Se llama Gloria de los Ángeles Treviño. Estuvo cinco años en un Cereso de Chihuahua a la espera de ser juzgada. Los mil setecientos días encarcelada no se le notan en el rostro (ahora más bonito que antes) o en el cuerpo (a pesar de dos hijos y del desgaste evidente que ha sufrido). Cada uno de esos días es evidente en su forma de hablar, en su mirada y en la excesiva devoción que demuestra por un dios que tal vez hace tiempo la abandonó.
De nuestras figuras pop, entre las actuales, Gloria Trevi es la única que tiene madera de leyenda. No sólo sus canciones (más allá de “La papa sin cátsup”) tienen un no sé qué de entrañable, interesante y profundo, sino que vibra en ella algo de verdadero talento. Eso, por supuesto, no es suficiente. Otros también lo tienen. Pero ahí entran nuevos factores.
Las soledades de Luis Miguel, los desfiguros de Alejandra Guzmán, las sudorosas cadencias de Juan Gabriel carecen de los elementos que conforman a los auténticos mitos. El goce y el sufrimiento extremo por los que debe transitar un héroe difícilmente se encuentran en ellos. Su historia personal es menos interesante de lo que parece a distancia: sí, fueron adoptados; sí, se sienten tristes o se drogan… ¿y luego? La de la Trevi, por el contrario, es a todas luces excesiva para un humano común.
Gloria Trevi vivirá siempre atada a los supuestos colectivos. No importa ahora que, para la ley mexicana, sea inocente de los delitos que se le imputaban. De la historia de intrigas, amores, sexo grupal, asesinato, violación, estupro, drogas, abuso psicológico y físico, manipulación y violencia, algo queda en ella, algo podemos adivinar.
Naturalmente, Gloria ha negado siempre todos los cargos en su contra. Según se argumentó en las noticias, su inocencia tuvo más que ver con falta de pruebas que con falta de culpabilidad. En todo caso, poco importa eso ahora, porque Gloria Trevi, Sergio Andrade y todas las chicas implicadas en este escándalo legal y mediático serán ingredientes indisolubles de una fantasía propagada en horario estelar.
Es poco probable que una historia tan compleja, tan llena de torcidos recovecos y tan sabrosa en general, sea falsa. Tal vez ciertos detalles se hayan inventado con afán protagónico, pero no la historia en sí. Ninguna de las chicas tiene pinta de ser una consumada dramaturga. Tampoco parecen muy satisfechas por estar nuevamente en segundo plano, apenas en el coro. En realidad, no han ganado mucho más que algunos minutos de dudosa fama.
Aline, ex mujer de Andrade, destapó con un librito (La Gloria por el Infierno) apenas la punta de un iceberg que continuaron descubriendo Wendy, Karla, Karola y, especialmente, Karina Yapor. Tanto Aline como Karina son mujeres muy articuladas y su discurso resulta de lo más sensato. La Trevi dice que abusan de una fama que sólo le corresponde a ella para hacer valer sus opiniones. Probablemente tenga algo de razón, pero es innegable que lo que ellas dicen, sus argumentos y sus ejemplos, son mucho más convincentes que los de Gloria. La narración del drama que estas dos jóvenes han hecho ante los medios ha sido estructurada, sólida y difícilmente rebatible, en especial porque demuestran sentir, más que odio o coraje, dolor y piedad por sí mismas y por Gloria Trevi.
El que nunca sale bien parado en todo este cuento, ni siquiera con la mismísima Gloria, es Sergio Andrade. Ese hombre pequeño, casi contrahecho, ahora muy enfermo, es quien tiene la llave de la verdad. Todas sus chicas hablan de él con una extraña mezcla de miedo y respeto, parecida a la que sienten los perros fieles por sus amos. Es como si tampoco él fuera humano, como si hubiera bajado de un bizarro Olimpo.
En entrevista con Adela Micha, transmitida en dos partes, Gloria Trevi dejó entrever una capacidad histriónica que jamás aprovechó en sus películas. No sólo no se dejó embaucar por las ínfulas y pretensiones periodísticas de la conductora, sino que terminó tomando las riendas de la entrevista.
Con un lenguaje muy simple, casi infantil, la Trevi habló de sus propósitos (“No voy a tener dueño. Dios es mi único dueño”), de su versión (“Te lo juro: aunque los viera en la cama, no me imaginaba lo que estaba pasando”), de la verdad (“Si algo me callé, fue para no hacer más daño. Pero ojalá se conociera toda la verdad”) y de la única razón por la que se mantiene en pie (“Dios confió a [sic] que yo no me iba a quebrar”). Incluso cantó un pedazo de “Con los ojos cerrados” (“Cuando me dice que la luna es de queso / si me diera otro beso yo / le creo con los ojos cerrados…”), y lloró y dijo haberlo perdonado todo. La verdad es que parecía un poco ensañada con quienes fueron sus compañeras, parecía no haber olvidado nada y perdonado muy poco, y resultó mucho más cabrona que bonita.
Se llama Gloria de los Ángeles Treviño y, para Adela Micha, ese nombre debería significar algo. Tal vez tenga razón. Tal vez no signifique que Dios Padre y su corte celeste se inclinen por esta mujer de 36 años. Tal vez quiera decir que Gloria Trevi ha sido tocada por el destino y concentra en su ser la materia suficiente para trascenderse a sí misma y convertirse en leyenda. –
(ciudad de México, 1970) es narradora. En 2005, el FCE publicó su libro de cuentos Las malas costumbres.