรฉs de ver la versiรณn cinematogrรกfica de Laurence Olivier, tiene poco que ver con una tercera relectura hecha a los 26 aรฑos, cuando una rigurosa revisiรณn de la obra le hizo concebir el destino humano como una bรบsqueda incesante de armonรญa universal, aunque para realizar ese fin tuviera que sacrificar su vida y la vida y la felicidad de otros, como lo hicieron Hamlet, Ofelia y Laertes, jรณvenes ardientes, inmolados en el combate contra la maldad y la podredumbre, para abrir paso a aquel Fortinbrรกs, el hรฉroe aguerrido de Noruega, que restaurarรญa en Dinamarca la armonรญa destrozada. Sin dolor y sin esfuerzo, el horizonte jamรกs podrรญa aclararse. El nombre de aquel lector no tiene importancia, ni siquiera sus circunstancias, aunque conocer una y otras podrรญa permitir trazar la crรณnica de una larga relaciรณn entre un hombre y sus libros predilectos, hablar, ademรกs, de la pulsiรณn que se establece entre lectura y relectura. Dirรฉ sรณlo que estudiรณ su carrera sin la menor vocaciรณn, ya que sus padres la eligieron por รฉl. Durante los aรฑos de estudiante asistiรณ como oyente a la Facultad de Filosofรญa y Letras con mayor diligencia que a la de arquitectura, de la que era alumno. No le preocupa gran cosa el trabajo, vive con holgura gracias a rentas que recibiรณ en herencia. Dice y repite a quien lo quiere oรญr que no sรณlo vive para leer sino que lee para vivir. La lista de sus lecturas es descomunal, ecumรฉnica y arbitraria, tanto en los gรฉneros como en los estilos, las lenguas, las รฉpocas. Se complace maniรกticamente en hacer listas, de los autores, de sus tรญtulos, de las veces que ha leรญdo cada uno de los libros, de todo. Hay en eso algo de locura. Lee y relee a toda hora, y apunta los detalles en enormes cuadernos. La lista de escritores mรกs frecuentados, aquellos con quienes se siente como si estuviera en su casa, es la siguiente, en orden de mayor a menor. Anton Chรฉjov; รฉse es indiscutiblemente su autor favorito, podrรญa leerlo cada dรญa, en todo momento, conoce algunos de sus monรณlogos de memoria; es, ademรกs, el autor que le resulta mรกs insondable de todos sus preferidos. Sabe que en la obra de ese ruso excepcional, bajo una aparente transparencia, se esconde un nรบcleo acorazado que lo convierte en el mรกs oscuro, mรกs lejano, mรกs misterioso de todos los autores que ha leรญdo. Los siguientes son, por orden, repito: Shakespeare, Nikolai Gogol, Alfonso Reyes, Henry James, Bertolt Brecht, E.M. Forster, Virginia Woolf, Agatha Christie, Thomas Mann, Jorge Luis Borges, Lawrence Sterne, Carlo Goldoni, George Bernard Shaw, Octavio Paz, Benito Pรฉrez Galdรณs, Luigi Pirandello, Witold Gombrowicz, Arthur Schnitzler y Alexander Pushkin. Hay autores a los cuales prefiere mรกs que a los enlistados: Marcel Schwob, Juan Rulfo, Miguel de Cervantes, Lope y Tirso de Molina, Tolstoi, Stendhal, para citar sรณlo unos cuantos. Desde luego, serรญa una locura preferir a Agatha Christie, que aparece en la lista, a Miguel de Cervantes, que no lo estรก. Y es evidente que Gustavo Esguerra, ยกpues al fin saltรณ el nombre!, a quien conozco bien, prefiere las obras teatrales de Lope, de Calderรณn o de Tirso a las de Goldoni, como tambiรฉn admira mรกs a Hermann Broch o a Carlo Emilio Gadda que a varios de los enlistados. De la misma manera ha visto y leรญdo Hamlet mรกs que otras piezas de Shakespeare que prefiere, como La tempestad, Troilo y Crรฉsida, Cรณmo gustรฉis, El rey Lear. Pero el destino, a saber por quรฉ, lo dispuso asรญ, y lo llevรณ a codearse mรกs con algunos que con quienes deberรญa. Bueno, mi amigo Esguerra descubriรณ el Hamlet a los doce aรฑos y lo siguiรณ frecuentando hasta apenas una hora antes de morir. Cada una de sus lecturas aรฑadรญa y eliminaba nuevos matices a las sesiones anteriores.
ย ย ย ย ย La undรฉcima lectura ocurriรณ en el 68, despuรฉs de la matanza de Tlatelolco, de la Universidad tomada por el ejรฉrcito, de la marcha de los tanques por las calles de Mรฉxico. Fue una lectura crispada y eminentemente polรญtica, “algo huele a podrido en Dinamarca”.
ย ย ย ย ย Varias veces oye decir en el drama: “Dinamarca es una prisiรณn”. Cuando Shakespeare escribiรณ Hamlet el terror reinaba en Londres. En 1601, la conspiraciรณn de Essex, su mecenas y amigo, fue descubierta y รฉl ejecutado. Las crujรญas de la Torre de Londres se llenaron dรญa tras dรญa con la mรกs ilustre juventud de Inglaterra. La reina no perdonรณ a su antiguo favorito, y ni siquiera su decapitaciรณn la dejรณ satisfecha. Habรญa que acabar con la semilla, sus familiares y amigos, los filรณsofos y los poetas de quienes se rodeaba. Poco se sabe de Shakespeare durante los dos aรฑos que durรณ el terror. Fue, eso sรญ, la รบnica pluma del reino que no cantรณ las glorias de Isabel de Inglaterra en 1603, a la hora de su muerte. Esa relectura influye en las siguientes, en especial la รบltima, que el ya anciano Gustavo Esguerra terminรณ en el lecho de un hospital pocas horas antes de expirar. En esa lectura volviรณ a sorprenderle que al final Hamlet aceptara la invitaciรณn de Claudio, el rey espurio, el asesino de su padre, el corruptor de su madre, su enemigo acรฉrrimo, para jugar una partida de esgrima con Laertes, lo que lo hizo preguntarse si Shakespeare habrรญa considerado a esa altura de la obra que el propรณsito que lo llevรณ a escribirla se habรญa ya cumplido, y por lo mismo, su รบnico interรฉs era llegar a la palabra “Fin”. ยกY quรฉ medio mejor para iniciar ese laborioso desenlace que situar a Hamlet intercambiando unos golpes de espada con el agobiado Laertes, a cuyo padre, Polonio, el prรญncipe habรญa asesinado, y a cuya hermana, la delicada, frรกgil y desdichada Ofelia, habรญa hecho perder la razรณn y tambiรฉn la vida! Para llegar al fin, era necesario que una de las espadas estuviera envenenada, la misma que en la sesiรณn de esgrima carecerรญa de un botรณn en la punta, y por si algo fallaba, tambiรฉn el vino estarรญa envenenado, como emponzoรฑada estaba toda la atmรณsfera en Dinamarca.
ย ย ย ย ย Es la parte enconada del drama, la mรกs reacia a la comprensiรณn.
ย ย ย ย ย ยฟSerรญa aquel duelo falsamente deportivo un mero soporte a la carpinterรญa del drama? ยฟObedecerรญa Hamlet a su demiurgo y al mismo tiempo se rebelarรญa ante su pluma? ยฟTendrรญa que aceptar el duelo preparado por el rey, quien ha apostado una alta suma a la victoria de su hijastro, lo que implicarรญa una ofensa a todo lo que hasta entonces Hamlet ha representado, y tambiรฉn a Laertes, con quien jugarรญa deportivamente despuรฉs de haberle matado al padre, y causar el suicidio de su hermana? ยฟO podrรญa ser un sutil procedimiento con el que el autor tratarรญa de insinuarnos que, si bien Claudio es un monstruo por haber asesinado al legรญtimo rey, y Gertrude, al desposarlo, se ha convertido en su cรณmplice y es tan culpable como รฉl, tampoco Hamlet, en quien desde el principio nos ha obligado a depositar nuestra fe, es el joven hรฉroe capaz de devolver el orden a este desvariado mundo sino un joven irremediablemente frรญvolo, que ha matado como sin querer, por descuido, a varias personas, algunas totalmente inocentes, y no al culpable designado por el fantasma de su padre? ยฟO sencillamente querrรญa mostrarnos que el prรญncipe no es del todo culpable, sino que sus insufribles pesares han acabado por deteriorar sus facultades mentales? ยฟAsรญ de fรกcil? Lo hemos conocido como un joven filรณsofo llegado de la universidad de Wittemberg, como un hombre agobiado por angustias y dudas infinitas, como el artรญfice de un castigo ejemplar destinado a los asesinos de su padre, tambiรฉn como un falso demente. ยฟPor quรฉ no suponer entonces que al final las presiones y el desorden de este mundo y del otro, donde habitan los muertos y de donde recibe instrucciones, han acabado por sumirlo en la locura? ยฟEs posible que de tanto simular haya optado por refugiarse en ella, y escapar asรญ de toda la pesadumbre que lo embarga?

El viejo lector, mi amigo, el moribundo Gustavo Esguerra, se pregunta en su lecho de enfermo si acaso la aceptaciรณn de Hamlet para jugar aquella absurda partida de sables podrรญa ser una mera convenciรณn escรฉnica de aquella รฉpoca en que tan a menudo la desmesura supera a la coherencia, y contaba con la aceptaciรณn del autor tanto como con la de un pรบblico complaciente siempre y cuando le ofrecieran una noche brillante, opulenta en movimientos, tropos y figuras varias, todo ello empapado con sangre derramada como lo apetecรญa la รฉpoca, al final de aquella excesiva tragedia. Hamlet se comportarรก como el hombre que deberรก restablecer el orden en el universo que ha sido dislocado brutalmente. Los culpables serรกn eliminados, Shakespeare ideรณ ese duelo deportivo sabiendo que el desenlace estรก a la vista. En una รบnica escena morirรกn el rey y la reina, y junto a ellos Hamlet y Laertes, los amigos divididos a quienes sรณlo la presencia de la muerte volverรญa a unir. Pasarรญa por allรญ el valiente Fortinbrรกs, limpio de culpa, despedirรญa con palabra rotunda al cadรกver del prรญncipe y se ceรฑirรญa tranquilamente la corona. Las tinieblas se retirarรญan de Dinamarca, el olor a podredumbre se evaporarรญa. En aquel viejo reino, librado de tribulaciones, comenzarรญa de nuevo la historia. Mรกs que la ediciรณn de sus obras, a Shakespeare como hombre de teatro le interesaba la puesta en escena. En una buena representaciรณn, la aceptaciรณn de Hamlet a cruzar espadas con Laertes no produce ningรบn reparo, como pasa en la lectura. Por el contrario, en escena funciona esplรฉndidamente y compone un final perfecto. Esguerra relaciona la escena con otra desorbitadamente efectista, donde el prรญncipe se arroja a la tumba donde yace el cadรกver de Ofelia; presiente una posible conexiรณn entre ambas situaciones, pero no logra establecerla. En esa bรบsqueda cruzan por su memoria algunas frases pronunciadas por la trรฉmula huรฉrfana mientras deambula sin derrotero por los pasillos de Elsinore.
ย ย ย ย ย A Gustavo Esguerra, como a todo lector, le fue imposible captar todos los misterios contenidos en una obra de Shakespeare. En su juventud, lo deslumbraron las intensas tramas y la mรบsica verbal. ยกNo podรญa ser de otra manera! Cada lector, segรบn sus capacidades, va descifrando a travรฉs del tiempo algunos de sus enigmas. Hacia mediados de los aรฑos sesenta, le llegรณ a las manos el libro de Jan Kott: Shakespeare, nuestro contemporรกneo. En sus pรกginas se convenciรณ de la importancia de penetrar a travรฉs del texto shakespearino la experiencia contemporรกnea, su inquietud y su sensibilidad:

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ย ย ย ย ย En Hamlet se barajan muchos asuntos: polรญtica, poder y moral, debates sobre la unidad de la teorรญa y la prรกctica, sobre la finalidad suprema y el sentido de la vida; hay una tragedia amorosa, familiar, estatal, filosรณfica, escatolรณgica y metafรญsica. Hay de todo, hasta estรฉtica teatral. Ademรกs, la tragedia contiene un sobrecogedor estudio psicolรณgico, un argumento sangriento, un duelo, una gran carnicerรญa. Uno puede elegir a su gusto el tema que le interese.
ย ย ย ย ย Uno de los verbos mรกs conjugados en Hamlet es “espiar”. En el escenario todos son espiados, sin excepciรณn y sin reposo. En el castillo de Elsinore, hay siempre alguien detrรกs de una cortina, oyendo, espiando. El grito desgarrado de Hamlet: “ยกOfelia, mรกrchate a un convento!”, es la confirmaciรณn de que en un mundo regido por el crimen no hay lugar para el amor.

ย ย ย ย ย ย 
ย ย ย ย ย Hamlet parece obedecer a su creador, pero intenta tambiรฉn escapรกrsele siempre. Por eso es posible examinarlo y entenderlo de diferentes maneras. En la รบltima hora de su vida, Gustavo Esguerra recordรณ, ya lo he dicho, unas lรญneas de Ofelia en cuya existencia le pareciรณ no haber reparado nunca. Una frase se inserta en el cuarto acto, precisamente en la escena donde la triste niรฑa tropieza con los reyes, perdida ya en un alucinado laberinto verbal. Su demencia es evidente, y sin embargo en ese denso drama de crรญmenes y castigos la sibilina frase parece aludir a algo muy importante, muy concreto, tal vez una advertencia al corazรณn del auditorio: “Dicen que la lechuza era hija del panadero. Seรฑor, sabemos lo que somos, pero no lo que podemos ser”. El viejo Esguerra, exhausto, la repite, en voz cada vez mรกs angustiosa. A su lado se encuentran un mรฉdico y una enfermera. Acaban de aplicarle una inyecciรณn. El mรฉdico mueve la cabeza, lo que implica que todo estรก perdido. El paciente tiene aรบn fuerza para repetir:
ย ย ย ย ย โ€””Dicen que la lechuza era hija del panadero. Seรฑor, sabemos lo que somos, pero no lo que podemos ser”, una frase que encajarรญa perfectamente en un drama de Pirandello, ยฟno le parece, doctor? –

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