Lo repetía, comía, engullía, triscaba caprino,
lobo famélico sin aldea
isolado frente a las olas del mar, harto y compungido
por la arena, cangrejos, minúsculas conchas que lastimaban sus pies,
el céfiro de sus penas. Arteaga parecía con hachazos se inclinó
sobre las huellas
en embarazo de enjugar lágrimas y seguir siendo el tema principal del poema
que no se redacta en Sicilia
pero por orden virgiliana ahí se desarrolla.
Se estuvo contemplando y el fluido de sus ganas
dinamitó las sales, los pescados voladores acompañaban la altura de su ceguera,
la torpeza conseguida por tanto Amor, y desfiló con un silbido por la gruta
que Brossa imaginaría después,
años después, siglos, pero no después del llanto;
el llanto eterno ulular de viento, polvareda
en céntrica avenida de pueblo pequeñito
como foca dormida, como muchacha que llega y no le alcanza
con la sal contraria al caracol,
como caracol sorprendido en el jardín de sal,
como película que se repite toda la noche
y el cíclope que no puede apagar el televisor
por puro miedo y recuenta sus ganados, supervisa las llaves, las puertas
y focos, las tomas de gas y se hunde en soledad
esperando algo, una señal del cielo, el canto sostenido,
el rumor del viento
en una arcadia tan próxima y lejana
que no es Sicilia pero que en Sicilia tiene asiento
por virgiliano planto,
por incapacidad traidora. –
es poeta, ensayista y traductor.