Hace cuatrocientos años…

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No falta quien piense que del Quijote ya se ha dicho todo;* sin embargo también hay quien piensa que sobre esa famosa obra queda casi todo por decirse, tal es su grandeza de contenido y su perfección literaria. Esta tarde, sobre la inmortal novela, ha hablado ya uno de nuestros más ilustres cervantistas, miembro de El Colegio Nacional y miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, don Fernando del Paso, gran conocedor de ese texto clásico. Yo me referiré en particular a la hermosa edición que hoy se presenta. Primero que nada, debo recordar a ustedes que la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, instituciones editoras, pretenden, con ella, sumarse a los cientos de publicaciones y actos conmemorativos del cuarto centenario de la edición príncipe de la primera parte del Quijote (Juan de la Cuesta, Madrid, 1605). No se ha escatimado esfuerzo alguno. Además de una impecable y, diría yo, perfecta fijación del texto cervantino, ejemplar trabajo filológico al que me referiré en seguida, a la novela preceden, en esta edición, el prólogo “Una novela para el siglo xxi” de Mario Vargas Llosa y la reimpresión de dos ensayos imprescindibles: “La invención del Quijote”, de Francisco Ayala, y “Cervantes y el Quijote” de Martín de Riquer. A la elegante impresión de las dos partes del Quijote, en esta edición, siguen cinco formidables ensayos, en los que se analiza “La lengua de Cervantes y el Quijote“. Son los siguientes: “El Quijote en la historia de la lengua española” (José Manuel Blecua), “Cervantes como modelo lingüístico” (Guillermo Rojo), “Los registros lingüísticos del Quijote: la distancia irónica de la realidad” (José Antonio Pascual), “Oralidad, escritura, lectura” (Margit Frenk) y “Cauces de la novela cervantina: perspectivas y diálogos” (Claudio Guillén). Los ocho importantes escritores que acabo de mencionar son, todos ellos, académicos. Termina la obra con la bibliografía utilizada y con un importantísimo glosario, del que también diré algo más adelante. A lo ya explicado hay que añadir que Alfaguara y el Grupo Santillana han hecho el verdadero milagro de formar con perfección, imprimir con inusitada limpieza y encuadernar elegantemente el volumen que hoy se presenta y, además, haciendo todos los participantes —editores, autores, impresores, distribuidores…— su mayor esfuerzo, puede ofrecerse a muy bajo precio.
     Lo más importante de la obra es, obviamente, el texto de Cervantes. De establecerlo se encargó el que es, quizá, el mejor especialista, don Francisco Rico. Hay en nuestra edición una extensa explicación —”Nota al texto”, se titula— de los criterios y de los lineamientos que se siguieron y hay, sobre todo, muy convincentes justificaciones. Suele pensarse que un trabajo de edición tanto mejor será cuanto más se apegue al texto de la edición príncipe. Esto no siempre resulta cierto. Téngase en cuenta, para empezar, que las imprentas a principios del siglo xvii trabajaban, no con el autógrafo del escritor sino casi siempre con una copia en limpio preparada por amanuenses profesionales. A esa copia se le llamaba “el original” que, en su caso, sería aprobado por el Consejo de Castilla y rubricado folio a folio. Como es fácil de imaginar, el autógrafo y el original tenían errores, algunos graves. Los hay, abundantes, en la edición príncipe (de debe por debe, deste este por desde este, que trata donde por donde…). El filólogo editor debe corregirlos. Así lo hace Rico en la presente entrega. Considérese, además, que Juan de la Cuesta imprimió el cuerpo de la obra, sin preliminares (1,500 o 1,600 ejemplares) en dos o tres meses, lapso brevísimo. Esta prisa explica una enorme cantidad de erratas, que deben corregirse por el filólogo. En 1615 el mismo editor publica la segunda parte del Quijote, tampoco exenta de problemas. En ésta, como en la primera, Cervantes modificó párrafos con adiciones y cambios de lugar, además de todos los accidentes tipográficos y editoriales habituales en su época.
     Ante todo ello, ¿qué debe hacer el filólogo, qué hizo nuestro erudito editor? Hace algunos años, Francisco Rico escribió al respecto:

Por un lado, a partir de un estudio y una valoración hasta la fecha no realizados de las ediciones impresas por Juan de la Cuesta y de un escrutinio metódico del resto de la tradición. Por otro, examinar cada lección y cada variante a la luz de las normas básicas de la crítica textual, y decidirse por la mejor fundada de acuerdo con ellas, y, por ahí, de conformidad con todos los elementos de juicio rastreables, en vez de atenerse a la panacea del codex unicus

Eso ha hecho el editor filólogo. Algo muy diferente de aquello en que consistían las ediciones del Quijote del pasado siglo xx, cuando se consideraba que editar el Quijote era copiar a pie juntillas la edición príncipe, respetando como si fueran del propio Cervantes las evidentes erratas y errores de copistas y cajistas. Aunque también de aquél los hay y, en ocasiones, fenomenales, como cuando Cervantes, seguramente al revisar el original de la segunda edición (también de 1605), intercaló la adición del episodio de la pérdida del asno antes de que correspondiera, resultando que durante nada menos que dos capítulos Sancho cabalga sobre el borrico desaparecido. Éstas y otras peripecias hubieron de llevar a Cervantes, en la segunda parte del Quijote (1615), a descalificar esta segunda edición de la primera parte. Bien hace, por tanto, Francisco Rico al considerar la primera, cuyo cuarto centenario estamos celebrando (un poco anticipadamente), como la versión del Quijote que quiso asumir el autor, y es ésa la que debe publicarse y es ésa precisamente la que hoy se presenta, con la sapientísima edición de Rico, quien sigue la edición príncipe (1605) —y, para la segunda parte, la de 1615— pero sin incluir los aditamentos de la segunda edición. El texto se fijó tras la consulta de poco menos de cien ediciones antiguas y modernas, aplicando además los métodos de la mejor filología.
     Son innumerables las aportaciones de la obra —aludo específicamente al aspecto de edición crítica— que hoy se presenta. Resumo, a manera de simples ejemplos, algunas de ellas. Se han modernizado las grafías y la puntuación. Recuérdese que, hasta el siglo xviii, ésos eran asuntos que resolvía el impresor, nunca el autor. La ortografía (y la caligrafía) eran casi totalmente libres. El propio Cervantes unas veces escribe tuue y otras tube, assi y asi, mesmo y mismo… y un larguísimo etcétera. Por otra parte, en los autógrafos de Cervantes que se conservan, no hay signos de puntuación: ni una coma, ni un punto y coma, ni dos puntos, ni acentos… Nada de esto interesaba al escritor, todo ello lo juzgaba asunto de los impresores. Como era de esperar, las grafías y puntuación del impresor Juan de la Cuesta eran bastante más sistemáticas que las de Cervantes, pero aun así el texto de la edición príncipe está muy lejos de la uniformidad que se habría de lograr después con la ortografía de la Real Academia Española. Nuestro editor ha suprimido, modernizado las grafías, las vacilaciones del tipo de escrebir/escribir, húmido/húmedo, efeto/efecto, esaminador/examinador, agora/ahora, deste/de este… Ha ajustado las grafías de las consonantes de acuerdo con las modificaciones fonológicas de fines del xv: s/ss, ç/z, j/x… Como es lógico, Rico no moderniza aquellas voces o pasajes en los que, de forma deliberada, el autor recurre a un lenguaje arcaico o rústico, ya sea en la fabla de don Quijote, ya sea en la parla de Sancho. Esta modernización del texto de ninguna manera debe verse como un simple y facilón acomodo a los antojos del lector moderno, aunque evidentemente tenga que apoyarse en sus hábitos y preferencias. La explicación última de estas adaptaciones no es otra cosa sino el que con ellas se está acatando a plenitud “la intención última del autor”.
     La edición de don Francisco Rico incluye asimismo una enorme cantidad de notas a pie de página. No vaya a pensarse que se trata de esas farragosas informaciones crípticas que suelen acompañar las ediciones críticas o eruditas. Lo notable es que, sin dejar de ser producto de una abrumadora erudición, están redactadas con elegante sencillez. Son un verdadero, eficaz auxilio para el lector que, en determinado momento, tropieza con un obstáculo que le impide el gozo cabal del texto. Son siempre aclaraciones sucintas, precisas. Basta que el lector baje un poco la vista, resuelva su duda y, de inmediato, reanude con fruición el disfrute del texto de Cervantes. Valga el siguiente, simple ejemplo. En el primer párrafo del primer capítulo, se nos dice que las comidas de don Quijote consistían en: “una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados […]”. Todo mundo sabe qué es una vaca y un carnero e imagina lo que es el salpicón pero, ¿qué son los “duelos y quebrantos”? En la nota se nos informa que “eran un plato que no rompía la abstinencia de carnes selectas que en el reino de Castilla se observaba los sábados: podría tratarse de “huevos con tocinos”. Son miles las notas que acompañan el texto: son miles de deliciosas informaciones, redactadas siempre con elegante simplicidad.
     Espero que lo hasta aquí expuesto, apretadamente resumido, en algo ayude a confirmarnos en la idea de que tenemos delante, si no la mejor, sin duda una de las mejores ediciones del Quijote de todos los tiempos, al menos desde un punto de vista estrictamente filológico. Me falta empero por señalar, ya para terminar, otra excelente aportación de esta obra. Me refiero al glosario que aparece, a dos columnas, de la página 1157 a la 1235. Muchos libros cuentan con un vocabulario, con un lexicón, con definiciones más o menos precisas de algunos términos y con explicaciones, más o menos satisfactorias, de frases, sintagmas, refranes, dichos y proverbios. Nuestro glosario sin embargo tiene una peculiar característica. La explicación de los vocablos se da siempre en relación con el contexto en el que aparecen. Más aún: en cada entrada o artículo se anota la página en la que aparece el pasaje en el que tal o cual palabra adquiere el determinado y particular significado que en ese artículo se explica. Permítaseme, nuevamente, dar algún ejemplo ilustrativo. En el artículo abad se nos explica que en la página 103 vale por ‘cura’, que en la 232 alude a ‘Elisabat, personaje del Amadis‘, que en la 1016 forma parte del refrán “el abad de lo que canta yanta” (‘cada uno vive y se sustenta de su trabajo’) y que en la 743, abad es elemento de otro refrán (“si bien canta el abad, no le va en zaga el monacillo”, que denota igualdad de condiciones, valía o circunstancias entre personas de distinta índole o jerarquía). Este utilísimo glosario cuenta con más de 3,000 artículos y con más de 60,000 acepciones.
     Habrá quien, con más conocimientos que yo, se refiera al cuidadoso, amoroso —diría yo— trabajo editorial de Alfaguara. Yo me limito a señalar que el resultado es un objeto hermoso por su tipografía, por su papel, por su limpísima impresión, por su bella encuadernación. Estamos entonces ante una obra clásica, con perfecta edición filológica, acompañada de estudios profundos y luminosos así como de también un utilísimo y raro glosario, y todo ello en un libro que es, en sí mismo, un objeto apetecible. En la nota explicativa de la edición, Francisco Rico nos narra que el gran cervantista Martín de Riquer —de quien, como dijimos, hay también en esta edición académica un estudio celebérrimo— suele decir: “¡Qué suerte, no haber leído nunca el Quijote y poder hacerlo por primera vez!” Aclaro sin embargo que es fácil pillar a don Martín releyendo el Quijote y entonces confiesa: “Cada día me divierte más.” Pues bien, ojalá todos los que aún no leen el Quijote, lo hagan en esta edición, que es popular (por su precio) y que es de lujo (por todo lo dicho) y, asimismo, que todos los que seguimos leyendo con decidida persistencia la novela de Cervantes, usemos este volumen, donde encontraremos el texto mejor fijado, excelentes estudios introductorios y la más refinada calidad de impresión. Debo decir —y con ello termino— que, con esta obra, tanto la Real Academia Española cuanto la Asociación de Academias de la Lengua Española, así como, obviamente, Alfaguara, comienzan de manera brillante pero, sobre todo, útil y servicial, la celebración del cuarto centenario del Quijote, la gran novela de Cervantes. –

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